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Personajes del barrio en los 1940 - 1950

Rogelio Arenas
Viernes 9 de Febrero de 2024
 

Entre pilladas, trabajo de vez en cuando y algunas heladas y tragos veíamos transcurrir nuestra adolescencia y juventud, el Chapo seguía “bautizando” gente en el viejo barrio: Gloria “la Corneta”, Angelita “la Pata de ala”, el Charras y otros más fueron recibiendo apodos que todavía entre los muy escasos betabeles que quedamos son recordados en alguna plática de aquellos ayeres. Por allá en los albores de la colonia Hidalgo, plantó una dizque refresquería “el Güero” Sergio Tamayo Padilla, misma que tenía en la banqueta del salón de billares “Jalisco” que estuviera en las afueras de las calles Zacatecas y Zaragoza. 

La Cosalteca que así se llamaba aquella refresquería, funcionaba desde que fuera presidente municipal Vicente Padilla, tío del Güero y al terminar éste, su período el Güero Tamayo tuvo que buscar mejores aires y así fue a dar a la colonia Hidalgo, que recién comenzaba a poblarse, ahí comenzó la segunda etapa de la Cosalteca, no exclusivamente como refresquería, sino más bien como aguaje, porque a la mayor parte de la clientela que llegaba y pedía un refresco se le servía una “caguama” o una “pacífico” o si no, cualquier cerveza con un chorro de brandy, que el Güero muy pomposamente le llamaba “obispos”.

Por ahí entre los parroquianos se empezó a formar un grupo de los que siempre existen y presumen de estar al día en todo y claro, principalmente en las críticas al gobierno en turno, grupo que presumía de conocer de poesía, de narrativa, en fin de todo lo que oliera a las Bellas Artes; entre otros, asistían regularmente Evodio Sánchez, en ese entonces fotograbador de “El Diario”, Aníbal R. Buentello periodista de quien sabe donde, Quirino Ramírez comerciante nayarita y eterno admirador del poeta Antonio Plaza, de quien semanalmente declamaba un poema: “A una ramera”, “La voz del inválido”, etcétera, Julio Alemán y el señor Fernández, funcionarios del recién introducido Café Mayo, que traían de Chihuahua para hacerle la competencia al Combate y al Orizaba de aquí de Sonora y claro, el Chapo, que en honor a la verdad sin, haber terminado la primaria, tenía un coeficiente de preparatoria, más este pergueñador a quien de siempre le han gustado estos grupos supuestamente literarios.

Entre otros clientes asistía un zacatecano, como de 120 Kg. de peso que trabajaba con “La chisa”, así le decía todo el pueblo a la constructora de Construcciones Hidráulicas, S.A., que junto con la compañía Azteca andaban construyendo en ese tiempo los drenes del Valle y más delante la carretera México-15 y después el pavimento del Cajeme de principio de los 50’s. Ampelión, que así le decíamos al sujeto por su estatura y peso, era el que aplaudía las dizque disertaciones de aquellos “sabios” de la Cosalteca, pues decía que en su pueblo no conocía nada de eso y como en toda parranda no faltaban los “cantantes” y “músicos” pues él ahí aprendía mucho.

Un día fuimos los primeros en llegar el Chapo y yo al sábado social de la Cosalteca y después que el Chulo Cervantes y el Chato Wilfredo Tamayo, quien años después fuera tesorero del régimen panista del cambio para mejorar, nos bolearan los zapatos para asistir por la noche al “Baile de los Cuatro Vientos”, llegó Ampelión y le dice al Güero Tamayo que tenía encima de la barra algunos pescados para la botana del día:  “y esos prófugos escamados, ¿Són marítimos o son pluviales?”, oír esto el Chapo y tirarle una sonora trompetilla fue todo uno a la par que supuestamente se dirigía al baño, broncón que fue para mí, pues Ampelión inmediatamente se vino enfurecido y me dijo: “¡Tú fuiste!, ahora verás”, mientras que el Chapo se reía a mandíbula batiente mientras observaba la escena por una rendija del baño de petates que tenía la Cosalteca, yo tuve que hacer por primera vez el invento de que había sido seminarista en el convento de Santa Catalina y que más adelante había terminado mi carrera en Guadalajara y si asistía a esa casa de vicio era porque me había echado a cuestas la tarea de redimir gentes que habían tomado el mal camino y como conocía el lado flaco de Ampelión pues él decía que toda su familia eran muy católicos, fue así como logré zafarme de aquella bronca, hazaña del Chapo, pues Ampelión con mi perorata, quedó convencido de mi sacrificio por mis hermanos pecadores y de despedida, después de besarme la mano, prometió muy solemnemente no volver a tomar, el que no quedo muy contento fue el Güero, pues perdió un buen cliente.

Alguna vez, le platicaba a mi añorado amigo Jorge Gassós de mis andanzas y vagancias con las gentes de mi barrio y no hace apenas tres años, le tocó colaborar con algo parecido en una noche veraniega en nuestra ya betabel vida, pues fue testigo de cómo salí por piernas a “un culto ministerial” inventando claro, para darle machetazo a caballo de espaldas, ¿A quién crees lector?, al Chapo, mi amigo de aquellos ayeres.

Entrados ya los 50’s el Chapo y yo, asistíamos de vagos a la iglesia de petates, así empezó y así le decíamos a lo que es hoy la iglesia de La Sagrada Familia, donde se partía el alma para echarla hacia arriba el Padre Ramón Alberto Durazo, con todo el entusiasmo del mundo y claro, con la colaboración de los vecinos de la citada colonia. Marcaban huella entre los jóvenes Leobardo Madrid, Cipriano Leyva, Mauro Ruiz, Alejandro “Canito” Camacho y un muchacho muy serio que ya pintaba para lo que es hoy; Monseñor Luis del Real, vecino también de la colonia en esos ayeres. 

Por ahí empieza la decadencia del Chapo, pues de pronto empezó a declamar versitos, como aquello de:

Ne nu gola, nu topa

Breso us laco un toga

Le topa es llía sambu y 

Le toca on es jabamo

(Era muy de moda entre la pelusa, supuestamente hablar al revés), copias que le hacía a un dizque poeta del viejo Cajeme, el “Chumali” López.

Otras veces el Chapo se veía muy triste, como atiriciado y se ponía a cantar aquello de:

Conocí a una linda morenita

y la quise mucho

por las tardes iba enamorado

y cariñoso a verla

 

Un día hasta los Alas Extra, cigarrillos que fumaba normalmente, desaparecieron de su bolsa, no conseguíamos que nos acompañara a tomar alguna cerveza y diariamente se ponía más membrillo en la cabeza, que era el “gel” que usábamos en aquellos ayeres, dizque para no despeinarse, así empezamos a ver cosas raras en él y lógico se descubrió el pastel: resultó que lo había flechado una guapa moza egresada de la primera o segunda generación de la recién estrenada escuela “Dworak” y pese a la vigilancia de sus hermanos Manuel y “el Nufito”, la Chala Gil que así se llamaba y se llama la dama en cuestión le cortó su carrera de vagancias al Chapo y un buen día de hace casi 50 años, junio de 1955 con todo y lo celoso de Manuel y el Nufo Gil, el Chapo se perdió en el anonimato de los maridos oprimidos, no sin antes hacer en pleno día de su boda la última de sus pilladas, pues según él, le robaron en la misma noche de la boda todo el dinero que traía para pagar la cerveza y la banda de música que estaba alegrando el festejo.

Hubo pues que pasar el sombrero para la cooperacha, aunque Mariano, uno de los músicos a quien le decíamos el Trombón de Oro asegura que todavía recuerda que lo vio escondiendo el saco bonche en donde traía el dinero, mismo saco con que se vistió ese día memorable, escondiéndolo en una fosa séptica de la casa vecina a la casa de la novia, en donde fue la boda.

Aunque a estas alturas el Chapo Francisco Hurtado Cruz, vecino cajemense; les dice a sus muchos nietos y bisnietos: “Todo lo que escribe el güilo seco, son puras mentiras”. 

 

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