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La "Tira besos" se hospedó por sus calzones y la planta de sus extremidades (que hacen se pase por del arco del triunfo la fuerza de gravedad) sobre el cielo raso de la cama y sin inmutarse me miró desde su altura en un contrapicado extremo de camarógrafo de cine profesional.
La soledad crónica agradece estas eventuales compañías en línea directa con los extinguidos saurios yucatecos, y el llamado a la cópula con la sonoridad de sus "besos" largados con una potencia increíble para su diminuta fisiología cachoril.
La Mariana a mi lado enfocó con su mirada marrón a la señora Gecko prendida al lado de la roseta del foco y el terror de un grito desaforado como si el Conde de Transilvania nos visitara a destiempo y fuera el complemento antípoda de mi regalo del día anterior por haber sido 14 de febrero cuando apenas levantado le entregué un gran ramo de rosas rojas para despertarla con aroma entonado con los sentimientos que cupido flechó un año antes.
!Mátala ---ordenó despavorida.
¡Ya voy princesa! -le dije pensando que no habría más besos de lagartija amorosa.
Me fajé unos shorts, tomé la escoba y mandé de golpe al Hades de las salamanquesas a la compañera de mis soledades absolutas donde sólo los ladridos del perro del patio vecino confirman cada noche la presencia de las tercas palomas buscando nido nocturno donde la manada de gatos de la azotea no las alcance.
