La "Plazuela 18 de Marzo" de nuestra infancia, ahí por los cincuenta, muy poco o nada tiene que ver con la actual "Plaza Lázaro Cárdenas", a excepción de la "bolería" original que se ha triplicado: una sobre Galeana, otra que da hacia la Veracruz, y una más sobre la Puebla.
Para poder reconstruir en nuestras pantallas mentales, aquel lugar del espacio-tiempo en el centro de la ciudad primeriza, regresemos el video de la Entropía hasta colocar el viejo kiosco hoy desaparecido, con su espalda a buen resguardo por el enorme y elevado lito-tinaco cilíndrico, coronado por cuatro altavoces metálicos, que en silencio con excepción de las noches de fin de semana, señalaban los cuatro horizontes cardinales.
Pero todavía nos falta bajar de la nube, la entrañable neveria Arco Iris y su complaciente madre rocola de nuestras canciones adolescentes; las suaves bancas de marmolina con el nombre del donador grabado en negro en su respaldo; las altas frondas de los "yucatecos" cobijados de zanates; el sistema de riego de llave abierta y olvidada por horas anegando prados y zapatos bajos; las ceremonias cívico militares sobre la multitud de sillas frente a este kiosco pionero, y la altísima asta plateada, mástil abanderado de aquel barquillo hoja de papel cuadriculado, que navegó el océano semicírculo de agua con luces de colores, la fuente al pié del enorme alpechín.
Mi familia en tardes de domingo, apoltronó las de marmolina que daban hacia Avenida Galeana; nosotros, los hijos, la chamacada amigos de la bocacalle República de Cuba, mucho antes Pablo Sidar, los Rubio García de doña Celia y don Abundio, la Chalita, Martha, Josefina, Fernando, Abundio hijo, César, Lupita y el entrañable Fausto, los Cota De la Torre, los Ibarra de Ramón y la Magui y el Piteco, los Bernal del Nayo, Sara Agüero con el Chomami, el Ariel y sus hermanos, los Soltero de La Prieta, La Alcira, Aitza y Heroldo habitantes del festivo dos pisos verde de departamentos; El Chapa y El Alábe y Chava de los Baños Julieta, El Chuco, El Gurrumina, El Kid y su calvicie de mostacho genio lámpara de Aladino, El Chupa de doña Maria del Hotel Jardín de los Ramírez; todos tuvimos un parque infantil lúdico y sano y casi particular.
Nada de lo que supe a mi regreso a la ciudad, tras buena parte de mi existencia lejos del terruño, del Callejón y de la tienda de mi apá en el Mercado, había llegado antes a mis oídos.
De la Plazuela 18 de Marzo que existió para nuestro barrio y nuestras familias de esos tiempos de la antigua edad, niños, chamacos jóvenes, muchachas vecinas, madres de familia, jamás escucharon comentario alguno sobre la 18 de Marzo, como una enorme antesala de la prostitución en situación de calle.
En la sección de Cultura de un periódico regional, leí alguna vez artículos de contenido fuerte sobre ese tema, el oficio más viejo del mundo y su estrecha relación con mi lúdico parque infantil.
Imagino, (ya que yo llegué a publicar también en esos años algunas de mis memorias infantiles en la 18 de Marzo) y casi me consta, que muchos lectores asignaron a mi persona de forma morbosa la autoría de esas crónicas de contenido fuerte, que solo pudieron publicarse bajo seudónimo.
Así que aclaro de una vez por todas: Nuestra lúdica y entrañable Plazuela 18 de Marzo, fue aquella que existió junto a nuestras mocedades en los años cincuenta y un poco más, aquella que hoy ya no existe, pero que sigue ahí con otro nombre, otro kiosco y abundantes penachos de altísimas palmeras reales, pero marcada con el estigma de lo arriba mencionado
En el actual pulmón vegetal del centro citadino, operan los lavacarros y dulcerías que jamás existieron cuando el profesor Rojas reproducía en su RADSON música clásica en noches del fin de semana, conciertos formativos para que la pelusa captara con sus tres sentidos, el volumen de cuatro altavoces metálicos sobre la altura de nuestro tinaco de piedra y argamasa, el cual El Malhumor de un carnaval de antaño heredó repleto de pisto a un conocido Director de la Escuela José Rafael Campoy, la pionera Secundaria de La Macuchi, Tacho Reyna, Manuel García, Leonardo Corona y el chelista del eterno cigarrillo en la boca, y el venerable profesor Barajas que nunca cesó de hacernos cavilar sobre que el Jazz era una música de la peor calidad: " ¡música de negros!", seguido de una profunda alabanza suspiro por Claude Debussy y su "Claro de luna".