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1968.2 de Octubre

Armando Terán Ross
Domingo 03 de Octubre de 2021
 

Allí vivíamos en el Guerrero cuándo fuimos al Zócalo y luego nos avisaron que venían las tanquetas. Fue por ahí como los primeros días de septiembre.

Ya de regreso al depa en nuestro edificio encontramos el giro telegráfico de mi jefe:"Regresen  inmediato".

Hacía unos dos meses que no teníamos clases, y las cosas se iban poniendo cada vez más color de hormiga. Unos días antes los soldados con tanquetas estuvieron frente a la "Plaza de las tres culturas". La Vocacional  siete estaba ahí a un costado de las baldosas, y desde lo alto de las terrazas del edificio de enfrente, los tlatelolcas arrojaban botellas a los soldados sobre San Juan de Letrán. De pronto un grupo de militares   echó pecho al césped entre la ruinas aztecas y nosotros, una gran masa de civiles  gritaba consignas contra el ejército que intentaba hacerse con el triangulado gusano de colores de la escuela vocacional. 

 Sin embargo, en esta ocasión los mausers solo nos tuvieron en la  mira: no hubo disparos. No teníamos miedo,  no creíamos capaces a los militares de abrir fuego contra una multitud   que se manifestaba contra la injusticia y abusos del gobierno.

No recuerdo si nuestros amigos del Chihuahua andaban con nosotros, mi hermano Juan y yo.  

Tras aproximadamente una hora y minutos el ejercito ahí acantonado comenzó a retirarse. Se fueron las tanquetas de ruedas de goma y los trolebuses volvieron a echar chispas en los cables que rozaban con sus antenas de grillo.

Para el 2 de octubre el movimiento de los estudiantes había cobrado demasiada fuerza y las olimpiadas de 1968 estaban a dos semanas de la Historia.

 

En la salita de la casa del callejón veíamos en familia la pantalla de un televisor en blanco y negro, y en blanco y negro vimos incrédulos escenas de la masacre  Los muchachos eran bajados a culatazos de un  Chihuahua recién cañoneado.  Llovía como todas las tardes en el Distrito Federal y las baldosas de cantera  del gran rectángulo de la plaza se bañaban de cadáveres de pueblo,  adolescentes muchachas y muchachos. Pensé en ese momento en nuestros amigos chilangos en el mitin, y en otros compañeros estudiantes  de provincia. Jamás pensamos que los militares asesinarían a una multitud   reunida en una manifestación estudiantil, aunque del portón colonial de madera de una preparatoria del centro histórico ya solo quedaban  restos humeantes dejados por una bazooka del glorioso ejército mexicano.

Aquella noche casi no dormí pensando que también mi hermano y yo estaríamos muertos, vivíamos en el Guerrero a dos edificios de la matanza, y seguramente habríamos estado en el fatal mitin escuchando oradores del Consejo Nacional de Huelga.

Al día siguiente los titulares de la prensa de esos días minimizaron la tragedia, y Rosario Ibarra de Piedra jamás logró encontrar a su hijo entre los cientos de cadáveres desaparecidos por la "Operación Galeana".

 

 

 

 

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