Éramos la ciudad más limpia del noroeste.Una urbe recién dada a luz y tan presumida como el orgullo de su etnia, pavimento oloroso a chapopote con el reflejo fluorescente de las frondas del camellón de los "yucatecos", domo vegetal de nuestro orgullo, la Avenida Náinari coronada al fondo por la Laguna, un centro deportivo y nuestros únicos rascacielos, el Seguro Social.
El recuerdo llega de boca del conductor del Beat rojo, un taxi en línea para llegar al oasis de un café con nombre en inglés.
--- Cuando era chamaco --- me dice el conductor de manos enguantadas -- esta avenida era de lujo.
Transitamos por la Náinari y aborda el lugar común de los baches, y
Yo voy a una noche brillante, paseada con un amigo de estudios oriundo de Naco, lo traje desde el D.F.porque se negaba aceptar las descripciones que yo hacía de mi ciudad, tal vez las comparaba con sus vivencias en su ciudad fronteriza.
Esa noche mientras bebíamos unas cervezas puse rumbo hacia la laguna, en aquellos días casi solitaria a esas horas mecía la luna entre sus aguas.
¿A quien le importaba la inseguridad en ese tiempo, o la imposibilidad de salir por la noche al eucalipto del valle con su canal de riego y su compuerta derramada, una bóveda celeste imposible bajo las luces de la ciudad, con el estéreo lleno de los Apson, los Freddys y una que otra de los Moonlights, metales y voz en las alturas del güero Ricardo. Era la luna llena del valle con su perfil de cerros bajos al oriente, con su engañosa lejanía alguna vez traspuesta por la palomilla en bicicletada del barrio del Chava Sánchez, del Lico Cota... Del Tavo Ramírez; sembrado o reciente la cosecha, el valle construía un foro infinito a cielo de noche abierta para la bohemia cervecera de la amistad entre compañeros de la prepa de Delgado de León y los veranos rematados en el Paredón Colorado y su Huivulai.
Arrancar a media noche para el Tobarito para dar el abrazo a familiares y amigos era un paseo de felíz entusiasmo ya con unas caguamas en funciones.
No había nada que temer si uno tenía la precaución de no desbarrancarse en algún dren emboscado en la obra maestra, trazado de Bloques y de Calles que la Richarson dejó para admiración de aquel mundo nuestro cuya antípoda fue una isla que brillaba junto al mar de Cortés.
Pero regresando a las luces de la ciudad, por la Cinco de Febrero sorprendía el nuevo ITSON y su teatro como una ballena varada sobre lo que alguna vez corchiboleó un parque infantil.
Hoy, la ciudad ha cambiado y lo seguirá haciendo, buenos tiempos vienen, inevitables como la entropía de la arena de sus playas, donde la fe y la esperanza duermen por ahora.