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Miércoles 1 de May de 2024
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1965. Jonás después del baile

Armando Terán Ross
Domingo 25 de Julio de 2021
 

Sé muy bien que es él porque en la portada del primer long play, que por cierto lo tengo muy bien guardado, viene cada uno con su instrumento, el Frankie en cuclillas con su guitarra entre las manos, una Jaguar con los switchis que la hacen sonar tan dulce como una cajita de música, o tan chillona como chirría la faja de mezclilla del bolero de la plazuela cuando chainea mis botines, pero míralo allá está muy sentado y muy solo en la mesa, ya ves que casi toda la gente del baile se ha ido, y es que ya es muy tarde, pero él ni en cuenta.

¡Míralo bien!, con su jaibol en la mano, mira bien el blanco de su camisola que parece de seda y el pantalón negro y ajustado, está más flaco y más viejo que la última vez en el Social Hidalgo. ¡Pues claro!, de qué otro modo puede irse acomodando el cuerpo a tanta trasnochada, a tanto trago, a tanto andar de gira de aquí pa allá. Y mira, también se fueron los del grupo, ahora sí que se ha quedado solo... Vente, vamos a tratar de hacerle plática. Y nuestro secre camina hacia la mesa donde Franki, es decir, Tránsito Gámez, lentamente termina su jaibol. Y ya estamos, al menos cuatro de los cinco de nuestro grupo de rocanrol sentados a la mesa con él. ¿Que sí de qué conversamos? Debió ser del volumen, del micrófono que se vició en el Barba azul, del alboroto del público, de los autógrafos. Luego nos ofrece llevar el equipo en su vagoneta. Ha lloviznado. La humedad se filtra en el aire de la noche. Al Franki le caímos bien, nos agradece la prestada de los amplificadores, parece que nos conociera desde siempre, como si el ser músico develara una antigua amistad rezagada en el tiempo. Habla de su guitarra, la Jaguar, de la marca de cuerdas que más le gusta, de los acordes, de los arreglos de las canciones, y entre trago y trago nos lleva de la mano una voz que seguimos sin perder pisada. Recuerda los tiempos de hambre y sin dinero, recién llegados al D. F., sus grabaciones y los lugares donde su vida ha cantado canción tras canción, y cuatro de nosotros escuchamos como si un tenue fuego ardiera dentro de la vagoneta, de aquellas con medio motor alojado dentro de la cabina.

Los amplificadores, la batería con sus tambores y platillos, los micrófonos y sus cables, las guitarras con sus estuches de interior aterciopelado: todo lo ha transportado ya nuestro secre de la vagoneta a la casa del callejón con una rapidez que me es familiar, como si los pesados equipos tuvieran la ingravidez de un astronauta en la luna. Sentados como pieles rojas en el interior de la vagoneta que cada vez me parece más grande, la noche se esfuma tan rápido como una rola de dos minutos y medio. El hotel de la esquina del callejón duermevela, la casa paterna frente a nosotros, una familia en sueños. Todo es silencio. Como si a las cuatro de la madrugada no habitase un alma en el callejón y su memoria no guardase uno solo de los sonidos del día dejado atrás. Bajo una luciérnaga, la tenue lamparilla en el techo de la vagoneta, como con sus hermanos menores dentro de la ballena, Jonás conversa con nosotros, es decir Franki, después y los Matadores, después y la decadencia, después una prisión USA de alta seguridad, después... A las cuatro de la mañana, quizá a las cinco, se fue a dormir. El cansancio rindió su mirada, y el sueño apagó la fogata de su voz.

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