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Sesudos analistas de la sociología cutlural afirman que el culto al cuerpo delgado de las mujeres es un invento de nuestro tiempo, o más bien, de la industria de la moda y la publicidad.
En sus desvaríos los analistas juran y perjuran que los hombres antes las preferían gorditas, o para decirlo de una manera más amable, "rellenitas".
¡Cuántas mentiras dicen los hombres en torno a las mujeres!
A ellas siempre les ha gustado tener la figura esbelta, estilizada de acuerdo a los conceptos clásicos. Y no vengan con las gordas que aparecen en los cuadros de pintores renacentistas que descubrieron el cuerpo humano con modelos pasaditas de kilos. Esas madonas no tuvieron tiempo de ir al gym cuando el maestro les pidió que posaran para su próxima obra, eso es todo.
Quién no se acuerda además de los torturantes corsés que algunas debían soportar para verse como varita de nardo.
El eterno femenino, o lo que se conozca como tal, siempre se ha inclinado por la delgadez como prototipo de belleza.
Pero una muestra más palpable de lo aquí dicho es la publicidad de hace 100 años que invitaba a las bellas a perder los kilos que con tanto esfuerzo habían ganado en la mesa.
Igual que a los hombres los engatusaban con aquella publicidad de revista donde aparecía Charles Atlas, el alfenique de 60 kilos que se puso bien mamado, dirían ahora, con un método que se vendía por correspondencia. Aquel era el prototipo de la belleza masculina. Hoy es la figura andrógina del actor de moda.
Pero un día llegará en el que habrán de revalorarse las líneas cóncavas de las gorditas y ganarán ellas las portadas del Playboy y revistas del corazón. Entonces todos gritaremos:
¡Que vivan las gorditas y los panzones, de ellos será el reino del placer!
