(1954)
En tiempos de la abuela no sólo la leche era entera, es decir sin procesar en una planta pasteurizadora, sino también la luz. Y cuando el tubo del quinqué sufría una rotura la abuela largaba su añosa voz hasta mis siete años:
"¡Ándale niño… Vete a traer de la esquina un tubo de luz entera!", pues había también tubos de menor longitud, y esos eran los tubos de luz media.
Estas lámparas que ardían con un aceite derivado del petróleo dibujaban por las noches la sombra de mi niñez sobre el blanco de un muro de la casona de la abuela, sombra que yo podía ampliar o disminuir para divertirme girando una diminuta perilla metálica en el quinqué, mediante la cual era posible aumentar o disminuir la longitud de la mecha, y de este modo controlar la intensidad de la luz.
La abuela tenía dos de estas lámparas en la sala, una sobre el librero de cedro con arabescos bajo relieve, y otra cercana a la puerta que daba hacia la calle para reconocer con mayor facilidad a las personas que una vez entrada la noche visitaban a los abuelos.
Aquellas lámparas de mi infancia consistían en un depósito de cristal macizo ---que servía a la vez como base de la misma y se llenaba con un aceite delgado color aceituna que vendían por litros en cualquier abarrote de la ciudad--- en cuya parte superior estaban montados el mechero y el tubo de vidrio por donde salía el humo y a la vez protegía la flama de los golpes de viento.En esos años era muy
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común el uso de este tipo de quinqués para la iluminación de aquellos hogares
que no contaban aún con energía eléctrica.
A mí me gustaba jugar con la luz entera haciendo diversas figuras con los dedos de la mano y proyectando luego su sombra sobre la pared. Con un poco de imaginación, sobre la blanca pantalla del muro surgía la sombra de un ave en pleno vuelo, la silueta de la cabeza de un pato o de una liebre con sus orejas.
Por las noches aquello era parte de nuestro entretenimiento infantil antes de irnos a dormir, en una época en la que la televisión en blanco y negro iniciaba apenas sus transmisiones en la capital del país. Sin embargo, a medida que el acceso a la energía eléctrica fue llegando a la mayoría de la población, las sombras de los quinqués se fueron alejando de mi niñez, igual que a falta de combustible lo hacían las figuras que proyectaba con mis manos sobre los muros de la vieja casona de la abuela.