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Recuerdos del Kirksten

Sergio Anaya
Viernes 27 de Septiembre de 2019
 

 

El 27 de septiembre de 1966 amaneció con una mala noticia. A través de la radio se confirmaba la inminente llegada del ciclón "Kirksten" al Valle del Yaqui. En la XEIQ "Única en su estilo" el locutor leyó las noticias recién salidas de los teletipos del Diario. Las autoridades recomendaban precauciones, almacenar agua, alimentos, veladoras, lo que fuera necesario para el día después.

Tales advertencias ganaban certidumbre con lo que estábamos viviendo poco a poco. 

Desde la noche anterior la nubosidad se fue acumulando sobre nuestras cabezas y muchos se durmieron preocupados por la posible llegada del ciclón. Otros de plano no durmieron.

Ya en la mañana una lluvia fina, apenas un rocío en el parabrisas de los automóviles, abrió paso al aguacero que se fue fortaleciendo conforme avanzaba el día.

Las calles, aún no pavimentadas la mayoría, se fueron anegando y el lodo se extendió por todas partes como se extendieron la preocupación, el lamento por la jornada laboral interrumpida y la alegría de los niños que no dejaban de cantar el "que llueva, que llueva, la virgen de la cueva". 

Entre esos extremos de zozobra e indiferencia estaban Adrián y Enrique, dos hermanos bajo el mismo techo de lámina en la modesta casa de la colonia Cortinas. En medio de ellos, su madre como un Dios les ordenaba poner en un lugar seguro todo aquello que pudiera echarse a perder por la humedad que crecía al ritmo de las horas lluviosas. Pero en su mundo ordinario Adrián y Enrique era diferentes, miraban las cosas desde dos perspectivas antagónicas que a veces los llevaban a discusiones tan acaloradas como inútiles. ¿Quién podía enojarse con su hermano por apostar a que los Yaquis no repetirían el campeonato ganado en enero de ese año? Solo Adrián, fanático, y Enrique, escéptico.

Conforme seguía la lluvia aumentaba la preocupación de Adrián mientras el hermano mayor tirado en un sillón escuchaba las canciones de Los Apson y Javier Solís en la radio que cada tanto interrumpía la música para advertir la cercanía del "Kirksten". Enrique tirado sobre el sillón, tan despreocupado y con el radio de transitores en una mano. "Conchudo", murmuró Adrián pero el otro ni se enteró.

Eran alrededor de las tres de la tarde, poco antes o después, Adrián no recuerda la hora exacto, sólo que la lluvia hizo una breve pausa antes de retomar su fuerza. Fue la pausa que aprovechó Enrique para salir de la casa; les dijo que quería ir al cine antes de que el lodo no dejara circular ni a los camiones de pasajeros. Ese día exhibían "Lanza tus penas al viento", de estreno, y él aprovecharía el receso obligado para distraerse con la película donde Alberto Vázquez seguro cantaría la canción del mismo nombre.

Salió así sin avisar a la madre, ajeno a los reclamos del hermano que le recriminaba el dejarlos solos en medio de la lluvia que después de la pausa empezó a arreciar.

Cuatro décadas después de ese día, Adrián recordaba aún con emoción su desesperado intento por afianzar el techo de lámina que el viento y la lluvia amenazaban con desprender. 

Con los ojos cerrados volvía a ver a su madre con un trapo enredado en la cabeza y los espejos cubiertos con sábanas para no atraer rayos y centellas. Las letanías que pedían la protección divina al arreciar los vientos y la lluvia.

Mientras eso pasaba en su casa, Enrique logró llegar al cine "Cajeme", se metió en la oscuridad de la sala y antes de que Alberto Vázquez interpretara la segunda canción se quedó dormido en la butaca arrullado por el murmullo del aire acondicionado y la lluvia que golpeaba el techo.

Cuarenta años después Enrique, a diferencia del hermano, sólo recordaba que al salir del "Cajeme" se sorprendió con un árbol caído en media calle y las letras de la marquesina lanzadas por el viento al suelo. En sus recuerdos aparecían también El Cagancho y La Cagancha que caminaban por el medio de una calle empujando el carretón bajo la lluvia.

El "Kirksten" no alteró su ordinaria calma y de esa tarde conservaba la parodia que cantó antes de entrar al cine a ver "Lanza tus vientos sin pena".

Al día siguiente, el 28 de septiembre de 1966, el joven abogado Eduardo Estrella Acedo recorrió la ciudad con su cámara de cine de 8 mm. para grabar los estragos causados por el ciclón. En su película puede verse a la gente alrededor de la antena del Canal 2 derribada por el viento, las torres de alumbrado del estadio de beisbol "Álvaro Obregón" también caídas, como los árboles y una estructura sobre la Botica "Nueva" del profesor Guerra, en calle Galeana.

Desde entonces varios ciclones han pasado por Cajeme, cerca o lejos, con sus "colitas", pero ninguno ha sido tan recordado como recordarían al "Kirksten" quienes estaba aquí aquella tarde de 1966.

 

 


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