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Los viejos caminos del Valle

Rogelio Arenas Castro
Domingo 16 de Junio de 2019
 

A veces, cansados del fragor de un pueblo moderno y grande, como lo es nuestra Ciudad Obregón, quienes tenemos raíces de pueblo, de campesinos, sentimos la nostalgia y enfilamos nuestros pasos rumbo al viejo y querido Valle del Yaqui.

Qué fácil es ahora transitar por caminos pavimentados. Nuestros hijos tienen la facilidad de abordar un autobús suburbano por la Calle 6, desde San Ignacio, Río Muerto, para venir a estudiar a Cajeme, lo mismo que de Pueblo Yaqui, Campo 60, etc.

Ahora es fácil recorrer el Valle en el mismo día; traer un enfermo al Seguro Social y regresar a casa por la tarde, casa que cuenta con energía eléctrica, agua potable, señal de TV y todas las comunidades que brinda nuestra modernidad, pero no hay que olvidar aquellos viejos pioneros de nuestros caminos que con mil afanes llegaban al ahora viejo Cajeme, después de largas y fatigosas jornadas de, a veces, hasta doce o veinte horas.

Recordemos a gente como Reyes Anaya, Rafail Mares, los hermanos León, el Zapatero Martínez, Juan Mares y tantos otros que nos surtieron de carbón y leña para contrarrestas aquellos gélidos inviernos de los años treinta y cuarenta, tiempos en que era una odisea venir a Cajeme en una carreta de tracción animal; llegar con unas cuantas cargas de leña, carbón, carrizo, pastura, etc., para que algunas veces el producto de su venta quedara en manos del dueño de La Carioca, de la cantina Cochón, o del Gato negro, con el pretexto de que el regreso se dificultaba con las lluvias torrenciales del verano o por las tediosas y largas equipatas o cabañuelas, que ahora han bautizado, no sé por qué, como el  “Niño”.

Cuántas veces Manuel Mares, doña Talacha Beltrán y “El Teniente”, dueños de aquellas postas o paraderos para aquellas carretas, tuvieron que esperar el siguiente viaje de los conductores para cobrar el servicio que prestaban a los mismos.

Recordemos con cariños los viejos rebiates que, cargados de arroz, trigo y algodón, se hacían como culebras en los viejos y lodosos caminos del valle, pero que conducidos con experiencia y conocimiento por choferes como Juanón Elenes, Chalo el Mariguano y otros, traían los granos generosos a los molinos de un pueblo que apenas despertaba: el viejo Cajeme.


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