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Teresa Neudert: Descendencia alemana en Cajeme

Sergio Anaya
Domingo 03 de Febrero de 2019
 

Fueron escasas pero muy gratas las conversaciones que tuve con doña Teresa Neudert Beck. En la sala de su casa, rodeados por la amabilidad de su familia, yo preguntaba y ella respondía con lujo de detalles sobre la vida de los alemanes que llegaron al Valle del Yaqui, hace ya más de cien años, para buscar aquí las oportunidades que les negaba una Europa devastada por la Primera Guerra Mundial.

Su padre, Carlos Neudert Kreisl, nativo de los Sudetes, llegó a Cajeme en 1924 después de probar suerte en varias regiones de México y tras conocer la promesa de mejores días en el Valle del Yaqui. Muchos compatriotas ya se habían asentado aquí y ofrecieron apoyo solidario al joven paisano cuyas únicas pertenencias eran la ropa que llevaba puesta y sus conocimientos de herrería.

Todo estaba por hacer y no le faltó trabajo. Su destreza para forjar el hierro atrajo la atención de los mayordomos de la Hacienda Náinari donde el general Álvaro Obregón solía pagar siete pesos diarios, un sueldo mejor que el promedio. Allí hizo las rejas de la escuela Calleja, una pieza de valor histórico para los cajemenses y hoy desaparecida tras la demolición del plantel.

En 1933 se vino a Cd. Obregón e instaló su negocio Herrería Cajeme. Doña Teresa recordaba con orgullo aquellos años de la infancia; ella y sus hermanos jugando alrededor del pequeño establecimiento mientras su padre hacía los marcos de ventanas, rejas y cercos de las primeras residencias y del viejo templo del Sagrado Corazón de Jesús.

Teresa era una cronista natural de la ciudad, en especial del primer cuadro alrededor de su casa en la calle Zacatecas y 6 de Abril. Conocía cada terreno, cada casa y las familias que las habitaban, el detalle de las anécdotas y hechos sobresalientes acumulados en el paso de los años. Solía detenerse en la descripción de los juegos y cantos que aprendió con otros niños descendientes de alemanes en la escuela donde les enseñaban el idioma materno y el amor a la patria mexicana.

En una de aquellas pláticas me contó las peripecias de un inmigrante alemán en cuya casa se realizaban misas durante los años difíciles de la persecusión religiosa, a principios de los 1930s. En otra ocasión se refirió a la llantera de Max Fuhrmann, ubicada en la calle Sinaloa. Allí donde está la entrada al estacionamiento de Bancomer. Fuhrmann tenía en un rincón de su vivienda, al fondo del solar, un equipo de radio de onda corta que dio pie a los rumores sobre una posible base de información para el ejército teutón durante la Segunda Guerra Mundial.

Fue precisamente en esa época, decía con tristeza, cuando el gobierno federal se llevó a muchos miembros de la colonia alemana a campos de concentración en el sur del país. La mayoría ya no regresó a Cajeme y el Valle del Yaqui. Su padre se salvó de un nuevo destierro gracias a personas allegadas a la familia Obregón que abogaron por él.

Doña Teresa falleció hace unos días y una semana después su esposo Fernando Amaya Díaz, ambos a los 88 años de edad. Dos personas que se amaron desde los trece años de edad, tuvieron la fortuna de no sufrir uno la ausencia del otro.

A partir de ahora, cuando yo pase por su casa, en la esquina de Zacatecas y 6 de Abril, recordaré aquellas apacibles tardes absorto en la plática de doña Teresa y envuelto por la confortable amistad de sus hijos, a quienes dedico el presente texto.

 

 

 

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