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2 de Octubre de 1968: Imposible olvidarlo

Sergio Anaya
Martes 02 de Octubre de 2018
 

El 2 de octubre de 1968 quedó arrumbado en el olvido de los días rutinarios que se sucedían uno tras otro sin inquietar a los habitantes de aquella Cd. Obregón. Mientras en Tlatelolco las balas segaban vidas, aquí lo único importante tal vez era el programa de televisión que veríamos, cuando sólo teníamos un canal, el 2 regional, y los noticieros eran escasos, no existían aún las cadenas nacionales. Importaba más el show de Los Polivoces que el pronóstico del clima.

La tarde de ese miécoles pasó así, sin sobresaltos, y ya entrada la noche llegó como un eco entre pláticas de los mayores la preocupación de una vecina cuyo hijo, estudiante en la Cd. de México, le había llamado por larga distancia para decirle que algo grave había pasado en la capital y se hablaba de muertos, muchos muertos.

A la mañana siguiente los periódicos regionales informaron sobre un enfrentamiento de policías y soldados contra estudiantes en el lugar conocido como Tlatelolco, un nombre vago asociado al de un pariente que habitaba en esa zona.

Las primeras noticias mencionaban que posiblemente habrían muertos algunos estudiantes y la reacción inmediata fue la de quienes adelantaron que podría tratarse de comunistas que desde semanas atrás intentaban desestabilizar al país, como lo advirtió el Señor Presidente.

Tal posibilidad hizo emerger el odio feroz contra los comunistas que querían hacer de México un país como Cuba y la Unión Soviética. Pocos ponían en duda esa teoría y en el universo de mi barrio, en la calle Durango e Hidalgo, a nadie le preocupaba que murieran unos cuantos comunistas si así nos salvabámos de la amenaza roja. 

Además la prensa nacional, la prensa seria, ya había dicho que se trató de un enfrentamiento entre grupos armados, no de una matanza infame contra gente inocente. ¿Qué le vamos a hjacer? Ellos se lo buscaron.

Pero sin esperarlo el dolor penetró en ese universo con el llanto de una madre que no sabía dónde estaba su hijo el que estudiaba en la UNAM. Le dijeron que el muchacho tal vez era uno de los detenidos y encarcelados en un campo militar. Ella hablaba y hablaba por teléfono con los escasos conocidos que vivían en capital y nadie le daba una respuesta alentadora. Su angustia duró varios días hasta que el muchacho se reportó  para decirle que sí estuvo en Tlateloclo pero alcanzó a salir de allí junto con otros amigos y debieron esconderse en una casa cercana, humilde vivenda, sin teléfono, de donde salieron varios días después. 

El dolor de la madre desapáreció y vino la orden fulminante del padre para que el futuro profesionista no se anduviera metiendo en chingaderas o lo haría regresar de inmediato a buscar una carrera en la Universidad de Sonora.

No fue tan feliz el desenlace para otras familias, madres y padres cuyos hijos fueron aprehendidos y golpeados, los desaparecieron por un tiempo mientras ellos los buscaban de delegación en delegación, allá en la aún lejana Ciudad de México.

Estos casos no fueron suficientes para que entendiéramos aquó lo que había pasado el 2 de Octubre y en unos cuantos días ya estábamos emocionalmente ocupados en otro tema, el inicio de los Juegos Olímpicos en la Cd. de México y orgullosos de que por primera vez una mujer encendiera "la llama de la paz".

Las hazañas del "Tibio" Muñoz y del sargento Pedraza pasaron frente a nosotros, en la pantalla televisiva, y las celebramos con entusiasmo fanático sin saber que con el paso de los meses y de los años muchos como yo iríamos tomando conciencia de lo que ocurrió ese 2 de octubre en Tlatelolco. Ahora, cincuenta años después, recordamos con indiferencia la alegría olímpica del 68. Un evento más.

Sólo persiste, conmovedor como la primera vez, el recuerdo de aquellos jóvenes, hombres y mujeres que corrían angustiados buscando una salida, un refugio contra las balas, mientras otros yacían ensangrentados sobre la explanada de Tlatelolco.

Esas imágenes siguen frescas en la memoria colectiva, donde también hay un lugar para los asesinos que ordenaron esa matanza.

Hoy, 2 de octubre del 2018, cuando vemos el edificio de la Rectoría - UNAM vestido de luto, una tristeza indignada nos invade a mí y a muchos que no conozco pero sé bien que ellos tampoco olvidan.

 

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