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Así era la vida en la Secundaria Campoy

Sergio Anaya
Domingo 05 de Agosto de 2018
 

Los muros de la vieja Secundaria Campoy desaparecieron, las autoridades ordenaron demoler el viejo edificio donde crecimos, corrimos y a veces estudiamos al son de una voz imperativa que nos ordenaba leer para que se nos quitara lo menso.

Era la voz del profesor Huízar, el nos daba Español y nos obligaba a leer textos literarios, como "Platero y yo". O sea dos burros: Platero y tú, le dijo a uno de sus alumnos. Después de su clase seguía la de Coboj con la Historia del Bramaputra, el Tigris y el Éufrates, ríos casi mitológicos como la edad a la que nos remonta el recuerdo de aquellas clases en la Campoy.

Apenas cabíamos en los salones, eramos casi 60 chamacos amontonados en cada aula, el uniforme de caqui empapado de sudor. En el verano la mezcla de olores fétidos y el calor de los cuerpos hacía irrespirable el aire dentro de los salones. No faltaban pesados que añadieran sus hediondas flatulencias y lo hacían con cínicas carcajadas.

Pero no nos quejábamos. Hoy los padres de familia ponen el grito en el cielo si no hay aire acondicionado en las escuelas públicas. En aquella época ni al abanico de techo llegábamos y el sudor caía sobre los cuadernos mientras escribíamos el dictado de la Conchita Valencia y la Chela Navarrete, o las fórmulas matemáticas del profe Mariscal. 

A la orden del Chimino corríamos desde la calle 200 hasta el bulevar Ramírez cuando no existía la colonia Campestre y aquello era un llano donde los chamizos nos perseguían empujados por el viento de la cuaresma. Shorts negros, camiseta blanca y tenis de lona, así de sencillo, aunque los más presumidos calzaban tenis Converse. 

Regresábamos cansados a tomar una soda en la refresquería del Chuco y a seguirle, ahora a la clase de Química donde el profe Guerra hacia magia con los elementos incluidos en una tabla periódica que sólo los macheteros intentaban aprender de memoria.

El rebane en aumento al entrar a las clases tecnológicas: Carpintería con Chalío, encuadernación con Bejarano y mecánica con Millán. Nunca aprendimos nada pero todos los recordamos con cariño porque eran unos verdaderos mentores, a cada rato nos mentaban la madre despesperados ante la indisciplina de sus pubertos alumnos.

Pasó frente a nosotros la figura del profe Osito Fumarola, una chimenea de cigarros Viceroy que fumaba en cadena y hasta la mitad. Pasó el otro profe de educación física, el Tacho con sus lentes oscuros, parado en medio del patio mientras sus alumnos daban varias vueltas al perímetro de la el secundaria. Después pasó Batman en su bicicleta.

El ticher Juan Mariscal nos enseñó las bases del inglés, "dish ish a teibol", y desde entonces Pascual Meza se hizo llamar Donald Teibol. La miss Bórquez hablaba con Mariscal en inglés y nosotros nos quedábamos con la boca abierta.

Lolita Gálvez hacía peripecias para que entendiéramos como funciona el cuerpo humano, el licenciado Otáñez nos dejaba relajarnos en su clase. González intentó que yo vocalizara una nota sencilla y pese a su rotundo fracaso me aprobó, sólo por lástima, en su clase de música.

Nadie me lo contó, yo lo vi con mis ojos astigámticos, esos maestros querían hacernos gente de bien y lo lograron en buena medida no solo con macheteros como el César Velarde, el Chino Montoya, el Jaime Pablos, quienes después han sido brillantes profesionistas, sino también con los más lentos y los indiferentes a los que no nos hacía ninguna gracia tener 10 en las materias.

En esas aulas que acaban de desaparecer conocimos amigos para toda la vida. Conservo a Leonel Hurtado y a otros de aquella camada. Recuerdo a los brillantes y a los deportistas, al Mauro Reátiga con la pelota de goma luciendo en los encuentros de "carro", la alegre adaptación del beisol hoy desaparecida. Veo en ese pasado a los pulcros como el Dani Sevilla (joven luchador, "¡Asha!"), y a los desmadrosos, como el Güero Lacra, a los artistas como Jacob García y Mario Terán. El desmadroso Tan Villalobos. Recuerdo a los vecinos de la heraman república del Plano Oriente, con los primos Jaime a la cabeza. Rafa Mungarro, candidato a presidente de la FEPO. A los seriecitos y bien portados no los olvido porque a todos nos caían gordos. 

Eran más divertidoslos que se las daban de muy machitos y nos contaban sus andanzas en la zona roja del P.O., o nos enseñaban cómo conquistar a las chicas que caminaban entre nosotros, vestidas con uniforme de falda gris, blusa blanca y moral provinciana. No lo niego, solo recuerdo a las más bonitas.

Sobre todo a una muchacha más grande que yo, un año arriba, que iluminaba a todo el plantel con su corto cabello castaño y sus mejillas sonrosadas, flaca parecida a la modelo Twiggy. Nunca supe cómo se llamaba, era muy tímido para atreverme a preguntarle, y aunque ni una mirada me regaló yo la amaba como se ama a esa edad, a lo pendejo. 

Era el mundo de la secundaria, con personajes que nunca olvidas, y en medio de ese mundo, ejerciendo su reinado matriarcal, estaba la inolvidable y siempre querida directora María Mendívil, la temida "Macuchi" atenta a que nadie anduviera desfajado o con el pelo largo. Y ninguna chica con la falda más corta de lo permitido. 

Si en esa época nos hacía sentir miedo, pocos años después todos recordamos a nuestra directora con mucho cariño, ella era el eje alrededor del cual giraba aquel tiempo ido.

De ese mundo sólo nos quedaba el edificio de la secundaria. Hoy también ha desaparecido, no sabemos si a causa de los terribles terremotos que ocurren en esta zona sísmica o por la ambición de autoridades que desde Hermosillo han ido desapareciendo algunos símbolos de nuestra ciudad. Que el cielo se los perdone, porque los viejos egresados de la Campoy jamás.

 

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