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Parado en la esquina de las calles Sonora y Guerrero, en la pequeña escalera que da acceso al banco HSBC, la mirada se enfoca en la contraesquina, donde destaca otra sucursal bancaria, la de Santander, y lo que queda del Hotel Tecate.
Un puesto de mariscos sobre la banqueta y la fachada de lo que fue la cantina "Minerva" complementan el horizonte visual hacia el poniente.
El caminante cierra los ojos para imaginar la escena cotidiana de ese punto hace ochenta años, cuando en la esquina del Santander estaba la Cervecería Sonora, distribuidora de High Life "orgullosamente sonorense".
En el centro del crucero vial destaca un arbotante del alumbrado público.
En un área del edificio de la cervecería estuvo hasta la década de los de los sesenta el boliche de la ciudad. Deporte exclusivo para "niños bien" que se divertían tumbando los pinos y reían a carcajadas cuando lanzaban las bolas en el momento en que los empleados cambiaban manualmente los pinos. El susto de éstos, que corrían para evitar un golpe, era parte de la diversión de los "niños bien".
Pasando el callejón destacaba la imponente figura del Hotel Tecate, cuyo esqueleto sobrevive al paso del tiempo. Edificio que una tarde perdida en la memoria escaló el Hombre Mosca llegado a la ciudad en medio.
Allí mismo estuvieron temporalmente las oficinas del Ayuntamiento y la historia es ya muy conocida: Los funcionarios municipales después de concluido el horario laboral, cerraban las oficinas ubicadas en la segunda planta, y desde allí bajaban atado a una cuerda un pequeño balde que descendía hasta el piso del "Minerva". El mesero del bar llenaba con cerveza y hielo el balde y éste de nuevo ascendía hasta las oficinas municipales.
Por allá en la esquina de Chihuahua y Guerrero estaba la casa de Crisógono Elizondo, elegante residencia de la época. En su lugar hoy está una gasolinera.
El rostro de la ciudad se transforma, a veces para embellecer y otras para qué le cuento.
