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Obregón en Cajeme

Sergio Anaya
Domingo 16 de Julio de 2017
 

A 89 años de su muerte, el general Álvaro Obregón es considerado uno de los estadistas más importantes que tuvo México en el siglo XX.

De la vida de este personaje que fue considerado genio militar y político mucho se ha escrito en los libros de historia nacional. Ahora recordemos algo del período que vivió aquí, en esta ciudad que lleva su nombre y donde se instaló después de haber gobernado el país de 1920 a 1924.

A un costado de la Laguna del Náinari y rodeada por un nuevo fraccionamiento que amenaza con desaparecerla, se encuentra la hacienda donde vivió Obregón a mediados de la década de los veinte.

Allí, en la tranquilidad del naciente pueblo de Cajeme, disfrutó su retiro temporal de la política rodeado de familiares y amigos, además de los emisarios y personalidades que del sur del país solían visitarlo para pedirle apoyo, un consejo o simplemente por el gusto de platicar con el personaje más importante del país en esa época.

Desde su hacienda dominaba la vida social y económica de Cajeme y Navojoa, utilizando sus influencias y conocimientos para promover las exportaciones agrícolas, la introducción de nuevas técnicas para el campo, la llegada de inmigrantes extranjeros, la expansión del comercio y otras actividades que impulsaron el desarrollo regional.

En la memoria de los viejos pobladores de Cajeme quedó para siempre la imagen de un hombre de carácter alegre, demasiado informal para el tamaño de su figura histórica, un hombre que se mezclaba con los vecinos y lo mismo hablaba de temas trascendentes como contaba chistes picantes.

El historiador Mayo Murrieta cita algunos de esos chistes en su libro “Por el milagro de aferrarse”. En uno de los más conocidos, Obregón comentaba que en cierta ocasión al llegar a las puertas de Palacio Nacional se acercó a un limosnero ciego para darle unas monedas. El ciego lo agradeció con un “Gracias, mi general”.

“Y cuando le pregunté cómo supo que yo era general, él me contestó: Es que en estos tiempos cualquier imbécil es general”. Obregón cerraba la anécdota con una sonora carcajada.

Durante este período viajó a Cajeme un célebre fotógrafo y cineasta de apellido Abitia quien filmó al personaje en los quehaceres de su vida cotidiana como agricultor y vecino cajemense.

La película constituía un tesoro histórico que lamentablemente se perdió en un incendio y la copia que guardaba la familia Obregón se extravió.

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