Banner
Sábado 10 de May de 2025
El tiempo - Tutiempo.net

Nuestro Charles Atlas

Sergio Anaya
Domingo 16 de Agosto de 2015
 

Al paso de los años quedan en la memoria los personajes pintorescos que alguna vez poblaron nuestras calles. Seres casi míticos, de los que se decían muchas cosas. Entre la admiración y los supuestos, se tejían historias a veces fantásticas sobre el vendedor de charamuscas, el de las gelatinas, el de panelas.

Del borracho que se quedaba dormido en la calle alguien dijo que fue un joven rico perdido en el alcoholismo a causa de un amor frustrado. De la loquita que a los niños tocaba con cariño, y ellos muertos del susto corrían a refugiarse con sus madres, de esa loquita decían que era una versión inmediata de Llorona, y que ahora recorría las calles buscando a sus hijos en el rostro de los chamacos que se cruzaban a su paso.

Así fue, allá en los años setentas, este hombre musculoso, de largo cabello enmarañado y mirada bizca escondida detrás de lentes oscuros. Era pintor, platicaba con todos y al parecer no tenía muchos secretos que esconder.

Pero su narcisimo, típico de los hombres musculosos que participaban en concursos, lo distinguía del resto de los mortales que lo veíamos pasar por las calles del centro, vestido con su camiseta de tirantes y deteniéndose cada tanto frente los vidrios de los escaparates comerciales, donde veía con atención no las mercancías en oferta sino los contornos de su cuerpo.

Tensaba los bíceps, arqueaba los brazos, giraba sobre su cintura y como no queriendo revisaba sus piernas, delineadas en el ajustado pantalón que apenas llegaba por encima de los tobillos. A veces no iba solo, lo acompañaba una mujer que no cantaba mal las rancheras. También ella se admiraba en los escaparates, aunque su cuerpo no era precisamente un prototipo de concurso de belleza, ni mucho menos. Pero allí estaban juntos, embelesados con su figura corporal.

Era pintor, dije, porque ese oficio le conocimos los chamacos de antes y lo vimos trabajar en casas de los vecinos, deslisaba la brocha gorda sobre la pared con un movimiento de brazos que le permitían exhibir su musculatura.

Pero era todo lo real que de él conocíamos. Lo demás eran historias inventadas por la imaginación de los más grandes que lo ubicaban ya en concrusos internacionales del Muscle Power, escondido tras una máscara de luchador rudo, como guarura de un poítico en un tiempo donde ni siquiera se conocía la palabra guarura. Pudo haber sido muchas cosas, pero para la chamacada del barrio sólo era "el cuadrado", "el Frankestein", "El Charles Atlas" y cada apodo que se nos ocurriera en el momento.

Así lo vimos hasta que su figura se perdió en el tiempo, como una más de aquellas que poblaron nuestras calles hace treinta o cuarenta años.

Hace algunas semanas volví a verlo después de muchos años. Camainaba por la calle Allende y 5 de Febrero, rumbo a Palacio, al parecer por ibuna ayuda en el DIF o por uno de los apoyos para la tercera edad, eso dijo un lavacarros que lo reconoció. El paso lento, parecía cojear y se agarraba un muslo como si sintiera un fuerte dolor.  Se notaba a distancia un cuerpo mermado por la enfermedad, cualquiera que ésta fuera. No parecía tener fuerzas ni para levantar los bíceps.

El tiempo pasa y los personajes pintorescos se van desdibujando, de repente desaparecen para siempre y solo nos dejan su leyenda para ser recordados en alguna plática nostálgica de familiares y amigos, de los chamacos en los que alguna vez despertó curiosidad y quienes por cierto también dejaron de ser jóvenes hace rato.

____________

Foto tomada de Facebook: Plano Oriente antiguo.

Política de Privacidad    Copyright © 2006-2025 InfoCajeme.com. Todos los Derechos Reservados.