Un mes de junio, como éste, pero de 1999, nos reunimos. Habían pasado 50 años de nuestra graduación en la Secundaria José Rafael Campoy. El domingo 20 hice una reseña en la sección Quehacer cultural del Diario del Yaqui, de la que copio algunas líneas:
“Ahí estaban los que había visto en fechas recientes: Gustavo Tapia, Jaime Ostler, Elliot Mercado, Ramón Espinoza. Y los que había saludado más años atrás aún: Alicia Cabullo, gracias a que su esposo, Rafael Montaño, había sido mi compañero de trabajo. A los demás, ¡Dios mío, aquello era magia!
“Hace unos 28 años había visto en México a Olga Tavares, aunque ella no me reconoció. Ahora andaba ahí otra vez la muchachita inquieta y traviesa de entonces, con su encanto y su voz bonita. Volvió a cantarnos “A la orilla de un palmar”, sin acompañamiento, igual que en la escuela. Gustavo Tapia recordó a Roberto Delgado, que también cantaba (“En un bosque de la China”) y es uno de los que ya no están con nosotros. Tampoco está Olga Wálldez; de las ocho mujeres de la generación es la única fallecida.
“Las damas se ven llenas de salud, “realizadas” diría, si no me molestara ese término cursilón. Norma Célida Molina, que ha sido nuestra líder (junto con Héctor Manuel Arredondo, delgadísimo por la enfermedad que le dio hace unos meses tremendo susto; Rosa Elba Ruiz, la única que no reconocí a primera vista; Olga Nava, tan introvertida entonces y ahora platicadora y simpática; Juanita Covarrubias, cercana vecina de mi madre. ¡Qué bueno haberlas visto otra vez, queridas muchachas (sí, las sigo viendo como muchachas, no les importe que sus hijos sonrían)! Y como muchachas atractivas.
“Allí estuvo nuestra única maestra sobreviviente: María Mendívil, que supo distinguirnos entre los miles de estudiantes que pasaron por su aula. A Gastón Tapia llevaba sin verlo la mitad del siglo. Ha embarnecido un poco, al contrario de su hermano Gustavo que se conserva esbelto. Los Tapia vivían frente a mi casa, Plaza 18 de Marzo de por medio.
“Le pregunté a Aquiles Almirudis, gran deportista, por sus hermanos Héctor, Sócrates y Horacio y me faltó saber si con sus hijos ha seguido la tradición de ponerles nombres griegos. A Gaspar Castro llevaba algo sin verlo pero no tanto como a Chuy Ruiz, que es ministro de una corriente religiosa; además, Gaspar y yo, aunque estudiamos carreras diferentes, nos encontramos a veces en la Universidad.
“Me habría gustado que cada quien se hubiera puesto de pie, dijera el nombre de su esposo o esposa y hablara de su ocupación y de sus hijos. Pero no planeamos el “orden del día”, todo fue espontáneo y hermoso. Podremos hacerlo el año venidero porque, optimistas, nos citamos para el 2000. ¿Se repetirá la magia, el milagro?”
No, no se repitió.
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