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He terminado de leer el libro del ingeniero José Luis Jardines Moreno (gracias por el ejemplar, amiguísimo), cuyo nombre utilizo para encabezar mi columna. Como periodista he seguido con interés constante desde el nacimiento del proyecto hasta los frenos que lo mantienen adormecido (¡no muerto, dice Jardines, y se cosecharon muchos logros!). En dos ocasiones, en Moctezuma y en Nogales, le oí al presidente Echeverría prometer que el PLHINO iba “arriba y adelante”. Pero nada como conocer los recuerdos, las reflexiones, la opinión técnica bien fundamentada de quien presenció, y a menudo protagonizó, las cinco etapas del Plan Hidráulico del Noroeste, o sea JLJM.
Uno de los grandes obstáculos que entorpeció el avance del Plan hasta su meta máxima. la costa de Hermosillo, fue el celo de los sinaloenses por “su” agua, no concebían que pudieran realizarse trasvases hacia el norte sin que se hubieran resuelto las más modestas necesidades en su tierra. Esto no se presenta como una reclamación a los vecinos, sino, simplemente, como un hecho. ¿Y cómo alarmarse si hasta en los mismos gabinetes presidenciales había voces –la del secretario de la Presidencia Cervantes del Río, por ejemplo—que reprobaban las grandes inversiones en el Noroeste porque temían no hubiera fondos para otras regiones del país?
El autor hace una importante reflexión que deben adoptar como pauta de conducta los gobernantes. El campesino es una incógnita para quien no ha vivido en el campo. Constituye un error aparecer de la noche a la mañana con los planos de una obra, la maquinaria para desmontar y serrar árboles, las cuadrillas de técnicos y trabajadores que romperán tradiciones, ritos, costumbres, el desarrollo de la naturaleza. ¿Por qué no consultar antes a los moradores de la región?
El ingeniero José Luis Jardines, egresado de la Universidad de Sonora, rinde tributo a quienes fueron sus maestros y a los veteranos y compañeros de quienes aprendió: el ingeniero Alberto Barnetche (un nombre que le escuché muchas veces a mi padre, que trabajaba en la Compañía Richardson, igual que el del ingeniero Ortega Leyte), el del muy estimado ingeniero Luis Robles Linares, gran impulsor del PLHINO, que fue subsecretario de Recursos Hidráulicos; el del líder Bernabé Arana León; los compañeros de carrera que en muchos tramos de ejercicio profesional lo secundaron.
En las últimas páginas asienta: “Para resumir, diría que sí, que sigo creyendo en la bondad del PLHINO y que, si tuviera la oportunidad de reiniciarlo ahora, desde las condiciones naturales y socioeconómicas que privaban en 1994 y aun contando con la actual normatividad, lo haría sin dudarlo. Incluiría un detallado estudio de ingeniería ambiental y una amplia consulta con las localidades y gobiernos demandantes… Ojalá alguien tome el relevo y algún día pueda hacerse realidad”
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