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A dos años de cumplir su primer siglo de vida municipal, Cajeme vive la peor etapa de su centenaria historia.
Nunca como ahora estuvo atrapado por la violencia criminal que en los últimos cinco años ha acumulado homicidios en un número superior a los ocurridos en los 95 años anteriores. Ni siquiera en los convulsos tiempos de las luchas agrarias de los años 30s ni en las disputas políticas de los 50s y 60s hubo tantos crímenes como en los años recientes.
Nunca como ahora la economía cajemense se ralentizó, por decirlo de una manera amable, al grado de sufrir el cierre masivo de empresas que hoy se puede ver con sólo caminar unas cuantas cuadras del centro comercial.
Y nunca como ahora el tejido social se había debilitado tanto como lo han ocasionado la miseria cultural que fomentan medios de comunicación masivo, la propaganda oficial y por supuesto la narco cultura. Ante estas expresiones, no ha habido un enriquecimiento cultural que se refleje en conductas sociales positivas. Nos salva en esto la participación de instituciones universitarias cuyo mayor aporte es la formación educativa profesional, aunque todavía nos quedan a deber en una de sus funciones sustantivas: la extensión de la cultura más allá del campus.
Aún de manera incipiente algunas asociaciones civiles, líderes y personas preocupadas por su entorno han destacado la necesidad de construir acuerdos colectivos que involucren a ciudadanía y gobernantes con el objetivo de empujar el desarrollo social que nos merecemos.
Pero son intentos que no están articulados en un frente común, en un programa donde participen asociaciones civiles, líderes de opinión y -por qué no- personalidades de la política y religiosas.
Pensar en esto parece un sueño idealista, ingenuo, pero debe intentarse. La situación lo amerita. O nos dejamos arrastrar por lo que está sucediendo desde hace ya varios años.
Necesitamos despojarnos de los mitos y costumbres pueblerinas que ven un riesgo en las acciones donde participan personas diferentes a nuestra forma de pensar.
Nos urge también superar el maniqueísmo y la estrechez intelectual del discurso político. En particular de la idea de que todo se puede resolver o todo es responsabilidad de la voluntad de una persona, el presidente municipal.
Aunque los presidentes municipales son proclives a presumir que su voluntad es única, decisiva e iluminada y por lo tanto dependemos de ellos para lograr cambios sociales, esto es incorrecto.
La situación que vive Cajeme hoy demanda de manera urgente la participación decisiva de muchas voluntades personales y de grupos sociales y económicos.
Usted dirá que escribirlo es fácil, y tal vez temga razón, pero no tenemos otra opción más que intentarlo. O seguir en este laberinto sin salida aparente.
