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Dios me libre de cometer la herejía, la blasfemia, el sacrilegio de creerme periodista.
Tengo más de 30 años colaborando con periódicos y medios de comunicación radial y televisiva, más de quinientos artículos, 50 crónicas, más de 50 entrevistas en Tribuna y Diario del yaqui, y alguna vez, en este último, 4 colaboraciones el mismo día: un articulo de fondo, una entrevista, la columna “Diario espectacular” del tal Andy Flash y una columna de “Ostimuri Cultural”, más de 60 colaboraciones en la sección Cultural El Quehacer Cultural de Ramón Iñiguez (culpable de mis desatinos tipográficos). Colaborador de InfoCajeme (uno de los sitios periodísticos digitales más respetables en la región, del licencioso en periodismo Sergio Anaya) por más de 10 años. Todo esto sin pago alguno o sea “por amor al arte”. Editor de tres números de la revista “Ostimuri Cultural”.
Lo hago, confieso culpa, con el atrevimiento rallando en la insensatez, sin las armas que brinda una universidad o la experiencia en los talleres de la vida periodística como mis grandes amigos (yo concedo la patente) Sergio Anaya y Sergio Ibarra, o el recuerdo, uno en la eternidad y otro aun latiendo, de los maestros ejemplares: Don Jesús Corral Ruiz y Don Carlos Moncada Ochoa.
Me tocó vender el Diario y el Dictamen de Sonora aquí en Obregon; El Heraldo y el Esto en el D.F., desvelo de la aventura infantil. En el Diario me tocó llevar las barras de plomo a la máquina de linotipo manejada por Moisés Ortiz. Don Jesús, cuando intenté tomar la carrera periodística de la carrilla no escolar, me dijo: ¿Quieres escribir, muchacho? Se levantó de su escritorio, fue a una larga mesa y me dio 10 ejemplares de la revista Siempre de Don José Pagés Llergo. “Lee cómo se hace una entrevista”... y así conocí a Nikito Nipongo, entre otros.
Sin embargo mi vida era la música. (Alguien diría con razón ¡ahí te hubieras quedado!, no que nos tienes tratando de descifrar qué demonios trataste de decir, cuando escribes) Ante la inquisición pública, confieso que lo hice como un reto de mi libertad de expresión, carente de una educación académica, pero con el atrevimiento natural que caracteriza a los que no se rinden en sus metas.
Escribo, en mi atrevimiento, lamentando no tener la magia del conocimiento del dominio gramatical para poder expresar los reales sentimientos de cada palabra escrita. Mi mayor defecto, entre otros, es que escribo con prosa musical y en esta no hay rigurosidad técnica aparente. Imagínense qué fuera de nuestra canción folclórica si José Alfredo Jiménez se hubiera esperado a estudiar música. La inspiración va a la academia a polvear su belleza.
