Desde que la licenciada Claudia Pavlovich Arellano fue regidora del Ayuntamiento de Hermosillo hasta el desempeño de su corta actuación como diplomática en Barcelona, no hubo pausa. Su carrera política fue siempre en ascenso, lo que puede interpretarse en el sentido de que daba resultados.
El triunfo electoral de 2015 que la convirtió en la primera (y única, hasta hoy) gobernadora de nuestro Estado, tuvo el mérito de haber cortado el avance de los panistas y brilló con intensidad porque asumió el cargo con la espada de la justicia desenvainada. La Fiscalía Anti Corrupción no sólo mandó a la cárcel al jefe de la banda (que por cierto no ha terminado de pagar sus cuentas) sino desenmascaró a una docena o más de cómplices vedándoles el regreso a la política.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador, de partido distinto, consideró que poseía los méritos suficientes para incorporarla a la diplomacia, y le confió el cargo citado. Pero no pocos envidiosos se confabularon para “castigarla” por haber aceptado y el PRI la borró de su membresía.
¿Dónde está ahora Claudia Pavlovich? ¿Llegó al final de su interesante carrera política? ¿Le contagió la obsesión del servicio público a una de sus jóvenes hijas, como se lo contagió a ella su madre, la inolvidable Alicia Arellano Tapia? Tengo la impresión de que esta historia no ha concluido.
SE ME BAJÓ EL ENOJO
El jueves y el viernes anduve super enojado con los gringos, por la idea de gravar con aranceles las remesas de dinero que los trabajadores mexicanos que laboran al otro lado envían a sus familiares. Si me topo con uno podía haber cometido un gringuicidio.
Me tranquilizó un poco enterarme de que algunos legisladores güeros se oponen al propósito del demente Trump. Que haya individuos razonables allá, aunque sean pocos, hace alentar esperanzas.
Me tranquilizó un poco, dije. El consejo de la presidenta Sheinbaum, segunda Claudia en mi columna de hoy, vale oro: hay que mantenerse pendiente.
carlosomoncada@gmail.com