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A mi Madre. In memoriam (1912-1976)

Raúl Héctor Campa García
Viernes 12 de Mayo de 2023
 

“Jamás en la vida encontraréis ternura mejor, más profunda, más desinteresada ni verdadera que la de vuestra madre”.  Honoré de Balzac. Novelista y dramaturgo francés.

Como todo ser humano, tuve a mi madre, ella y mi padre me dieron 9 hermanos, solo a uno mayor no lo conocí (yo no había nacido, “ni programado estaba”, creo),  porque murió prematuramente a la edad de 8 meses, por una picada de alacrán, en aquel tiempo que mi familia residía en un pueblo de la abrupta serranía sonorense. Mi hermanito (Toño), que tal vez en tiempos modernos no hubiese fallecido. Me he imaginado él dolor tan grande que padecieron mis padres, por la pérdida de un hijo, que siempre he dimensionado esa desgracia  que soportaron, quizás estoicamente, atenuado en parte por el apoyo de mis cinco primeras hermanas mayores; tres de ellas fueron un pilar familiar (Alejandrina ayudaba a mi padre en las labores del ranchito y otras a mi madre), en ese alejado pueblo. De ahí nuestra ascendencia y crianza primigenia; un pueblo añorado por una de mis hermanas (la “Jose”).

Mi recordada madre, hija de unos de los primeros revolucionarios de Sonora, anti releccionista olvidado, como muchos, por la historia oficialista (Tte. Coronel Rosario García, perdido en la borrasca revolucionaria; quizás descanse en un solitario paraje o tumba, de un soldado desconocido). Mi abuelita materna sostuvo sola a la familia al desaparecer mi abuelo. Mi abuela fue una mujer de férrea templanza, no se arredró a los embates de sus enemigos (porfiristas) de mi abuelo, que incluso al inicio de la revolución habían asesinado en forma cruel a su hijo mayor (Gildardo), en venganza política; estando muerto, lo lazaron y lo arrastraron a galope de caballo. Esta crueldad, acrecentó en el abuelo su espíritu revolucionario, en acuerdo y a pesar del dolor de mi abuelita. 

Mi madre, en ese entonces, era una niña menor de 3 años; ella heredó ese carácter de lucha de mi abuelo y la templanza de mi abuelita Dolores – Mamá Lola. Mi madre, una maestra rural, fue una excelente alumna de la escuela normal del Estado, regresó a su terruño, Sahuaripa, para enseñar a los niños de un pueblo cercano del lugar en que nació. Allí conoció a mi padre. En su mente siempre estuvo presente en darles una buena educación a sus hijos, sabía que si se quedaban en el pueblo, ese anhelo no lo iba a lograr. Primero salieron mis tres hermanas mayores (Aida Luz, Alejandrina y Josefina), a estudiar la normal en la capital del Estado. Al igual que ella, fueron maestras, obtuvieron plaza para trabajar: dos de ellas en Cajeme, que era el inicio de un emporio agrícola, y la mayor en la Colonia Irrigación (actual Villa Juárez). 

Mi madre no cedió en su empeño de emigrar a una ciudad para que sus hijos se prepararan para ser mujeres y hombres de bien, faltaban los más pequeños (6). Mi padre más conservador, tal vez por su apego a la vida campirana, a su milpa, a su potrero, con sus caballos, vacas, burros y uno que otro buey (de ganado vacuno, no uno de sus hijos: acaso “sería yo señor”), le costó trabajo desprenderse de sus orígenes. Mi madre lo convenció. En 1956 emigró toda la familia, a Cd. Obregón. Sólo mi padre, no se desprendió del todo de su pueblo querido, regresaba en épocas de sequía, para cuidar a sus animales, del ranchito y pasaba otra temporada con los “animalitos citadinos” (su hijas e hijos). Mi madre contenta, estaba logrando su propósito; que estudiaran sus hijos menores (Catita, Alicia, Pancho y José Luís,  La Chacha la menor, y yo. Todos estudiamos, unos carreras técnica, y yo el único Universitario, que tuve que salir de Sonora a estudiar Medicina en Puebla, A mi madre se le notaba la emoción y una gran preocpación  porque a la edad de 18 años, me iba ir tan lejos a estudiar. Todavía recuerdo su bendición y sus recomendaciones: “Dios te cuide hijo y recuerda todo los bueno que hagas será por tu bien y lo malo solo te traerá problemas. Procura buenas amistades, en todas partes existe gente buena, aléjate de falsos amigos, que te pueden inducir al mal. Estudia muchos, vamos estar orgullosos de ti, de que seas médico. No te mal pases, trata de comer bien”, Así me despidió mi madre hace 54 años. Casi todas sus recomendaciones las cumplí. No cumplí eso de que “no te mal pases, trata de comer bien”.

Al final de mi primer año de la carrera, mi padre murió, mi madre tuvo que vender las pocas propiedades que le dejo mi padre, por su enfermedad (cáncer broncogénico) tuvieron que vender, por aumentar los gastos. Mi madre luchona como lo fue, hacía “cundinas” entre familiares y amigos; y con el apoyo de mis hermanas, a duras penas me ayudaron para terminar mi carrera. 

Al final, a tres meses para concluir mi servicio social en la sierra de Chihuahua, mi madre muere a consecuencia de cáncer de vías biliares, con una larga y dolorosa agonía, al igual que la agonía de mi padre. 

Siempre estuve consciente de las dificultades que pasaba mí abnegada, amada y añorada madre, para enviarme el giro telegráfico cada mes. Para pagar asistencia, comer o comprar libros, no me alcanzaba, pero me las averiguaba como podía. Pero le iba a cumplir, como lo hice, su deseo de ser un Médico. No le alcanzó la vida, de verme ya realizado y especializado.

No le alcanzó la vida para conocer a mis hijos, ni nuestros nietos. Únicos nietos que no conoció. Pero está siempre presente, en nuestros recuerdos; mi esposa Edilia y Yo, les contamos de su abuelita (Catalina), de su interesante vida, que fue una abnegada madre y maestra; de  buen cocinar, de su optimismo y templanza, de su amor por la familia; les contamos de su abuelo (Chico) de sus caballos y vaquitas. También de su bisabuelo el revolucionario, les mostramos antiguas fotos color sepia –viejo-: las de mi madre con mi padre, del abuelo revolucionario con mamá Lola (conservo algunas cartas de ellos, de duros tiempos que pasaron en la revolución), con su primo el General Juan Antonio García, ambos con sus carrilleras cruzada en sus pechos, pistola al cinto y apoyados (para la foto), cada uno en su rifle 30-30. 

De Mamá Lola y mi abuelo, mi madre heredó esa entereza y las ganas de luchar por sus hijos, para ser mejores ciudadanos. Con obligaciones y derecho a disentir, con responsabilidad.

Madre querida, siempre pervives en mis recuerdos, cómo olvidarte, por ti nací, soy lo que soy, y seré hasta vernos allá en la eternidad. Creo que estás muy orgullosa de tus nietos; a los que conociste y de los que no tuviste tiempo para conocerlos, pero ahora los ves desde el cielo. No te fallé madre. Te cumplí lo que querías y te dimos, de complemento, unos nietos y bisnietos maravillosos como seres humanos (no soy papá cuervo). Creo que te sentirás feliz, desde el lugar celestial, donde los contemplas. Ellos, como a Dios, también te aman.

Madre, te amamos por siempre.

raulhcampag@hotmail.com 

@RaulHectorCamp1

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