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Museos en mi vida: Bélgica y Holanda (2)

Carlos MONCADA OCHOA
Martes 16 de Agosto de 2022
 

De modo que, les contaba, teniendo como eje el pequeño departamento de París, y una estancia de 3 meses por delante, comencé a moverme a los países vecinos. Primero a Bruselas y Brujas, Bélgica. En la primera ciudad se me me prendió, al mismo tiempo, el amor por la pintura antigua y el gusto por las “moules” (mejillones) con papas fritas (perdón por el paréntesis gastronómico),

Me traje una copia de una obra de Roger van der Weyden que conservo casi intacta porque la fijé en un marco de madera. Este artista data del Siglo XV. Vi ahí obra de Tintoretto, a quien ya conocía porque algunos cuadros suyos tiene el Museo de San Carlos, de la Ciudad de México, y comencé a manejar nombres cargados de misterio y encanto, como Pieter Brueghel El Viejo, Rubens y el impresionante James Ensor, revolucionario en su tiempo, y me parece que aún en la actualidad.

Estos tesoros se encuentran en el Real Museo de Bruselas.

En Brujas me embrujó un museo costumbrista –el palacio Gruuthuse-- en el que aprende uno, sin explicaciones adicionales, cómo vivían las familias burguesas del Medioevo, pero no entro en detalles porque me limitaré sólo a los museos de artes plásticas.

Me escapé dos veces a Holanda en camiones propios para excursionistas. Iba con el ánimo preparado para gozar con la obra de Van Gogh (hay un museo exclusivo para él: ¡una locura!), de Rembrandt y Hals. “Y en el Museo del Estado encuentro un pintor de quien nadie me había hablado: Jan Steen, dueño de un humor dulce y juguetón que produjo, entre otros, La Toilette. Y más que Rembrandt, de quien ya había visto cuadros en El Louvre, me seduce Vermeer con cuatro creaciones maestras: La Cocinera, La calleja, La Lectora y la Carta de Amor”, que se me instala en la mente como predilecta”

Todo lo entrecomillado se lee en la reseña que me publicó El Imparcial el 10 de mayo de 1975.

En cuanto al museo dedicado a Vincent Van Gogh, ya lo dije en el párrafo anterior: ¡es una locura! Conmueve que el artista no aguarda que surjan motivos artísticos para pintarlos, él vuelve artísticos los objetos más ordinarios para el mortal común. Es muy conocida la modesta cama de su cuarto. Y a falta de modelo o de abrigo para ir al campo en días de intenso frío, pintó un par de zapatos viejos listos para el basurero y también un grueso libro, tal vez la Biblia, visto de canto.

De ese museo me traje una copia de su dibujo al crayón negro “Paysant fauchant” (campesino segando) Data de 1885, cinco años de la muerte del genio. Mañana me ocuparé de la pintura que vi en Roma, Milán y Florencia para cerrar el ciclo correspondiente a 1975, y pasar a visitas posteriores a Alemania, Italia de nuevo, España y la entonces URSS.

carlosomoncada@gmail.com

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