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En mi columna de ayer recordé el bombardeo sobre Caborca ordenado por un jefe militar y calculé que habrían pasado de ello unos diez años. Debo precisar, ya con documentos a la mano, que fue en el verano de 1988, hace más de veinte años. Era gobernador de Sonora el ingeniero Rodolfo Félix Valdés.
El que fue aguerrido cabecilla de mafiosos, Rafael Caro Quintero, fue entrevistado por la revista “Proceso” al respecto, pues los sospechosos de narcotráfico, cuatro en total, abatidos por el ejército durante el ataque, eran de “sus muchachos”. Caro confirmó lo que ayer se comentaba aquí: que el ataque con bombas fue una revancha del comandante de la zona militar con sede en Hermosillo, general Miguel Ángel Barrón Viescas, pues su hijo, acusado de tráfico de drogas, había sido muerto en un enfrentamiento registrado en Ciudad Obregón, enfrentamiento que sus compinches aprovecharon para matarlo pues lo consideraban traidor..
El recluso hizo graves señalamientos contra comandantes del Ejército y de la Policía Judicial Federal, entre ellos Florentino Ventura, contra quien poco más tarde hubo pruebas apabullantes. También abrió la posibilidad de que los helicópteros, más de uno, aunque no precisó el número, hubieran sido proporcionados por la DEA. Y concretó que para facilitar la operación de esos aparatos, policías amafiados golpearon a los operadores de la torre de control en Hermosillo.
Este breve vistazo hacia el pasado muestra el tiempo que los caborquenses han vivido en un decir Jesús 30 o más años. En un tiempo era tan claro el dominio de los criminales en la ciudad, que en las fiestas de Navidad u otra celebración popular, los jefes de la delincuencia dejaban sobres con dinero en los cruceros céntricos para los agentes de Tránsito que los consentían.
¿Ustedes qué creen: que de entonces para acá el delito ha crecido en Caborca o que va en declive?
NOSTALGIA DE LA EXPO
Que volverá la Expo Ganadera, se dice, con pandemia y lo que le agreguen, Si se respetan con celo los protocolos sanitarios se habrá construido un peldaño más hacia la normalidad.
La verdad es que la gente, a la vez que cierto temorcillo por el riesgo si se forman multitudes, siente nostalgia de la Expo. La elección de una reina que desfilaba por las calles principales, con menos baches que hoy, y creaba el plantón de familias enteras en las banquetas que le aplaudían al verla, probaba una vez más que vivimos en un pueblo grande, pero pueblo.
Y llegó a haber hasta eventos culturales en dos o tres ocasiones, para que no se dijera que los ganaderos son broncos por su vida en el campo, no por incultos. No pedimos tanto ahora. El avance hacia la normalidad ha de ser por etapas, sin olvidar que la celebración de la Expo implica también la generación de recursos. Que venga, pues.
carlosomoncada@gmail.com
