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Que se exprese la condolencia oficial por la muerte de Vicente Fernández y no por la muerte de Manuel Puebla Peralta no se debe, creo yo, a que el cantante de ranchero haya sido más grande que el ingeniero químico y maestro, sino porque el autor de la condolencia así lo cree. Hay libertad de opiniones. Y en nada afecta el mérito, difícilmente superable, de Manuel.
En mi mente de reportero está viva la emoción de aquellos años en que se llevó al cabo el Primer Congreso Industrial de Sonora que desembocó en el diseño del Plan de Diez Años para el Desarrollo Industrial de Sonora. Al mismo tiempo, se crearon en la Universidad, con el apoyo del gobernador Luis Encinas, las carreras necesarias para preparar los profesionales que en ese momento eran necesarios. Se construyó entonces el edificio de Ciencias Químicas.
Al Congreso siguieron las Jornadas de la Alianza para el Progreso, puente hacia los inversionistas gringos interesados en Latinoamérica; la Asamblea de Promoción Industrial y Comercial que presidió el secretario de Industria y Comercio Octaviano Campos Salas, un Seminario para el Fomento de las Inversiones y la Primera Reunión de Directores de Planeación, Promoción y Fomento Industrial del Noroeste. Todas estas actividades, aquí, en Hermosillo.
Se creó entonces la planta de investigación de Puerto Peñasco, asociados nuestros técnicos con los de California y Arizona, en donde se desalinizó agua de mar a nivel experimental, se desarrollaron frutas y legumbres en ambiente controlado y se cultivó el camarón. El nombre de Sonora sonaba en todo el país y más allá..
Y también el nombre de Manuel Puebla Peralta, director de Planeación y Fomento Industrial, director de la Escuela de Ciencias Químicas y padre del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Sonora, CICTUS, desde hace unos años Instituto Su talento se hallaba en su apogeo. Imaginativo e incansable, apoyado por un equipo de jóvenes, empujaba en todos los frentes.
Se diseñaron operaciones para impulsar los cítricos en Hermosillo-Guaymas-Empalme, la fruticultura en Magdalena, una cuenca lechera en Caborca, y en cada región lo que iba bien con su vocación natural. No se llegó a los resultados planeados porque faltó audacia a los inversionistas de casa y hubo factores que frenaron el avance, como la huelga de universitarios en 1967 y el hecho de que el sucesor de Luis Encinas no dio continuidad al Plan de Diez Años. Quedaron cadáveres de proyectos, como la planta de stramit que convertía la paja de trigo en madera.
Pero se elevó el prestigio de Sonora y se cosecharon valiosas experiencias. Y éste es apenas un aspecto del legado que nos dejó Manuel Puebla Peralta. Luchó sin cesar, siempre con fundamentos científicos, por el aprovechamiento de las plantas del desierto (la jojoba, en el caso de Sonora; el barbasco en el sureste, la yuca) y la conservación de las especies marinas amenazadas por la extinción o por el saqueo de barcos extranjeros.
En su vida hay material para una brillante biografía. Dejó un adelanto en su libro “Retos y obstáculos para el desarrollo”. No más le faltó entrarle al canto ranchero, pero dejó esa tarea para otros.
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