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Como cualquier otro ciudadano, maldita la gracia que me causa que suba el gobierno las tarifas de los servicios. Quisiera que lo que cobraban por el agua y la luz jamás se modificara, que lo que pagaba hace quince o veinte años se quedara igual para siempre. Pero también como cualquier otro ciudadano, poseo cierto grado de comprensión e inteligencia, y sé que los precios de la tubería, las tarifas de la energía eléctrica que mueve las plantas generadoras, las herramientas, la renovación de equipos va siempre para arriba, para arriba y que lo que se recauda de los usuarios no alcanza.
De manera especial hay que destacar que los sueldos de los trabajadores que con su esfuerzo hacen que tengamos en nuestros hogares agua y luz, durante las 24 horas del día, no pueden quedarse rígidos, inmóviles, sin variación. Ni los sueldos de los contadores que administran y los de los ingenieros que permanecen atentos a las ampliaciones de las redes y el buen funcionamiento de las máquinas.
No me gusta que suban las tarifas, pero es necesario incrementar los ingresos para que los servicios no se vengan abajo, que se mantengan en marcha, y no sólo que se mantengan sino que mejoren.
Habrá que discutir qué tanto han de subir las tarifas, no exagerar pero tampoco incrementarlas en una bicoca que no será de gran utilidad. Pero de que suban, es necesario que suban. No les hagan caso a los gobernantes que rechazan el aumento para mantener la facha de simpáticos. Los que nos dicen la verdad aunque duela son los mejores. Ésos nos convienen.
EL ASESINATO DEL MACHI
El 1º de noviembre de 1953 ingresé al Diario del Yaqui de Ciudad Obregón de corrector de pruebas con horario de 13 a 15 horas y de 17 horas hasta que la edición del periódico quedaba lista para entrar en la prensa, lo que podía ser a la una o las dos de la madrugada. Luego, a dormir, no sin echarme un café en el mercado con los obreros. ¡Ya era periodista!
El reportero de policía, desde donde estuviera, verificaba por teléfono sus fuentes por si había ocurrido un accidente grave o cualquier hecho de sangre, lo que lo obligaba a ir a la redacción a escribir la nota. Y yo también tenía instrucciones de hablar con el mismo objeto a la policía y a la Cruz Roja. Aquella noche del 26 de noviembre no lo hice porque corregía la última prueba cuando aparecieron en los talleres el director Jesús Corral Ruiz y el gerente Alfonso Castañeda, y me llevaron a una fonda a comer menudo y luego a casa.
Dimos por descontado que el reportero de policía Manuel Burrola Santana, había verificado sus fuentes, aunque no lo había hecho. Y esa noche, una noche como la de hoy, el líder Maximiliano “el Machi” López, fue asesinado a las puertas de su casa. Me enteré porque a las 8 o 9 de la mañana, cuando trataba de despertar, oí el grito estentóreo de un papelerito voceando en la calle la noticia del homicidio en la “extra” de una sola hoja lanzada a la carrera por el vespertino El Heraldo del Yaqui. Nosotros no dimos la noticia hasta el día siguiente.
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