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El gobernador no dora la píldora: lo escuché ayer enumerando con entusiasmo los proyectos que harán recuperar a Sonora su antiguo prestigio de entidad próspera gracias al apoyo del Presidente, pero sin prometer que esa recuperación se logrará de este año al próximo. Se requerirá algo más de tiempo para sanear las finanzas desnutridas que le dejaron. No hay como hablar con franqueza.
Por ese lado, se ve bien el futuro próximo. Pero por otro lado, no se ve tan bien. El gobierno federal dejó a su suerte la política hidrológica del Valle del Yaqui. Ahí se aplicará, curiosamente, la estrategia de Claudia Pavlovich. Mientras se trabaja en la apertura del canal o acueducto que llevará agua de las presas al nuevo distrito de la tribu, si se registra una sequía, aunque no llegue a ser grave, le dará en la torre a la producción tanto de los agricultores como de los propios yaquis. Quién sabe si habrá agua para ellos al terminar el sexenio, pero para entonces habrá alguien a quien endosarle el paquete.
Por primera vez en un chorro de años no asistí a la ceremonia de aniversario de la Universidad porque atendí la sugerencia contenida en el boletín de prensa: ver la ceremonia desde casita para no aumentar la aglomeración. Ya me sé la canción, es cierto, de que la Casa de Estudios está entre las veinte mejores del país, pero me enorgullece igual cada vez que la oigo. No se goza, como cuando está uno presente, la emoción de compartir la de los estudiantes galardonados, pero algo es algo.
Por ese lado, se ve bien el futuro que por el camino de la educación superior amplía cada vez más Sonora. Pero por otro, se ve horrible que Cajeme, mi tierra natal, año tras año continúa envuelta en esa atmósfera de sangre que no tiene para cuándo cesar. ¿Se vale soñar con el porvenir que espera al bebé si la bala de los asesinos lo mata en los brazos mismos de su madre? ¿Se vale que cualquier cajemense, hombre o mujer, haga proyectos para mañana si no sabe si tendrá vida el día de mañana?
Me van a decir que he visto muchas películas de acción, pero me pregunto si no existe un puñado de agentes adiestrados que suban a la carrera a un helicóptero en cuanto les avisen que hay balacera por tal rumbo, y persigan por aire a los delincuentes y vayan orientando a las fuerzas que avanzan por tierra. ¿O hay instrucciones de ponerles los semáforos en verde a los criminales para que escapen sin dificultad?
Bueno, pero no debo ponerme pesimista ni trasmitir pesimismo a los lectores. Las cosas se ven bien, muy bien, desde cierto punto de vista, y espantosas y crueles desde otra posición. No es posible que todo se dé a nuestro gusto. Y para que sepan
que no todo está de la patada, piensen los lectores que aunque Cajeme está en manos del crimen organizado desde hace, digamos, seis o siete años, son más los vecinos que viven todavía que quienes han sido asesinados. ¿Por qué no va a tener suerte, usted que me lee, y seguir con vida otros seis o siete años?
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