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Vidas Perrunas

Raúl Héctor Campa García
Domingo 25 de Julio de 2021
 

Mientras más conozco al hombre más quiero a mi perro. Lord Byron.

No sé por qué dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Creo que ambos se menean la cola. Escribo “hombre” haciendo referencia a mujeres y hombres y no decir la perra o el perro, por aquello del brete de la nueva forma de dirigir la “neo lengua” impuesta por las personas ideólogas de tantos géneros. Entonces: a lo que “te truje Chencha” o séase, Tencha u Hortensia.

He visto a través de mis andanzas por pueblos y grandes ciudades, las condiciones y el comportamiento de estas especies de animales (canes y seres humanos), que domésticamente han convivido juntos desde tiempos inmemorables. Mostrando en ocasiones, la esencia humana, semejantes a la vida de este animal – me refiero al perro-. No sé, si el hombre es el mejor amigo del perro o al revés; pero existe una complementación en ese binomio “quimérico” casi parecido a un fauno o un centauro (mitad hombre y mitad bestia), más real: Homo-canis o Canis-homo (canis lupus familiaris).

Tienen mucho en común. Ambos pertenecen al reino animal, son mamíferos y aunque preferentemente los perros son carnívoros, también pueden alimentarse igual que los humano, omnívoramente; hasta se enamoran uno del otro. Los dos, cuando se enojan o les molesta algo, “gruñen” y cuando están contentos se mueven la colita.

En la era de los dioses, cuentan que hubo un centauro “que era una buena persona” ¿los otros eran muy perros? Así como existen hombres buenos y malos, hay perros con esos comportamientos; unos que perrunamente actúan bien y otros perronamente mal. En la forma de ladrar y en el movimiento de la cola, reitero, se les nota. Así también en el ser humano se percibe su manera de comportarse. ¡Perro gruñón es mi patrón! ¡Ese hombre se echó como un perro rastrero a los pies del amo!¡Perro lambiscón! El perro, discriminatoriamente, ha sido punto de referencia del comportamiento humano.

Cierto es que he visto perros fifís, que gozan de buena vida que les otorgan sus amigos los seres humanos, ellos no la buscan, se las ponen en recipientes plateados. Les dan comidas balanceadas, dietéticamente nutritivas, los sacan a pasear a los parques y, algunos de sus amos, recogen sus desechos en bolsa de plástico, otros solos los arrinconan para que hagan sus necesidades atrás de un árbol, matorro o contra una pared para que suban una de sus patas traseras o semi postrados en sus cuatros patas, orinen o evacuen; dejando sus inmundicias pestilentes a la intemperie. Muchos de los humanos que vivimos en un tiempo en una comunidad rural de una lejana serranía, hacíamos nuestras necesidades fisiológicas al aire libre o en fosa séptica ¡si había!… de “aguilita”. Quizás, a algunos en esas comunidades, un perro les echaba ¡aguas ladrando! cuando furtivamente hacían sus necesidades avisándoles que se acercaba alguien.

A los perros pirrurris, les hacen sus citas periódicas con el veterinario- estilistas, para sus chequeos de salud, aplicación de vacunas, bañarlos, alisarles o rizarles el pelambre o curarlos de uno que otro achaque de causa infecciosa. Epizootia, le llaman los médicos a las enfermedades caninas, que pueden trasmitir a los humanos o ser vectores de bacterias y virus que infestan a las garrapatas que les brincan a su peludo cuerpo (Rickettsia, moquillo u otra enfermedad por virus, hasta el antiguo coronavirus, no tan virulento como el de ahora, que les produce diarrea), o si por accidente se le fracturó algunas de sus patitas, se la enyesan y les adaptan “unas muletas” con llantitas, para que el hueso repose y se consolide y si es posible, vuelva a deambular normalmente o cojee (caminar con cierta dificultad, para que no se mal interprete), nada más tantito.

Estos animalitos, los canes, son excelentes acompañantes, tan buenos son, que algunos duermen en la misma cama de sus dueños. Aunque la mayoría tienen sus confortables camitas redondas en el piso, dentro de casa, donde se “enroscan” para dormirse. Son tan amorosos – cuando andan de buenas- que dan besos de lengüita, aunque sean del mismo género (hembra o macho, con sus queridos seres humano sin importar eso … de género). En invierno le ponen sus gorritos y sus chalecos de lana gruesa, para que no sufran de frio y en el calor los tienen dentro de sus casas refrigeradas. Pobrecitos.

Cuando un aristócrata perro o perra fallece, se arma un duelo familiar, más que en la muerte de un pobre viejito humano. Les hacen una ceremonia fúnebre, un sepelio (cundo “se peló” de esta vida el animalito), con cierta parafernalia canina, y con el entierran sus recuerdos de convivencia. Hasta les dedican sentidos epitafios, y más si el perrito es de pedigree, de alcurnia pues. Pero también algunos perritos corrientes, cruzados con perros de la calle (vagabundos, mostrencos), los adoptan y cuando mueren también les dedican una ceremonia mortuoria; hay quienes los incineran y guardan sus cenizas en elegantes urnas con hermosas alegorías. Ejemplo de un sentido epitafio post mortem canina: “Querido Luther, nuestro bonito perrito, extrañaremos tus aullidos. Aquí yaces y yaces bien tu descansas y nosotros de tus ladridos, también …amen”.

Nunca falta la elegante foto del difunto canino. Hasta aquí tal parece que, el hombre es el mejor amigo del perro.

Pero existen las otras variedades de perros, sin pedigree de esos que nos encontramos vagando por las calles; caninos que no tuvieron la suerte de cruzarse con otras razas aristocráticas. Deambulan llenos de llagas, lagañosos (legañosos),

parasitados de pulgas, garrapatas y otras “inches” chinches, que se les trepan en los basureros callejeros de las periferias de las ciudades o en pueblos olvidados por las autoridades. Los vemos rascándose su cuerpo para atenuar el prurito que les causas los parásitos; se rascan con las garras de sus patas desde las orejas hasta la cola, a veces con ansiosas mordidas para quitarse los bichos que pululan sus cuerpos.

Signos de la sarna se evidencian en su habitus exterior, famélicos, por la desnutrición crónica, por enfermedades y carencia de alimentos; exhibiendo su esquelético cuerpo cubierto por un “luido” cuero cochambroso. Se la pasan buscando alimento por las calles polvorientas, en los botes y canastillas con basura de las casas que están cerca de sus andanzas territoriales o de más allá. Se les encuentra solos o en compañía de dos o tres compañeros que padecen la misma situación; la de deprivación social. Se les aparta en forma discriminatoria o se le apedrea, por su aspecto desaliñado o por desparramar la basura de un contenedor. Al igual que a esos pobres seres humanos en indigencia.

A veces se les ve siguiendo los pasos lerdos, tambaleantes de algún indigente (humano), tal vez su “amo” en turno, pero con semejante situación de deprivación social con que calladamente, ambos se solidarizan sin aspirar ni remotamente, a la esperanza de salir de la pobreza y mejorar su fugaz existencia en este mundo que circunstancialmente les tocó compartir hasta la muerte. Se reparten el botín encontrado en la basura para saciar el hambre del día a día.

A pesar de la vida de perro callejero, en esta situación, el Perro es el mejor amigo del hombre.

Los dos “amigos” son rechazados por una mayoría de la población: el ser humano olvidado por sus semejantes –los humanos-; lo mismo le sucede al perro callejero. Aun, que ambos se cobijan acurrucados bajo una sucia manta o bajo unos cartones en alguna banqueta, túnel o paso de desnivel, los dos, en ocasiones son perseguidos por supuestas sospechas de algo; los perros son perseguidos por las brigadas sanitarias municipales, atrapándolos y conducidos en sucias perreras a algún centro antirrábico para castrarlos o provocarles esterilidad con procedimientos quirúrgicos para que no se reproduzcan y no sean causas de graves enfermedades. O, los trasladan a un centro de exterminio (cual si fuera un campo de concentración perruno tipo Auschwitz, como en el nacismo alemán); los sacrifican en aras de “seleccionar la raza perruna pura”.

Para el humano quizás la muerte “natural por inanición” la vea “normal” o existen pruebas de querer coartar su existencia antes de nacer, desde el momento de la concepción, en aras de “evitarle un sufrimiento futuro” (¿a quién?). Quizás, esto último también sea común en sus semejantes aristocráticos bajo las siglas del ILE (ilegal a la naturaleza, la Interrupción - ¿? - Legal del Embarazo, prácticamente una “eutanasia” selectiva).

Así transcurren sus tristes vidas, ante la inconciencia colectiva de una gran parte de la humanidad, salvo de las Asociaciones de Protectoras de Animales, colectivos que luchan por la Vida Humana desde el momento de la concepción, hasta la muerte natural y otras agrupaciones altruistas, samaritanas de la sociedad civil.

Mientras los políticos ni ven ni escuchan, sólo oyen los gritos desesperados de unos cuantos. No escuchan los reclamos.

Animales ambos (humano y perro), se despiertan al goteo de una triste lluvia que interrumpe sus cansados sueños en un somnoliento amanecer, bostezando; perro y hombre, con un dejo de nula esperanza. Él triste, y el can con ojos de asombro y de tristeza, parando las orejas dirigidas hacia un sonido musical escuchan la melancólica canción original del cantautor venezolano Ali Primavera (Venezuela 1941-1985), las últimas estrofas de Techos de Cartón (mejor conocida por Las casas de Cartón):“…qué triste viven los niños en las casas de cartón / qué alegres viven los perros en casa del explotador/ Usted no lo va a creer, pero hay escuelas de perros/ y les dan educación pa que no muerdan los diarios/ pero el patrón hace años, muchos años/ que está mordiendo al obrero) /Qué triste se oye la lluvia en los techos de cartón/ qué lejos pasa la esperanza en las casas de cartón”. El perro callejero da un “gruñido de asombro: ¡gauuuu grrr!

(Nota: ahora, no todos los patrones son explotadores y no todos los obreros se dejan explotar a menos que los representen sindicatos charros, de esos que gruñen y ladran como perro, pero no muerden … al patrón).

Claro, también hay en la existencia perruna, como en la humana, que son felices, en su honrosa medianía. En ocasiones se mezclan con los canes fifís y conviven con los vagabundos. Los políticos perros pregonan aquella mediania, pero incongruentemente, ellos no la llevan a la practica en su vida, tienen retórica de ladridos, pero estos, SI muerden.

Por todo lo anterior a veces me pregunto, cuando alguien se queja de: “Me dan una vida de perro” ¿A cuál vida perruna se refieren a la primera, de los “fifirulais”, a la segunda del garrapatoso y pulgoso perro callejero o, a esta última vida clase-mediaria del canis-homo, aspiracionista?

raulhcampag@hotmail.com 

@RaulHectorCamp1

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