En la narración del crimen número 32 del mes de febrero de este 2021, un perro, ladrando seguía cada paso que uno de los policías daba en torno al cuerpo de un hombre que momentos antes acababa de ser acribillado. El policía volteaba y le gritaba al animal con el ánimo de asustarlo, pero este se empeñaba en ladrarle y seguirlo hacia donde se movía, uno de los reporteros que daba cuenta de aquel crimen comenta: Ojala que el policía entendiera el idioma de los perros, a lo mejor el animal le está diciendo quien fue el que cometió este crimen.
En otro acto de este tipo, creo fue el crimen 39 del mes, otro reportero cumpliendo el encargo de dar a conocer este suceso, da fe que en medio de esa tragedia , un policía juega monótonamente y en forma despreocupada con una pelota, a escaso metros del cuerpo que ya sin vida yacía en medio de la calle.
En el crimen 42 del mes, cuando otro reportero también daba cuenta de este fatal suceso. Menciona que el número de crímenes en lo que va del año 2021 y faltando diez días de terminar el segundo mes, rebasan ya el centenar y supera el millar en la presente administración. Sabedor este reportero de las lides reporteriles y de las cuestiones y lenguaje policiacas, cuenta que las balas calibre 9 milímetros, 40 milímetros, 45 milímetros, 7.62 milímetros, y 2.23 milímetros están regadas por lo largo y lo ancho de la ciudad y entre triste, amargado y con todo el coraje que le puede salir en cada una de sus palabras, manifiesta su rabia y su impotencia y remata diciendo: No, no hay poder humano que pare esta estela de crímenes, esta baño de sangre.
La pregunta es, ¿serán ciertas las palabras fatalistas de este reportero?.
Ojala y no, ojala que sí haya un poder, que este salga de alguna parte, que se manifieste de algún modo y de alguna manera y sea capaz de erradicar esta horrenda ola de crímenes y que en los años posteriores los cronistas de la ciudad den cuenta de esto como de una pesadilla.
Mientras tanto tal como se ve en nuestra sociedad, en todos sus estratos sociales, en todos sus niveles políticos y económicos se ha ido perdiendo la capacidad de asombro, los varios miles de muertos productos de las balas de cualquier calibre regados en las calles de la ciudad ya no sorprende a nadie, hasta los niños en compañía de sus padres asisten en forma morbosa a observar al hombre, mujer, niño o anciano que le acaban de arrebatar la vida. Mientras esto pasa, los miembros de las corporaciones policiacas llevan a cabo su rito acostumbrado de trazar un cerco perimetral en el lugar de los hechos, colocando cintas amarillas para delimitarlo. Los llantos de los dolientes, mujeres y hombres quedan ahí por unos momentos, en ocasiones por unos días.
De cada uno de estos sucesos la policía da cuando y dice: se llevará a cabo el levantamiento de una carpeta de investigación. De estas carpetas ya llevan decenas, centenas. Lo más seguro es que estas se encuentren en el cuartito de los olivos.
Mientras tanto las estadísticas de muertes violentas suben día a día, de uno en uno, de dos de tres en tres. A veces de cuatro en cuatro.
También la autoridad en todos los casos dice que los criminales se fueron, casi todos ellos agarraron por el mismo rumbo. Un rumbo desconocido.
Yo como Blas de Otero, escribo y digo: en defensa de la ciudad, del hombre, de la mujer, del niño. Pido La paz.