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La chamagosa (Un cuento en Pandemia)

Raúl Héctor Campa García
Martes 04 de Agosto de 2020
 

Frecuentemente se le veía deambulando por unas de las grandes calzadas de la Ciudad de México. Pasaba de los 50 años edad, su piel, a pesar de su aspecto físico, delataba su probable origen sajón. De complexión delgada, blanca, cabello rubio maltratado, ojos azules, sucia vestimenta, pantalón y chaqueta de color café, camuflaban su descuidado vestir. Su desaseo era evidente.

Sobre su espalda cargaba un morral ¿quién sabe que contenía? Siempre se le encontraba en el mismo lugar, sentada en cuclillas, meciéndose, su vista perdida sin saber a dónde, con un refresco de cola, por un lado. De vez en cuando movía sus labios, como si estuviera en un soliloquio. A pesar de su aspecto indigente, no pedía limosna.

 

Alguien, se detenía a observarla, algo le llamaba la atención. Siempre la encontraba en el mismo lugar, a veces somnolienta, manifestada por sus continuos bostezos, seguidos por un breve trago a la bebida de cola; quizás para que le durará más el contenido de la botella de 600 mililitros.

Ese alguien, una mañana la encontró, como era su costumbre, sentada en cuclillas, meciéndose y con su bebida, por un lado, en su breve espacio que ocupaba en una parte de la banqueta, bajo la sombra de un viejo árbol de tronco y brazos de color negruzco, por el tinte del smog de la gran ciudad. Ella extrajo del morral. una cajita de cartón que contenía las rectangulares cartas de una baraja.

 

Él observador se acercó un poco más, a cierta distancia. La mira sacar de la cajita de cartón, una a una las cartas de naipes, las va acomodando en el piso de concreto de la banqueta, haciendo una hilera de 7 cartas, coloca otras cartas sobre cada una de las primeras; deja por un lado la mitad de la baraja. Al estar más cerca, se percata que es una baraja española, por las tradicionales imágenes de: oros, copas, espadas, bastos, sota, caballo, rey. Pensó que, para quitarse algo de aburrimiento, jugaría un “solitario”. De nuevo mete su mano al saco y extrae un pedazo de cartón donde viene escrito el signo de pesos y el número 20 ($20) y otro pedazo más grande, con el un anuncio: “Se leen las cartas, la palma de las manos. Se hacen diagnósticos por técnica de medicina china, por 20 pesos”.   

De esta actividad ha de sobrevivir -pensó. Con razón no pide limosna. Su desaliñada apariencia, le hizo creer que se mantenía por dádivas de algunas personas samaritanas ...quizás. En ese tiempo que la observó, nadie se acercó a solicitar sus servicios.

En ocasiones trataba de saludarla con un, buenos días, o buenas tardes, nunca contestó. Permanecía, con la cabeza agachada, de vez en cuando volteaba hacia el cielo. 

Creo que no está bien de sus facultades mentales- se dijo así mismo él observador.

 

Dejo de verla por 6 meses. Él se había ausentado de la gran ciudad. Cuándo regresó, volvió a sus cotidianos recorridos, por la misma gran calzada, rumbo a la zona de Hospitales. 

Se extrañó no ver a la mujer en lugar de siempre, sentada en cuclillas ¿Cambiaría de lugar, para ofrecer sus servicios de cartomancia – de adivina, pues- para predecir lo incierto del futuro y sus diagnósticos alternativos de enfermedades? – se preguntaba.  

Por un tiempo no supo nada de ella.

 

Los medios de comunicación informan de una enfermedad provocada por una nueva cepa de un conocido virus, con mayor poder de contagio. Enfermedad que hacía escasos dos meses se había presentado en China, y que se estaba esparciendo hacia otros Países. Pero las autoridades gubernamentales de México, a través de la Secretaria de Salud, no le habían dado al inicio, la importancia debida. Incluso el País, había exportado a China millones de cubrebocas. La vida en la Ciudad continuaba en su general cotidianeidad, como si nada extraordinario fuese a pasar.

 

Un día, saliendo de un conocido lugar gastronómico y de venta departamental, que se encuentra, por la conocida avenida de la Zona de Hospitales; para ser más preciso, el restaurante que está ubicado en frente del Hospital General Dr. Gea González, contiguo al Instituto Nacional de Oncología; ve con sorpresa la figura desaliñada de una persona que al momento la identificó, con aquella mujer: La Chamagosa. 

Ella se asomaba a través de la ventana hacia el interior de un local muy conocido, donde su principal venta era café. La saludó. Ella voltea a verlo, sin contestar. 

¿Quieres un café o un refresco? – Le preguntó. 

Coca – contesta ella, en forma parca, con distintivo tono extranjero.  

El, entendió su pedido, refresco (no se imaginó otra cosa). Entró a la cafetería compró la gaseosa de cola de 600 ml. Ella, destapa la botella y le da un pequeño sorbo. Le agradece e intenta alejarse. 

Espera – insiste en hablar con ella- ¿de dónde eres? – le preguntó. 

De los “estadouoss unios” – contesta con su “pocho lenguaje”, en español. 

Allá vives –continuo la breve plática- “Nouu yaa tengo tempo aquí en ciudad de mecsico” – le dijo.

¿Vives cerca de aquí, que haces en esta gran ciudad alejados de los tuyos? 

Ella se tarda, como pensando en contestar. Voltea lo ve, le sonríe y dice: “Vivo poco lejus. I here, me atiendo de una enfermedad”. 

Su pálida facies y esmirriado cuerpo, hace evidente su padecimiento … posible ¡cáncer!

¿Qué tienes? – insistió en preguntarle.

Un tumor, mi tener cáncer y estoy en tratamiento en el Instituto, allí–  contesta, señalando hacia dónde está situado el Hospital, intentando de nuevo alejarse, con paso lento, con su cabeza erguida, mostrando una singular indiferencia.

Espera – le vuelve a preguntar- ¿necesitas que te ayude en algo? Ella se voltea de nuevo, sin detener su caminar, diciendo- “Nouu muchchaas Thank you, bye”. 

EL hombre no insistió en su propósito de saber más de su aparente e intrigante y solitaria vida. Su propósito era escribir una historia, la de ella. Del ¿por qué de su estancia en nuestro país? ¿Sería una interesante vida de una persona en aparente estado de indigencia?  

Quizás en otra ocasión lo intentaría, murmuro con resignado silencio.

 

En el País, se presentaban los primeros casos de la nueva pandemia, poca gente tomaba las precauciones para evitar contagios. Él se ausenta de nuevo de la Ciudad de México, regresó a su tierra, en el noroeste del País. 

Al mes de los primeros casos diagnosticados en México, de ésta enfermedad ocasionada por coronavirus, empiezan a conocerse cada vez más enfermos en los diferentes Estados de la República. La letalidad va en aumento. En cinco meses de la llegada de la Pandemia al territorio mexicano la curva de casos notificados no desciende. El país, ocupa el segundo lugar de Mortalidad en el mundo.

 

De regreso a la Ciudad de México, inició de nuevo la cotidianidad de sus recorridos por la calzada de Tlalpan, por la zona de hospitales. Al pasar por el lugar, volteaba hacía donde siempre veía sentaba en cuclillas a la señora chamagosa; pero no estaba.

 

La ciudad la encuentra menos ruidosa, hay una disminución en la circulación de automóviles, personas deambulando por la gran avenida, algunos locales abiertos, a pesar de la declaración del semáforo epidemiológico, propuesto por las autoridades de la Ciudad, según la incidencia de casos, con la intención, en lo posible, de ir regresando a la normalidad. Algunas personas que circulan a pie, no usan cubrebocas. A estas alturas de la pandemia, parte de la población del País no creé que la enfermedad exista; hay una sensación dual, de aparente tranquilidad y por otro, un temor latente de que la pandemia sigue sin domarse. Los enfermos y la mortalidad siguen aumentando.

 

De vez en cuando, él voltea hacia las aceras de la calzada, en busca del personaje de una historia frustrada, que no lo encuentra en sus recorridos, aun al visitar otros lugares de ésta contrastante ciudad, donde se percibe una tranquilidad aterradora. 

La chamagosa no aparece por ningún lado. Recordó de ella, su evidente pobreza, su descuidada persona, su desaseo.

¿Le pasaría algo, se contagiaría con este nuevo virus? Pensó, en lo que alguna vez escuchó de un insensible político, que: “la pobreza, hace a los que la padecen, inmunes a la enfermedad”. ¡Qué estupidez! – exclamó hacia su interior. La señora padece cáncer y su supuesto tratamiento la hace presa fácil de esta enfermedad, las defensas de su organismo estarán disminuidas. 

 

Cavilaba sobre el posible destino de la vagabunda mujer chamagosa. Algo le tuvo que haber sucedido. Quizás su existencia había terminado en un solitario lugar, en total abandono en algún hospital y en esa soledad a la que ella estaba acostumbrada.

Quizás su muerte, si es que sucedió, no haya sido por la enfermedad provocada por este virus, sino por su cáncer. Aunque así hubiese pasado, por ésta u otras causas, las condiciones del lugar donde posiblemente ocurrido su deceso, serían semejantes a las de otras personas que ahora fallecen por coronavirus. En una soledad, en una agonía terrible, qué al encontrarse, tal vez, en un hospital reconvertido o no en “covidero”, rodeada de otros enfermos, aumentaría más su angustia. A pesar de la buena atención de los médicos, de todo el personal de salud, con su aparente estoicismo; si no había esperanzas de salvar vidas, confortaban a estos pacientes quizás contagiosos, exponiendo también su propia vida en caso de enfermarse. 

 

Pensaba que la chamagosa, había terminado sus días rodeada de gente desconocida, como desconocida fue su existencia, escuchando hasta el último momento cercano a su final, los sonidos de sus mismos jadeos, con su dificultad para respirar o escuchando los ruidos de los aparatos que utilizan para dar apoyo de ventilación pulmonar asistida… los ventiladores mecánicos. Escuchando el sonido constante provocado por los monitores de los signos vitales. 

Al final, ya no escucharía la señal de la línea horizontal, plana, reflejada en el monitor centinela que anunciaba su muerte.

Ningún familiar a quien dar aviso de su deceso, ningún amigo. Solo la trabajadora social en turno, se comunicaría con alguna funeraria, para que se encargue de su incineración, pagada por el mismo hospital, con que se tiene un convenio. 

 

A pesar de las especulaciones mercantilista que ha caracterizado esta pandemia, el proceso último de volver en cenizas, lo que hacía poco tiempo era una solitaria vida, existe en el ser humano, atisbos de humanidad, actos de misericordia. 

Antes de morir, si es que falleció ¿Estuvo socorrida por un sacerdote, para darle los santos oleos, con la esperanza de una milagrosa recuperación? Para recordarle de que: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Quizás eso es lo que somos, una microscópica ceniza que se esparce por doquier.

La Chamagosa –pensó- descansa en paz, más de la que aparentaba tener en su intrigante y solitaria existencia. No la paz del sepulcro, en donde los restos mortales se depositan. En donde los cuerpos inertes, rígidos, poco a poco se corrompen, peros sus almas deambulan, se perpetúan, en la memoria de alguien… si es que ese alguien existe, para recordarla.

 

Sus cenizas, que algún “piadoso” empleado de la funeraria que se encargó de su cremación, probablemente las haya esparcido por la gran calzada, por la zona de hospitales, para ahorrarse la urna funeraria. Recipiente adornado, donde la mayoría de las gentes guardaran las cenizas de sus muertos, cuando los incineran.

Las cenizas de su cremado cuerpo, con el viento y la lluvia que cae en la ciudad, recorrerán otros lugares que en el transcurso de su vida tal vez su nunca visitó. Cenizas que volaran por el planeta o navegaran en mares ignotos. Hasta el final de los tiempos. 

 

Caminando por la Calzada, rumbo a la zona de hospitales de la Ciudad de México, escucha la voz de una indigente “que se roía los codos de hambre”, le pide limosna. Voltea, le da unas monedas. No era la Chamagosa. 

Se fue fumando un pensamiento: ¡Dios cuánta pobreza, sigue en aumento! 

 

raulhcampag@hotmail.com  

 

 

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