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Una lluvia especial.

Raúl Héctor Campa García
Domingo 12 de Julio de 2020
 

El médico estaba acostumbrado, desde su época de universitario, a leer de noche. Hábito que nunca dejó, a pesar de su edad. Aun jubilado de una Institución de Salud, seguía ejerciendo su profesión, aunque no con el mismo ritmo de 10 años atrás.

Esas lecturas nocturnas, le ayudaban a conciliar el sueño en caso de insomnio, era mil veces mejor, que tomar un medicamento con efecto somnífero. Siempre antes de dormirse leía o se dormía leyendo. Sus preocupaciones las calmaba con una buena lectura. Eso lo tranquilizaba. 

Durante el día, en su oficina, que estaba adjunto de su casa, leía por ratos, artículos de medicina o de política, lo que estaba en boga. Desde su inicio se mantenía informado de la actual pandemia del COVID19. 

Lo preocupaba sobremanera, las controversias suscitadas sobre los tratamientos alternativos, de los productos milagros; totalmente fuera de la lógica científica y otros medicamentos adquiridos en farmacias con compras de pánicos, para tenerlos “por si acaso”, sin importarles los excesivos precios de los especuladores. Observaba la neurosis existente, provocada por esta enfermedad, en una gran parte de la población, que adquirían estos remedios, menjurjes o pócimas, no autorizados, incluso madrugaban haciendo filas para comprarlos a los vendedores de “esperanzas”, como una tablita de “salvación, perdidos en el oceano” de la charlatanería, para “prevenir el contagio o no morir por la enfermedad”. Las autoridades de salud se hacían de la vista gorda, por ignorancia o faltos de probidad, los reguladores oficiales de los precios, brillaban por su ausencia (PROFECO).

Algunos tés con diferentes hierbas aromáticas, no le preocupaban tanto al médico. Decía que esos tés, si algunos no les servirían de nada, no hacían daño a quien los tomara; cuando menos los hidrataba, tomando un poco más de líquidos. Pero las otras “sustancias milagrosas” y medicinas de patente, inútiles para esta enfermedad y más inútiles cuando se las aplican a personas sanas, recetadas por algún “iluminado”; le preocupaba mucho que se los indicaran a los niños. 

En eso divagaba en esta noche.

Pero también, últimamente, sus achaques propios de la edad le preocupaban (se sentaba de sopetón y se levantaba con pujidos, como si setenta años hubiera cumplido). Era otro sobreviviente de una enfermedad cardiaca y de pasadas epidemias (cólera, dengue e Influenza). Tenía 5 meses que le habían colocado 4 Stent, por tener semi ocluidas 2 ramas de la arteria coronaria izquierda. 

Recién se sabía del riesgo de la expansión de una enfermedad que apareció en China un par de meses antes de su intervención. Se sentía bien, había pasado el peligro de su mal cardiaco. Pero, como a toda la humanidad, lo acechaba un nuevo peligro: La pandemia de venida de China, estaba ya en su País, provocada por un virus conocido con anterioridad, pero esta cepa es mayor virulencia. 

Preocupación lógica, por su familia, su esposa, sus hijos y nietos. Ya habían fallecidos médicos amigos, conocidos, muchos pacientes y familia cercana.

Le preocupaba su hijo médico, por estar expuesto atendiendo a pacientes infectados por ese nuevo virus; enfermedad de la que no se había encontrado realmente medicamentos para combatirla, ni se tenía una vacuna para prevenirla. Estaban en las últimas fases de las investigaciones, pero no se contaría con ella, hasta finales del año, posiblemente. 

La prevención para evitar un posible contagio, como toda pandemia, era quedarse en casa, sólo salir bien protegido en caso necesario, usar cubrebocas, evitar el contacto cercano de personas, guardando cierta distancia en lugares públicos, aseo frecuente de manos con agua y jabón, aseo diario y una sana alimentación.

Como médico, estaba consciente de todas estas medidas. Si alguien se enfermara y requería hospitalización, cuando presentaban signos y síntomas claros de la enfermedad, en especial cuando sentían los pacientes cierta dificultad para respirar, y que la saturación de oxigeno estuviera baja, se sometían a protocolos de tratamiento, autorizados, según las condiciones clínicas de cada paciente. 

Varias situaciones le preocupaban sobremanera. Las noticias de la pandemia, la elevada tasa de casos y la mortalidad. La curva “iba aplanándose”; así informaban las autoridades de salud y los gobiernos. Pero no estaba domada, al contrario, iba en aumento. 

Los medios de comunicación al mismo tiempo informaban, sobre las masacres inhumanas de personas involucradas en el crimen organizado; hechos sangrientos por todos lados, robos, secuestros, agresiones, maltrato infantil, violaciones; violencia por doquier. Todo esto daba constancia de que algunos humanos, no eran humanos; son seres deshumanizados, inmisericordes.

No quería pensar en todo eso, pero difícil abstraerse. Aunque tenía en el buró al lado de la cama, varios libros de lectura, no se decidía a cuál leer. Uno que estaba por terminar de leer su esposa (Ana Karenina, de León Tolstoi), la revista Proceso y su libro de lectura en turno que empezó a leer hace pocos días (Introducción a la Ética), libro de texto de uno de sus hijos, cuando estaba en la preparatoria. Permanecía allí un libro biográfico que recientemente había leído, sobre la vida de Gabriel García Márquez (El viaje a la semilla, de Dasso Saldívar). 

Optó por leer un breve artículo cultural de la revista Proceso. Luego tomó el libro de ética, no lo abrió, lo volvió a poner en el mismo lugar. Se incorporó y se dirigió (como sonámbulo), al librero, con la idea de releer algo relacionado con pandemias, vio: Obras selectas de Albert Camus (La Peste), de Juan Boccaccio (Decamerón) y se acordó de un modesto libro escrito por un sonorense, Fernando Galaz : Desde el cerro de la Campana (relatos), donde en forma jocosa narra anécdotas, una de ellas sucedidas en 1884, cuando los habitantes de la Ciudad de Hermosillo y en todo el Estado de Sonora, se enfrentaban a una epidemia de Fiebre Amarilla; había pocos médicos para tratar la enfermedad y los enfermos que fallecían, los enterraban en una fosa común. Los tres ya los había leído, hacía tiempo. No se decidió por ninguno

Pero recordó una anécdota, que aparece en este último libro de relatos de Galaz, que había tomado para un anecdotario, como complemento de un libro escrito por él (Huellas de la Pediatría) hace 20 años, que sólo “parodió” el título de la anécdota por una expresión ciertamente jocosa pero discriminatoria: ¡Ve el indio, quiere saber más que el dotor! (Galaz-Fernando. Desde el cerro de la campana. Fiebre amarilla. Pag 13,14 15. Hermosillo, Son.1960).

Se regresó a la recamara, tomó de nuevo el libro de ética, que hacia un momento había dejado, sin leerlo. Empezó a imaginar, a todos los muertos por COVID19, los charcos de sangre por los crímenes, degollados y desollados sin misericordia, sangre que, de un rojo rutilante, se vuelve oscura, negra al secarse. Pensaba en las fosas clandestina de tantos desaparecidos, que las madres buscadoras, han encontrado, abriéndoles más las dolorosas heridas, que nunca sanaran. Tanta crueldad del hombre que se dice humano, cuanta miseria y tantos niños maltratados en el País ¿Cómo puede ser mejor la humanidad, que es lo que nos puede salvar de todo esto? Se preguntaba, en su estado de “vela duerme”. 

Por fuera del hogar de él médico, se escucha, el “chipi, chipi” del inicio de una tranquila llovizna, seguida en unos instantes de truenos del cielo, la lluvia arrecia, con vientos huracanados. Por las calles corren ríos de agua espumosa; espuma que de sucia, se va convirtiendo en limpios copos blancos, produciendo pompas cristalinas de jabón, que se dirigen al cielo, poco después de arrastrar inmundicias, suciedades, como avisando a Dios, su misión salvífica cumplida. Las antiguas y actuales huellas de sangre, poco a poco van desapareciendo. La ciudad huele a limpio. Se escucha afuera el bullicio alegre de la gente, que siente ésta refrescante lluvia jabonosa, no solo que le asea el cuerpo, sino también el alma, los enfermos de COVID y otros, que pueden deambular, salen a bañarse, queriendo purificarse. Se sientes sanos, de cuerpo y alma. 

En eso se escucha por la radio, a todo volumen, la canción de Juan Luis Guerra. “Ojalá que llueva café en el campo, que caiga un aguacero de yuca y té, del cielo una jarina de queso blanco y al sur una montaña de berro y miel…” 

Su reloj biológico le funciona (la hipertrofia prostática), son las 6 de la mañana. Se despierta, los libros estuvieron siempre en su lugar. Sólo fue un sueño.

raulhcampag@hotmail.com . @DrRHCampa1 

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