|
Tras los desmanes cometidos en Hermosillo y en la Cd. de México por un grupo de mujeres que participaron en las marchas por el Día Internacional de la Mujer, la respuesta de autoridades y políticos en general es desalentadora. Hacen como si no hubiera pasado nada y se resisten, la mayoría, a procesar a quienes cometieron dichos desmanes.
No sorprende esa postura. Funcionarios y políticos temen perder el voto de las mujeres en la próxima elección. Otros, como los Calderón y algunos opositores al gobierno, quieren ganar ese voto con una actitud deamgógica erigiéndose como los feministas que nunca han sido.
Habla la clase política de una "necesaria tolerancia" y de mucha comprensión hacia las causas que originan el rencor acumulado contra el machismo y contra autoridades que no han hecho nada para frenar la violencia de género, salvo anunciar medidas burocráticas y legislativas que disfrazan su incapacidad para erradicar este mal.
En la conferencia de prensa que suele ofrecer los lunes, el diputado Javier Lamarque Cano nos dijo que pedir la aplicación de la ley en este caso es una postura similar a la que asumía Gustavo Díaz Ordaz cuando amenazaba al movimiento estudiantil. Y no han sido muy diferentes las respuestas de otros que minimizan los desmanes como si no fueran delitos flagrantes y los califican incluso como un punto de inflexión necesario para ganar más espacio y empoderamiento social.
De los políticos no es extraño por el miedo -pavor- de quedarse sin el voto de las mujeres.
De ellas sí me sorprende porque todo lo ganado por la iniciativa feminista durante años de luchas y esfuerzos, muchos heróicos, se puede perder con esta postura. Restar importancia a las acciones violentas, que pueden venir de agtadoras a sueldo, aleja apoyos o simpatías en una sociedad que en su inmensa mayoría no participa en el movimiento pero se solidariza con él.
Creo que la mejor postura de las feministas hubiera sido deslindarse inmediatamente de las personas violentas que cometieron desmanes y exigir incluso su detención.
Sin embargo en este río revuelto las posturas de "comprensión y tolerancia" alimentan un riesgo mayor, algo que en dos o tres años puede sucederle a México:
La aparición de un Bolsonaro que prometa acabar la impunidad que proteje por igual al crimen organizado y a la delincuencia común. Dicha promesa es la que favorece la llegada de gobiernos de ultraderecha, represivos y antidemocráticos.
Hoy, ante las atrocidades que vemos a diario, un porcentaje cada vez mayor de la sociedad mexicana sólo dará apoyo a un candidato y a un modelo de gobierno que prometan acabar con la inseguridad y la violencia sin importar los métodos que emplee.
Ese es el riesgo mayor que a diario sigue creciendo en México. Pero tal parece que no lo ven nuestros políticos y funcionarios "tolerantes y comprensivos".
