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El horno no está para bollos en materia de seguridad publica, pero al alcalde de Cajeme parece no importarle ni entenderlo, en todo caso aplica la máxima de que donde manda capitán regidores no deben pedir cuentas… ni inquietarse.
De ahí su respuesta con desdén para justificar su inasistencia a la cita que le hicieron regidores para que informara sobre el permiso del titular de la dependencia, Jorge Solís Casanova, cuya ausencia ya rebasó los términos.
“Déjame ver mi agenda porque no considero que sea un tema de primer orden”, respondió molesto el presidente Sergio Pablo Mariscal, quien es especialista en autogenerarse crisis de comunicación con sus viajes y declaraciones.
Si de por sí el tema es delicado, que busca minimizar cada vez con sus afirmaciones bravuconas, lo único que logra con ese camino es que aumente la percepción negativa sobre la seguridad pública en el municipio.
Desde el lamentable “me estás golpeando o qué con esa expresión”, a mediados de enero, el mandatario municipal va de tumbo en tumbo, cada vez que intenta calmar las críticas, pero como resultado obtiene la reprobación ciudadana.
Como en junio de este año cuando viajó a la comisión Sonora-Arizona y aprovechó la estancia para inaugurar un restaurante de mariscos (o fue al revés), mientras un niño de apenas de 3 años era víctima de la violencia delincuencial.
O su más reciente visita a la ciudad de México para recibir un premio de Fenamm por las Jornadas de la Paz, un noble proyecto sin duda, pero que era preferible dejar que diera frutos a “cacaraquear el huevo” antes de tiempo.
No sólo se vio insensible ante la tragedia de cientos de familias, junto los regidores que pueden faltar a una sesión pero no a una entrega de premios, sino a la falta de sentido común de que el Ayuntamiento no está para frivolidades, menos si cuestan.
Y ya como la cereza del pastel el relevo en seguridad publica, que para entenderse habría que apelar no tanto a las leyes o la lógica sino más bien a la teoría del caos por la forma tan atropellada que navega la figura de Francisco Cano Castro.
De Secretario de Seguridad Pública a enlace con el gobierno federal, luego retorna como Jefe Operativo de la corporación a encargado de despacho. Se maneja que viene por su puesto original, pese a su reprobado desempeño y la probable responsabilidad de un muerto en celdas preventivas.
Y de esta incertidumbre y sus consecuencias, no hay secretario del Ayuntamiento, vocero ni regidor aliado que alcance para recomponer un cuadro tan desfigurado, que según el capitán del barco, solo existe en la imaginación de los malintencionados.
A ese nivel se mantienen las alucinaciones por rumbos de palacio municipal.
