La primera vez que conocí a un presidente de la Republica en vivo fue en noviembre 1994, cuando Carlos Salina de Gortari visitó Choix, Sinaloa para inaugurar la presa Huites. Corrían los últimos días del Salinato por lo que la seguridad estuvo un tanto relajada mas no descuidada.
A Ernesto Zedillo lo avisté en junio de ese mismo año, cuando visitó Navojoa en su corta campaña a la presidencia. Pero como mandatario se esfumó de Sonora por sus diferencias con el entonces gobernador Beltrones. Recuerdo verlo pasar a toda prisa por las calles de esta ciudad.
Eran tiempos donde a los presidentes de la Republica se les trataba como semidioses en los espacios informativos, de entrevistas exclusivas y serviles. Con eventos faraónicos con vallas metálicas y la incómoda acreditación ante el Estado Mayor Presidencial.
Como reportero, me tocó cubrir la visita de Vicente Fox a Ciudad Obregón a principios del 2001. Ahí pude observar junto con otros colegas, que la señora Martha Sahagún era algo más que una simple vocera del ranchero de Guanajuato.
Era una reunión con 5 gobernadores del Noroeste. Afuera del hotel lo esperaban cientos de personas con documentos y pancartas. Apenas se bajó del vehículo, lo primero que hizo Fox fue saludar y atender a las personas detrás de las vallas. Me sorprendió el gesto.
Años más tarde las cosas ya eran muy diferentes. Visitó el parque industrial de Hermosillo junto al gobernador Eduardo Bours. De la presencia de manifestantes apenas me enteré al salir del evento, ya que los contuvieron entre vallas y lejos del primer mandatario.
A Felipe Calderón lo avisté como precandidato en Hermosillo y cuando encabezó un mitin aquí en Ciudad Obregón en la campaña interna de su partido. Ya como presidente, el michoacano apenas lo vi de lejos, cuando salía del hangar federal del aeropuerto de Hermosillo.
Ya en la era Peña Nieto fui testigo de los excesos de las visitas presidenciales. De sus filtros y vallas. Era noviembre del 2015 cuando el mexiquense protagonizó un acto cerca del aeropuerto para anunciar la construcción del libramiento de Ciudad Obregón.
En su apogeo estaban las protestas de los maestros por la reforma educativa. Cuando transitaba rumbo al evento por la carretera 15, me entero que la circulación estaba cortada por federales en ambos sentidos hasta que no concluyera el acto del Señor Presidente. Y así fue…
Por eso no deja de llamar mi atención la personalidad de Andrés López Obrador y su liturgia del poder. El tabasqueño busca por todas las formas desacralizar el ejercicio del ´poder al estilo priista, partido que tiene la patente del culto a la personalidad.
Del López Obrador que conocí por primera vez en 2004 cuando visitó la plaza Álvaro Obregón, al presidente de la República que pude acercarme al final de la mañanera en Hermosillo para preguntarle cuándo abriría la Sader en Cajeme, no advertí mucha diferencia.
Lo que sí se notó bastante fueron las formas y el trato del personal a su alrededor. Militares con tratos amables hacia los compañeros de la prensa. Decían los buenos días y se presentaban ante sus interlocutores y te informaban de algo tan esencial, la ubicación de los baños.
La otra es la ausencia de las vallas y filtros alrededor de la figura presidencial. A los eventos a los que acudí, llegada y despedida en el aeropuerto, exterior de la reunión con los padres del ABC y la famosa mañanera, la gente se le pudo acercar sin mayor dificultad, pese a la concentración que provoca un personaje como El Peje.
La accesibilidad hacia el personaje, es parte de lo que explica la vigencia de su luna miel con el pueblo de México. Forma es fondo, decía don Jesús Reyes Heroles, uno de ideólogos más destacados del PRI.