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Sesenta minutos en un microbús

Raúl Héctor Campa García
Sábado 24 de Agosto de 2019
 

Había realizado un recorrido en el transporte colectivo, Metro, que tomó en la estación Universidad, rumbo al Zócalo, al centro histórico de la ciudad. Visitó una librería – editora, de mucho prestigio- que se encuentra en las calles aledañas al zócalo, dos cuadras por atrás de la Catedral Metropolitana, con la intención de adquirir un par de libros que le habían recomendado. Solo encontró uno de los títulos buscados (García Márquez. El regreso a la semilla. Autor, Dasso Saldívar). El otro libro, por ser una edición antigua, no lo tenían; ahí mismo le recomendaron que lo buscara en otras librerías que están por el mismo sector, que tal vez en las librerías de “viejo” (llamadas así, por comprar y vender libros usados), quizás allí lo podría encontrar, o sino por internet, le dieron un “link”. 

Recorrió varias de estas interesantes librerías, que cuentan con un grandioso inventario de obras reconocidas de diversos autores, antiguos y contemporáneos. No encontró el libro recomendado, pero adquirió otros que le interesaron; uno: Obra Selecta, de la escritora británica Virginia Woolf; otro, Obras selectas de Franz Kafka (donde vienen incluida La Metamorfosis y El Proceso, entre las más conocidas, que hace mucho tiempo, había leído), compro un par de libros más.

El libro que no encontró fue: Diario del año de la peste, del escritor Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe, pero de seguro los buscará por internet llegando a su hogar. 

Después de este recorrido mañanero y de compras, se fue a descansar un rato y “echar un tentempié”, en una cafetería-restaurante, ubicada en los portales, que están alrededor del zócalo, frente a Palacio Nacional, hogar del nuevo inquilino del Gobierno de la República Mexicana (Si, se hospeda allí ¿Cómo su admirado, Lic. Benito Juárez?). Siguiendo su política de austeridad, rechazó habitar en la residencia habitual de los anteriores gobernantes (desde el Gral. Lázaro Cárdenas, hasta Peña Nieto), Los Pinos, para convertir la mansión presidencial y sus jardines, en un centro cultural para el pueblo de México (¡Oh! Tal vez para mostrarle al pueblo, la ostentosidad de la vida que se daban los anteriores inquilinos y familia… Las dos cosas).  

Regresó en el mismo transporte (Metro), que tomó en la estación zócalo, transbordó en Balderas, con dirección a Universidad. Hasta ahí llegaba el Metro, es la estación terminal de esa línea.

Ahí abordó un microbús, a las 12 hs. (Mediodía), rumbo a la Delegación Tlalpan, por la zona de hospitales, donde están, algunos de los importantes y prestigiados Institutos de Salud el País; cerca de allí, es donde él se hospeda siempre que visita la maravillosa y contrastante Ciudad de México. “Sin negar la cruz de su provincia” … del noroeste de México. 

Estos camioncitos, que, en la anterior administración del gobierno de la Ciudad de México, supuestamente los iban a desaparecer (sacarlos de circulación) por “traqueteados”; todavía andan circulando.

La ruta por donde circula esta línea, es avenida Universidad, luego toma parte del Periférico sur y avenida San Fernando, y a un par de calles antes de llegar a la Calzada de Tlalpan, es donde él se baja, para llegar al lugar donde se aloja. El recorrido aproximado que siempre hace, desde el Metro Universidad al domicilio, es de 20 minutos. Pero esta vez se tardó, una hora.

Al circular por la avenida universidad, a corta distancia, antes de llegar a la Torre de investigación del Instituto Nacional de Pediatría (INP), el chofer del microbús toma hacía la izquierda, por una calle de aproximadamente 300 metros, (ésta longitud de calles, son frecuentes en algunas grandes ciudades, ejemplo, Barcelona). En esa calle poco estrecha y de un solo sentido, de repente se paraliza el tráfico. Él observa los grandes edificios de departamentos en ambos lados de la calle, de 8 hasta 10 pisos y los anuncios de: Se renta o Se vende. En algunos postes ve anuncios informales, pegados quizás con engrudo u otro pegamento, varios con esta información: “Se cura el vitíligo y la psoriasis, producto 100% natural y un número de teléfono, para informes”. “Pizas a domicilio”; “Reparación de plomería y gas, destapa caños y otros trabajos G A R A N T I Z A D O S”. Una tienda de franquicia gringa KFC, un GYM. El camioncito circula lentamente, estando más tiempo detenido que lo otro.

Mientras el chofer, venía hablando por su celular, desde que salió de la estación del metro “guaguareando con alguien”.

Él no había prestado atención a eso, sino que después de observar los edificios, se fijó, en la cantidad de pasajeros que en ese momento viajaban (normalmente el cupo de pasajeros, sentados, es de 20 personas), en esta ocasión iban 16 en total. De estos 1 iba leyendo un libro, 4 dormitando a ratos, 10 usando el celular y él, de mitotero, divagando a ratos y a la vez observando desde su asiento en la parte posterior del microbús. Habían pasado 25 minutos, desde que el camioncito salió de la estación del Metro. En eso el chofer, se comunica con alguien, tal vez con el que controla los tiempos, entre los microbuses de esa ruta. 

- “Quiúbole” mi drogadicto – habla por el celular- que desmadre hay carnalito, aquí estoy parado como idiota, no avanza esta madre. ¿Qué pasó mi “broder”, es cierto que te corrió tu vieja?  Hay después parlamos de eso, gandallin. Pero aquí que “ondas porque no avanzan”.

Fue cuando se percató, que algo pasaba, se estaba congestionando el tráfico vehicular. El chofer hablaba con la otra persona con el altavoz del celular.

- “Cámara güey, luego te cuenteo”. Pos aquí carnal, atropellaron a un güey motociclista y están esperando a los paramédicos y no hay manera de desviar el tráfico, así que te aguantas güey, ni pex.

- Qué le pasó al pendejo ese – pregunta al chofer- si quiera se murió.

- No sé bien, solo veo que está tirado en el pavimento, no se queja – contesta el otro.

- Pos ojalá se muera, por pendejo – exclama el chofer, sin un halo de misericordia, por el accidentado, como si él, estuviera exento de algún accidente.

Una señora que va sentada al lado, del mitotero observador, le dice.

- Pero qué barbaridad está diciendo este hombre, que crueldad es esa ¿Cómo la ve usted? –pregunta.

- Es la insensibilidad y la falta de respeto a la vida – responde el observador.

- Cierto, es generalizado, fíjese – hilando los comentarios, le dice la Sra.- eso que dice usted; con que crueldad están matando gente en todo el País, por diversos motivos, estamos viviendo en una barbarie. No se respeta la vida humana. Tiene más protección una mascota, que un ser humano.

- Así es señora, hay sociedades protectoras de animales, que está bien que existan – responde el interpelado pasajero mitotero – pero, por ejemplo, pocas hay que protejan al ser humano, desde su concepción. Desde ese momento, Sra., empieza la cultura de la muerte y esa falta de respeto a la vida humana. Tal parece que la humanidad, nos estamos volviendo más insensible a estas atrocidades.

- Muy cierto Sr. –dice la Sra., y a la vez pregunta – ¿Cómo estará el pobrecito atropellado?

Para entonces, ya habían trascurrido 20 minutos más (total 45 minutos). Estaban ya en el sitio donde encontraba tendido, recostado en el pavimento, un jovencito; el atropellado. 

- Se ve bien, está platicando con los socorristas – dice el mitotero-observador- ya lo sentaron, parece que está lesionado de una pierna, tal vez tenga una fractura. Pero va estar bien

El chofer sigue dialogando con la misma persona.

- Bueno carnal ya salimos de este pinchi, desmadre, se salvó este güey, que el cabronazo que le dieron, sea fuerte, para ver si así se le quita lo pendejo. Hay nos vidrios.

Después de otros 15 minutos, llega a donde el observador, le hace la parada, para llegar al lugar donde se hospeda, que está a una pequeña calle donde lo dejó el microbús.

Una hora había transcurrido. Se fue caminando hacia el domicilio.

Se le vino a la mente una frase de la escritora Virginia Woolf, que aparece en una de sus novelas: Las olas: “Debo anotar en mi libreta mi desprecio por aquellos que provocan una muerte absurda”.

Pero también se cuestionó, ante tanta maldad y corrupción que existe ¿Será la lectura un medio para tener una sociedad menos insensible, menos corrupta y más misericordiosa?

El mismo se contesta. Creo que Si, de algo debe servir a esta humanidad el aspecto cultural. Una sociedad culta, puede ser, menos corrupta y más sensible, solidaria con su prójimo. Tal Vez.

Dr. Raúl H. Campa García

Ciudad Obregón, Son. 23 de agosto de 2019.

raulhcampag@hotmail.com 

 

 

 


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