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Una feria para una Reina

Alejandro Mungarro Daniels
Jueves 13 de Junio de 2019
 

 Un día quizá se cuente de la historia de un pueblo viejo, que por el si pasó la guerra, un pueblo donde deambulaban indios y soldados, en donde los soldados eran parte del gobierno y los indios del viejo pueblo.

Un pueblo viejo que desde lejos te daba el olor a la guayaba, que tenía un rio grande y largo que llegaba con sus aguas al mar, que en su alrededor habitaban hombres con manos recias y corazón grande que se metieron a la historia y son parte del tiempo.

Un pueblo que como a los viejos le fueron preparando su funeral, queriéndolo convencer que estaba muerto o próximo  a morirse.

El primer presagio de su muerte, fue cuando su gente lo abandonó por otra tierra prometida, tal vez no siguiendo a un Moisés pero sí a un viejo general, héroe de una vieja guerra. Ese pueblo no murió del todo, quizá por algo de magia y de hechizo agonizó durante muchas lunas. 

Luego los que querían que se muriera desaparecieron el rio y se acabó  aquella corriente al mar, y aunque hoy sigue el olor a la guayaba,  ya no alcanza tanta distancia, como allende el tiempo.

Dicen que a ese pueblo un día las autoridades con las fuerzas de varias centurias les ordenaron no creer en Dios, pero el pueblo era tan así,  que terminaron por no hacerles caso, y a la fecha lo siguen haciendo como hace 400 años, después, esas autoridades que tenían ese  mandato cuentan que se hicieron espiritistas, procurando ver cómo podían lograr que aquel pueblo renegara de su Dios. Los espíritus malos no pudieron acabar con aquella fe y aquella centenaria tradición.

Los que lo conocieron de antes, de mucho antes, dicen que ese pueblo  era mágico, pero los hombres que mandan no estaban de acuerdo con aquella magia y acompañados de gente que vinieron, como aquellas de  hace siglos, a conquistar de nuevo, dieron la ordenanza de terminar con ello.

Lo primero que intentaron, dicen, fue terminar con el ruido, el ruido dijeron,  era malo para amuchas cosas, el ruido que provenía del violen  y las guitarras y de los los cantos. Cuentan que los que mandan o sea los que gobiernan, con-vencieron y dieron la ordenanza de acabar con el ruido, para empezar a acabar con lo mágico, porque ellos querían imponer otra a magia, es decir acabar con el pueblo mágico de antaño y de imponer otra magia nueva. Por eso pidieron hacer magias por decretos, imponer magias, sin saber que las magias así no son la misma cosa.

Entonces el pueblo aquel, ya sin ruidos, ya sin cantos, ya sin rio optaron por tener una Reyna.

Pero según se cuenta que el que manda o sea el gobierno, no estuvo de acuerdo, se dice: dijeron que el pueblo no necesitaba tener una Reyna.

Cuanta que la Reyna se puso triste, porque un pueblo no debe estar en silencio, porque el silencio a larga mata, sino mata vuelve a la gente mentecata, que termina por andar de calle en calle, de arriba a abajo y luego de abajo a arriba, con la mirada a veces fija en el suelo, como si buscarla algo, como por ejemplo la magia que se perdió.

Los que mandan o sea el gobierno, le dijeron a la Reyna que se fuera  buscar otro pueblo, porque ese pueblo ellos lo iban a llenar de magia, para eso le enseñaron varios pergaminos donde le mostraban los edictos que en varias fechas, los que mandan o sea al gobierno decretaban que con la autoridad que los representan, a ese pueblo lo llenarían de magia y vendrían desde todas las distancies y desde todos los puntos cardinales a contemplar la magia nueva, que no se sabe de qué color será.

Cuentan los cuenteros que a la Reyna la iban a entronar, en medio de una fiesta llena de algarabía, como lo habían hecho con todas sus antepasadas. Pero esta vez su majestad se quedó pensando, ya sin, rio, ya sin canto, ya sin sonido de guitarras, ni de violan, ni de arpas, ya sin danza, este  pueblo se morirá un día de estos y ni aunque encuentren en estas calles, una o dos mínimas de oro, ni aunque la autoridad firme decenas de decretos, podrán convertir este pueblo en mágico.

Y los cuenteros siguen contando que a la Reyna le dijeron: toma tu cetro y tú corona y vete al otro pueblo, que te preparen una feria para que te coronen.

Y los enemigos y enemigas de los ruidos siguieron firmando decretos, para llenar a ese pueblo de magia, pero cuentan que no los firmaron.

Entonces el más anciano del pueblo dijo. Para el caso es lo mismo, la magia de un pueblo, no se hace de esa manera, menos con un pueblo,  que lo parte por la mitad el odio y la envidia. 

Dicen que ese pueblo se metió en la peste del olvido.

Los ancianos dijeron que eso fue por una planta que ahí sembraron, la llamaban cizaña.

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