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Alberto Cortez: Cuando un amigo se va

Andrés González Prieto
Viernes 05 de Abril de 2019
 

Siempre tuve grandes envidiosas diferencias con Alberto Cortez y estos reclamos se los hacía directamente al gran arquitecto del universo por darle a unos de más y a otros las sobras de las carencias.

¿Cómo puede un ser humano ser protegido de los dioses con tanto talento? José Alfredo los temas de desamor y soledad, Serrat, Facundo (no el bruto de la tele) y Alberto lo romántico, lo filosófico, el canto al amor, a las cosas bellas. Injusta distribución, como en el sexo, llega uno a recoger las sobras de los superdotados.

Alberto Cortez  “El gran cantautor de las cosas simples” con sus canciones: Cuando un amigo se va, Camina siempre adelante, Mi árbol y yo, Callejero, Te llegará una rosa, No soy de aquí, ni soy de allá, se ganó la inmortalidad en  los románticos suspirantes del pasado. Supo pintar como pocos el paisaje interno de los sentimientos, las añoranzas, las quimeras y utópicas esperanzas. La amistad “Ven Manolo, no llores por esa poca cosa que te ha robado el sueño, y ahí está mi guitarra, si quieres la despierto y seguimos la fiesta.” Lo social “Hay que vivos, son los ejecutivos, que vivos que son, del sillón al avión, de avión al edén, siempre tienen razón, y además tienen la sartén, la sartén por el mango, y el mango también” Lo romántico “ Te llegará una rosa cada día que medie entre los dos una distancia, y será tu silente compañía cuando a solas te duela la nostalgia” La ternura “Era callejero por derecho propio, su filosofía de la libertad fue ganar la suya sin atar a otros y sobre los otros no pasar jamás” lo provocativo “ Quiso volar igual que las gaviotas, libre en el aire, por el aire libre y los demás dijeron, ""¡pobre idiota,

no sabe que volar es imposible!"".

Mas él alzó sus sueños hacia el cielo y poco a poco, fue ganando altura

y los demás, quedaron en el suelo guardando la cordura. Lo anecdótico “Mi madre y yo lo plantamos En el límite del patio donde termina la casa

Fue mi padre quien lo trajo Yo tenía cinco años Y él apenas una rama” Y asi las historias musicales van pegándose a nuestros recuerdos como lunares buscando refugio del sol.

 A Alberto lo conocí en los 70´s cuando apareció por primera vez en el Quijote del Hotel Costa de Oro, cuando era usanza poder disfrutar semanalmente de buenos shows en auditorios pequeños de no más de 150 gentes (hoy ni pensarlo) Nosotros ( los músicos) lo veíamos como un cantautor de protesta en busca de la fama, que ya empezaba a coquetearle, vino cumplió su show y se fue, como  diciendo, “Esperen noticias mías” y nos inundó de ellas por los próximos 50 años. Regresó 10 años después al Yori INN de los Feliz Holguín, con un grupo combo al mando del pianista Tino Geiser, por cierto, en el concierto un borracho impertinente, le gritó por ¡el rey de José alfredo! Y el público se encargó de sacar en repulsa al beodo sujeto. Hoy la triste y sorpresiva noticia de su partida bajo las notas de “ Cuando un amigo se va” entristecen los recuerdos, la nostalgia nos arropa y cada canción nos hace viajar por el tiempo, aunque ya no quede mucho.

 Hay una canción de él que se llama “Los inmortales” se las escribo para que admiren la belleza que tanta envidia me provoca.

 

Entre los quince y los treinta y cinco uno se piensa que es inmortal, 

que anda la parca dando servicio entre la gente de más edad. 

Uno rechaza todas las reglas, las viejas normas de urbanidad, 

que se las metan donde les quepan, los que las mandan a respetar. 

Que no hace falta guardar el grano, en todo caso Dios proveerá. 

Es preferible ser un fulano, que un buen patrón de formalidad… 

Que es preferible ser un fulano, que un buen patrón de formalidad. 

 

 Es necesario probar de todo porque el saber no ocupa lugar, 

si es peligroso de cualquier modo, por una vez nada pasará. 

A uno le queman las energías, los ideales y el corazón 

y es paladín de las utopías, un Don Quijote de la razón. 

Cada momento es un desafío: quién puede menos y quién da más… 

Grande o pequeño, caliento o frío, de dónde venga y a dónde va… 

Grande o pequeño, caliento o frío, de dónde venga y a dónde va…

 

Cuando uno pasa los treinta y cinco es una torpe temeridad, 

andar en moto haciendo el indio, a toda leche por la ciudad. 

Uno se vuelve más precavido, más aferrado a la sensatez, 

ya no resulta tan divertido dar cabezazos en la pared. 

Uno se pone el paracaídas y le echa llaves al corazón 

y abre la puerta de bienvenida a los chantajes de la razón… 

y abre las puertas de bienvenida a los chantajes de la razón. 

 

 Y cuando llegan los muchos cincos y anda la parca en la vecindad, 

uno quisiera pegar un brinco para volver a ser inmortal, 

recuperar aquella frescura tan parecida a la libertad, 

echar abajo las estructuras para volverlas a levantar. 

Pero la vida, cómo es la vida, siempre nos vuelve a la realidad: 

Siga la flecha hacia la salida, que está prohibido volver atrás… 

Siga la flecha hacia la salida, que está prohibido volver atrás… 

 

Parece broma pero va en serio: de tantos cándidos inmortales, 

están poblados los cementerios y saturados los hospitales.

 

Sí, Bohemios, “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.

Gracias Alberto, por los buenos recuerdos que musicalizaste, por usar la palabra para rasgar el alma con pétalos de rosas y suspirar porque el amor, no se vaya del todo.

Gracias! 

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