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Lo dulce y lo amargo de ser escritor (1)

Carlos MONCADA OCHOA
Lunes 07 de Enero de 2019
 

NAMAKASIA. 50 aniversario

Con esta serie de artículos comienzo a celebrar mi quincuagésimo aniversario de escritor, como lo anuncié la semana pasada. Mi primer libro fue La juventud, ¿quinto poder?, 1969, que había presentado como tesis para recibirme de licenciado en Derecho. No anduve con los titubeos de hoy, que imprimen 300 o 400 ejemplares. La edición, impresa en México, fue de tres mil ejemplares. Ciertamente, me aventé en buena medida porque ignoraba qué duros son los sonorenses para comprar libros

Pero no pude quejarme de falta de compradores. Yo creo que les llamaba la atención a muchos que un reportero (yo lo era de El Sonorense, aunque ya había sido director de Diario de Yaqui) se pusiera a escribir un libro. ¡Y a publicarlo! Costaba 25 pesos y vendí muchos, no sé cuántos, en el archivo familiar quedan menos de diez

En varios municipios di pláticas sobre el tema y aproveché para vender ejemplares. De hecho, con ese éxito modesto me animé a irme a México a estudiar un posgrado. Hasta aquí, probaba lo dulce de ser escritor.

Lo amargo se va conociendo después, cuando no hallas cómo publicar un texto, o cuando lo presentas al público y asiste poca gente, y entre esa gente no están amigos (es decir, a quienes uno consideraba amigos) a los que yo había presentado sus libros. Presentar un libro, es decir, comentarlo, implica que uno va a elogiarlo. Para eso es la invitación. Así, de memoria recuerdo haberle presentado libros a Gilberto Escobosa, Luis Enrique García, Alonso Vidal, Armando Zamora, Rigoberto Badilla, Angélica Bobadilla, José Ángel Calderón, Brenda Domecq, Ernesto García Núñez, profesor José María Ruiz, Tere Gil, Gersson Gomez (de Monterrey), Jorge Lara Castellanos, Jesús Grijalva, ingeniero Manuel Puebla…, con los que no recuerdo en este momento debo completar 30 y tal vez pasar ese número.

Por lo regular esos colegas me correspondían y asistían a la presentación de mis libros, con algunas excepciones, como la del profesor José María Ruiz. Me pidió que viajara a Ciudad Obregón y comentara el libro en que rememora su carrera de maestro y las peripecias de su actuación sindical y de funcionario (fue el primer secretario de Educación, con Samuel Ocaña). No me lo pidió personalmente sino a través de un dirigente sindical. Acepté con gusto pues tenía y tengo un elevado concepto de este maestro.

Hubo una nutrida asistencia, aquello fue un éxito. Al terminar, entre el barullo de los brindis y los comentarios, se me acercó uno de los organizadores, un líder, y me preguntó a cuánto ascendían mis honorarios. Le dije que cuando hacía un servicio a mis amigos, no cobraba. Tiempo después me surgió la duda de que quizá el líder informó al profesor Ruiz que yo había cobrado tanto más cuanto, y esa lana había quedado en su bolsillo (la del líder) porque José María no asistió a la presentación de mi libro Riesgo de muerte, que presenté en Ciudad Obregón en 2012, aunque lo había invitado, ni a ninguna otra. Y eso que yo no lo obligaba a viajar a Hermosillo.

En mayo de 2006 presenté El principio del principio, tomo I de mi Historia de la Universidad de Sonora, y 48 horas después, Y ahora, ¡una de diputados!, crónica premiada en el Concurso del Libro Sonorense. Fueron pocos los amigos que asistieron a ambas presentaciones (Enrique Flores López, Carmen Tonella, Pay Navarro, Roberto Morales y Azalea, José Rómulo Félix, Arturo Soto, Pedro e Ivette, entre ellos. Otros fueron sólo a una, y la mayoría de mis amigos, a ninguna. Esperé a 25 o 30 a quienes he acompañado en sus propias presentaciones y me quedé esperando.

El segundo de los libros citados fue comentado por la diputada Patricia Patiño Fierro y el diputado Oscar López Vucovich, Patricia se arrancó de Guaymas en cuanto concluyó una reunión con López Obrador, y llegó unos minutos tarde, aunque ya se le había informado al público el motivo del retardo. Tanto ella como Oscar estuvieron en plan grande, agudos en el comentario y amenos en la plática.

Mi reseña de aquella velada termina así: “Envié invitaciones personalizadas a todos los diputados y no asistieron (con excepción de Patricia y Oscar, claro). Supongo que creen que ya no tienen nada qué aprender y por eso están como seguirán estando”.

Mañana le sigo.

carlosomoncada@gmail.com

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