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El día más amargo en mis cincuenta años de escritor

Carlos MONCADA OCHOA
Jueves 10 de Enero de 2019
 

Lo dulce y lo amargo de ser escritor (3)

Ayer escribí, en este repaso de mis 50 años de escritor, sobre una de las experiencias más dichosas que tuve al publicar el libro “¡Cayeron!”. Ahora me iré al día más amargo. (Antes, señalo el error de ayer: el señor Aguilar Monteverde no era de Sinaloa, sino de Navojoa. Perdón)

El 4 de mayo de 2016 viajaba yo en un autobús de Hermosillo a Ciudad Obregón, un poco después de mediodía. Iba a presentar allá mi libro “Club de Lectores”, que acababa de editar. Unos 30 kilómetros antes de llegar a Guaymas me avisaron de México, por el celular, que mi hijo Marco Octavio había muerto.

Fue una noticia terrible pero no sorpresiva. Lo habían atropellado una semana antes, en aquella capital, en circunstancias que las autoridades nunca dilucidaron; alguien lo llevó a su casa y de ahí, mis otros hijos lo condujeron al hospital, donde quedó internado. Yo me fui al día siguiente a México, donde tomé conciencia de su gravedad y también de que, a juicio de los médicos, había una esperanza.

Volví a Sonora para cumplir el compromiso de presentar el libro y a eso iba cuando sonó el maldito teléfono. Intenté razonar. Si dejaba el autobús en Guaymas y volvía a Hermosillo, no tenía la seguridad de que habría un vuelo de noche a México. Recordé que frente al hotel al que suelo llegar en Obregón, el antiguo Costa de Oro, hay una agencia de Aeroméxico y continué el viaje. Lo primero que hice en mi tierra, en cuanto me registré en el hotel, fue cruzar la calle y reservar pasaje para la mañana siguiente.

¿Y luego? ¿Iba a estallar en llanto en medio de la reunión literaria? Sólo le conté lo que pasaba a Sergio Anaya y le rogué que no lo comentara con nadie. Quizás el desahogo me hizo fuerte. En el patio de Libros y más, que iba a distribuir la obra, se juntó buen número de personas. No estuvieron Juan Manz y Mara Romero, a cuyo evento “Bajo el asedio de los signos” había acudido yo desde su fundación. Ni mi leal amiga Irma Arana asistió. Pero sí mis infalibles Eduardo Estrella, Ramón Íñiguez Franco, mi sobrino Jesús Carvajal, Alberto Vizcarra, Regino Angulo y otros que, sin proponérselo, me hicieron sentir que no estaba solo.

Ramón Íñiguez, ¡tenía que haber sido él!, a la hora de las preguntas y comentarios me obligó a concentrar mi atención al discutirme sobre una película . (El libro sobre Cine,  de la serie de “La saga de la cultura sonorense” que estoy escribiendo, se lo dedico a Ramón).

¿De qué trata el libro “Club de lectores”, ligado a este triste  episodio? Cuento en él el argumento y opino sobre los libros de poesía, novela, cuento, teatro, crónica que he leído en mi vida. Son obras de unos 550 autores, no una obra por autor, sino, en muchos casos, varias de uno solo. Lo escribí con la creencia de que podría ser útil a otros aficionados a la buena lectura. Supuse que era verdad la propaganda oficial de que se ha difundido el hábito de la lectura ¡Pamplinas! Mi libro ha sido un fracaso. Ni la Secretaría de Educación y Cultura, ni el Instituto Sonorense de Cultura, ni la Universidad de Sonora, ni el ITSON, ninguna institución universitaria o tecnológica, ninguna secundaria oficial o privada, ni el Departamento de Letras de la Universidad, ninguna agrupación de escritores, ni siquiera un grupo de señoras que presumen de leer aunque se reúnen a chacotear, nadie se interesó por el libro.

Y voy a cerrar con él. El presidente municipal de Cajeme Faustino Félix Chávez me pidió que diera una conferencia a periodistas locales el 7 de junio de 2017. Su directora de Comunicación Social Mary Verdugo me preguntó por mis honorarios, y le dije que cobraría Dos Mil Pesos pero  yo entregaría al Ayuntamiento el número de libros cuyo costo fuera de Dos Mil Pesos, de manera que mis servicios saldrían gratis y ellos podrían regalar los ejemplares. Y fui a Obregón como el menso que soy, y di la conferencia, y entregué los libros (15 creo, no estoy seguro), aunque no me dieron los dos mil pesos.

Les envié la factura y pasaron semanas y semanas y luego meses y meses, y aunque le recordé a Mary un par de veces el pendiente, se hacían patos. Entonces publiqué una columna haciendo público el incumplimiento del presidente municipal, y para que no dijera que me valía del periódico para presionarlo, autoricé que el dinero se donara a la Cruz Roja de Obregón.

Faustino me reprochó por teléfono: ¿qué no somos amigos? (Pues eso creía yo). Ni sus colaboradores ni la Cruz Roja me avisaron cuando se le entregó el dinero  y no estuve tranquilo hasta que  me informe personalmente de que si, había llegado a su destino (aunque tampoco se molestó nunca un directivo de la Cruz Roja en darme las gracias)..

carlosomoncada@gmail.com


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