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Pocos hechos son tan conmovedores como recordar a jóvenes mexicanos, hombres y mujeres, que decidieron enfrentar pacíficamente a un sistema autoritario cuya respuesta violenta les arrancaría la vida tan temprano.
Es que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica, como decía el gran presidente Salvador Allende.
Y nuestros jóvenes de 1968 cumplieron su designio como el sector más sensible, inquieto e insatisfecho de una sociedad agobiada por el régimen posrevolucionario.
Los gobiernos en turno y su partido de estado, después de Lázaro Cárdenas, habían ido perdiendo los ideales de Madero, de Villa, de Zapata y del Constituyente de 1917.
México era admirado en el mundo porque su gobierno heredero de la primera revolución social del Siglo XX, había logrado combinar crecimiento económico, una cierta vocación social y una forma blanda de autoritarismo hecho de corrupción y corporativismo.
Pero en 1968 el sistema político mexicano mostró su verdadero rostro. Con la matanza de jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas, se desnudó un orden político capaz de asesinar su disidencia cívica, y a partir de entonces el régimen del PRI como partido hegemónico tendría sus días contados.
El movimiento estudiantil del 68 fue aplastado militarmente por el estado convertido en dictadura, pero no fue vencido en el terreno político.
La fuerza de la razón expresada en marchas y mítines masivos, a veces coreando consignas alegres y entusiastas, a veces en silencio, fue reprimida por la sinrazón de la fuerza. Pero la llama democrática no fue extinguida.
La onda expansiva que generó el movimiento estudiantil masacrado en Tlatelolco hace 50 años, sacudió hasta lo más profundo de la sociedad mexicana e inició un ciclo de luchas por la libertad y la democracia, que ha marcado caminos hasta nuestros días.
Sus banderas y el espíritu de lucha de aquellos jóvenes, inspiraron otros movimientos que lentamente —si consideramos el lapso de una vida, pero aceleradamente en términos históricos— fueron demoliendo los cimientos de un régimen autoritario cada vez más alejado del pueblo.
Esa generación exploró diferentes rutas que condujeran a la transformación social que estaba buscando. Unos tomaron el camino de la guerrilla. Otros se aplicaron a la academia, a la formación técnica y científica.
Otros más decidieron organizar la lucha obrera por sus reivindicaciones laborales, e impulsaron la organización campesina y popular por las libertades democráticas y por una vida digna para todos.
No es exagerado afirmar que todos los posteriores movimientos sociales, gremiales, culturales y políticos tuvieron como referente a los jóvenes del 68.
Por eso, durante medio siglo ha perdurado la consigna: 2 de Octubre No se Olvida.
Hoy estamos cosechando mucho de lo que ellos sembraron, como lo ha reconocido nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador. La IV transformación ha levantado las banderas y la lucha democrática impulsada por ellos.
Todavía quedan preguntas sin respuesta. Pero cada vez resulta más claro el papel del ejército, del grupo paramilitar llamado “Batallón Olimpia” y del Estado Mayor Presidencial en aquel trágico día.
La memoria perdurará para que estos hechos —como los de Ayotzinapa— nunca se repitan. Pero el recuerdo debe derivar cuanto antes en el fin de la impunidad y que se haga presente la justicia.
Por eso, es un acierto que el ayuntamiento en su calendario cívico haya dado el debido realce a esta fecha, y por ello felicito a todas las personas que con su colaboración y sus iniciativas hicieron posible este acto.
Muchas gracias
Ing. Sergio Pablo Mariscal Alvarado
PRESIDENTE MUNICIPAL
Cd. Obregón, 2 de octubre de 2018
