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Antídotos sociales

Fernando Navarro
Miércoles 03 de Enero de 2018
 

Continuamente se sabe de declaraciones sobre el estado caótico en que está el mundo, los políticos se declaran preocupados por la gravedad de la situación, mientras son aspirantes al gobierno. Una vez que lo logran les da por matizar y hasta justificar la situación. Sin embargo los indicadores son devastadores.

En México cada vez mas gobernantes y aspirantes a serlo  usan la expresión “debemos reparar el tejido social” para referirse a la grave descomposición que sufrimos como sociedad. Se ha degradado la política y corrompido casi todas las actividades públicas. A nivel internacional basta ser un poco observador para comprobar que el mundo sigue igual de convulsionado, sabemos que los gobernantes se sustituirán unos a otros, por las buenas o por las malas, pero casi siempre bajo la premisa “que todo cambie para que todo siga igual”.

Por estas razones es necesario identificar algunas de las cosas que, los que no nos dedicamos a querer gobernar,  podemos hacer ante el formidable reto que significa vivir en estas condiciones.

De entre  los rasgos comunes que tenemos desde hace muchos años, lo que  destaca en el escenario mundial es la estridencia, la manipulación, la confusión y la sensación generalizada de que no se puede hacer nada.

La estridencia  mediática la hacen los medios que difunden noticias y mensajes de todo tipo las 24 horas. Las personas estamos recibiendo inmisericordemente un bombardeo constante y estridente  sobre todos los temas. Hemos llegado a tener el privilegio de los gobernantes que recibían al instante las noticias del mundo, pero sin los beneficios de ser filtradas antes por quienes trabajan para ellos.

La manipulación es mal intencionada pues se basa en la premisa perversa,  descubierta en la segunda guerra mundial, de que una mentira repetida millones de veces llega a ser percibida como una verdad. Y defendida como tal. Las sociedades actuales están siendo manipuladas hacia el consumo inútil que dispendia, hacia la complicidad corrupta que degrada y hacia la fatalidad de un mundo ateo que asegura que si solo somos animales intelectuales podemos y debemos dejarnos llevar por los instintos.

La confusión es evidente pues miles de millones de gentes se desenvuelven en conflictos personales originados por su nacionalidad, su posición social, su color de piel o su religión.

Dependiendo de que lado de la frontera estén, de que color sea su uniforme, a que equipo deportivo sigan, a que iglesia asistan, a que partido político apoyen, a que bandera hayan jurado lealtad, etc. siempre encontraran alguien contra quien confrontarse, algo en que justificar sus acciones.

Las barreras humanas son producto de la ignorancia, son temporales y circunstanciales. No comprender esto produce confusión y conduce al fanatismo.

Ante la “estridencia mediática” solo basta apagar la TV y desconectar los servicios automáticos de Internet.   Apagar las pantallas permite recuperar la capacidad de análisis. Es sumamente curioso observar el comportamiento que ha desarrollado la gente ante las facilidades de comunicación interpersonal y ante los servicios noticiosos en línea y permanentes. Se han convertido en una adicción y causa de accidentes.

Hay una especie de incredulidad ante la posibilidad de cancelar el servicio de TV y convertir a la televisión de  difusor indiscriminado y permanente, a emisor selecto de lo que queramos ver. Aun más,  sacar la televisión y las pantallas de la recámara es de grandes efectos sobre la vida interior de quien lo hace, si lo hace con esos propósitos.

Quedarnos solos, en silencio, aunque sea en los momentos en que nos recluimos a descansar nos obliga a pensar, nos facilita hacer oración y a interactuar con quien duerme con nosotros. A quien duerme solo le hará ver la importancia de compartir su vida con alguien más.

Es un gran abuso sobre nuestras vidas -permitido por nosotros mismos-  que hayamos llevado a la intimidad de nuestra alcoba los mensajes intencionados llenos de violencia, risa, odio, traiciones, noticias graves y otras triviales, delitos, romances, miedo, etc., interrumpidos incesantemente por mensajes comerciales impertinentes, machacones, algunos subliminales otros francamente imperativos, ordenantes.

Cuando una persona recibe tanta información, tantas imágenes en momentos vulnerables, es decir cuando su atención no está al 100 %, es de efectos soporíferos e indigestos. Las personas que viven así lo muestran cuando, si se les obliga a cerrar los ojos por varios minutos a cualquier hora del día, al no saber que hacer, terminan dormidos.

Tener un lugar para descansar no implica tener que recibir “una ayuda” de ese tipo para lograr conciliar el sueño. Eso propicia la evasión.  Parte de los orígenes de los problemas personales de muchas personas son sus actitudes de “evadirse de la vida” en el sentido de posponer el entendimiento obligado que tenemos sobre lo que hicimos diariamente o lo que nos pasa. Y eso los conduce a que cuando no  saben que hacer con sus problemas prefieren dormir o emborracharse. Vivir bajo el ritmo de los mensajes, las imágenes y todo lo que los que las elaboran le agregan, es como vivir “surfeando” permanentemente sin tener en cuenta que la ola tarde o temprano perderá su forma, tamaño e impulso para depositarnos en la orilla, ante la realidad de nuestra vida en la que la fuerza la debemos de proporcionar caminando a base de nuestro propio impulso.

El efecto mas pernicioso de la vida actual es la idea de que necesitamos distraernos permanentemente y  que la mejor manera es viendo la televisión o conectándonos a las redes sociales. Esa es una idea falsa y  una necesidad artificial, inducida por quienes necesitan tenernos distraídos.  Las distracciones son necesarias después de largas jornadas de trabajo, pero  para equilibrar el uso que le estamos dando a nuestro organismo: si hemos realizado mucho ejercicio físico lo podemos compensar leyendo o escuchando música. Si hemos estado mucho tiempo sin movernos debemos de practicar algún deporte. Sin embargo, en ningún caso es bueno dejar de repasar los acontecimientos del día, esforzarnos por entender lo que nos pasa, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer.  Tener propósitos y avanzar hacia nuestras metas hace necesario hacer eso, pues los aparatos que nos proporciona la tecnología debemos de saber utilizarlos y evitar que ellos nos utilicen a nosotros.

Si la “industria del entretenimiento”,  entremezclado con el arte, inocula estereotipos y promueve ideologías, las redes sociales de comunicación instantánea transmiten la sensación de ser visto, de ser aceptado en una falsa sensación de comunidad, que al posibilitar el anonimato ha servido de plataforma para el comercio, la oración, el delito, el romance, el engaño, el proselitismo, la poesía, la calumnia, etc., todo mezclado y simultáneo.

Apagar ese ruido es el primer paso que conduce al silencio.

El antídoto al ruido mediático es recurrir a la elocuencia del silencio. Cuando se apaga ese ruido queda la sensación de que todo ese ruido es mentira.

Los momentos de soledad son necesarios para cultivar la reflexión. Entender lo que pasa en el mundo, pero sobre todo lo que nos pasa a nivel personal, que es una de nuestras obligaciones. Sin embargo las personas que no quieren saber nada sobre la problemática social, menos la internacional, ejercen también un derecho, el de la abstención.  Generamos un problema cuando intentamos también “abstenernos” de saber, comprender y mejorar nuestra propia vida.

Ante las condiciones de la vida actual, necesitamos aprender a estar solos, a reflexionar. Para eso se necesita saber meditar. Es indispensable desarrollar una relación personal con Dios, cualquiera que sea el credo bajo el que lo conozcamos.

El silencio es la elocuencia de la sabiduría.

Cuando a Gautama Sakiamuni, el Buda, le preguntaron ¿Qué es la verdad…?, se quedó callado, dio media vuelta y se retiró.

Cuando a Jesús,  le hicieron la misma pregunta, guardó un profundo silencio.

La verdad es lo desconocido de instante en instante, esperando el momento en ser descubierto. La verdad es múltiple hasta el infinito, hasta el momento en que de todas las pequeñas verdades se hace una sola verdad. Su nivel mas excelso es cuando experimentamos la unidad de la vida libre en su movimiento, la unión de todo con todos.

En el alma están todas las inquietudes, todos los aprendizajes y la suma de los anhelos que nos impelen hacia Dios. En la personalidad vamos acumulando las experiencias y vamos depositando todo lo que vamos aprendiendo para desenvolvernos en la vida, todo lo necesario para estudiar, trabajar, casarnos, etc.

Para dar cabida a las grandes realizaciones del espíritu es necesario aprender a volver pasiva la personalidad. Y eso solo es posible en momentos de máxima abstracción, profunda reflexión. La emoción e inspiración de tipo espiritual solo llega cuando la personalidad no está tan activa y la mente en silencio.  Las increíbles ventajas de lograr tener la mente quieta y en silencio son extraordinarias. Entre la personalidad y el alma está, al fondo, el espíritu que nos da vida.

El mejor antídoto para la grave problemática social que nos ha tocado vivir es cultivar una rica vida espiritual. Entonces comprenderemos que podemos aprender cosas cuando la mente ya no emite pensamientos, cuando hemos legado al silencio interior. Esa fuente de conocimientos es la aprehensión interior, la experiencia mística.

Para entender mejor la disyuntiva de lo que somos y lo que podemos llegar a ser, es útil aquella antigua frase medieval que dice: “un Alma se tiene o no se tiene, un espíritu simplemente se ES”.

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