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Epidemiología de la corrupción política

Raúl Héctor Campa García
Jueves 15 de Diciembre de 2016
 

La corrupción política, es la utilización del poder público para hacerse de o conseguir una ventaja ilegítima,  generalmente de forma privada y secreta. Diciéndolo de manera coloquial es joderse los bienes del estado con locura desmedida. En el acervo pastoril es hacerse de mulas ajenas Pedro y sobreponerle el fierro propio.

Si realizamos un estudio “epidemiológico” de la corrupción política en México (como en todo el mundo), podremos encontrar antecedentes ancestrales de la misma. Pero antes habrá que definir está rama de la medicina que se encarga en términos generales de conocer las causas, del por qué se enferma una población.

 

Los expertos en esta ciencia que incluye la salud pública, son los médicos epidemiólogos. Existen varias definiciones, pero solo tomaremos dos de las más clásicas: “Epidemiología, es el estudio de la distribución y determinantes de los estados y eventos relacionados con la salud, y la aplicación de este estudio, para el control de los problemas de salud”. (Fuente: John M. Last. Dictionary of Epidemiology). Otra sería: “es el estudio de la salud y la enfermedad en las poblaciones. Es la ciencia básica de la salud pública. Estudia las epidemias (endemia= cuando la enfermedad está localizada en una determinada población; epidemia= en todo un territorio y pandemia= cuando trasciende a otros países). Luego entonces, la corrupción política, es una pandemia. 

 

Pero solo nos enfocaremos a este mal generalizado en nuestros políticos. Es una enfermedad epidémica, en nuestro País. Muy pocos políticos se libran de padecerla. Puede ser caracterizada como una enfermedad mental, con un componente obsesivo-compulsivo de llegar al poder político, con una ansiedad de apropiarse de los bienes de un pueblo, hacerlos propios, con delirios de grandeza ocultos en ocasiones, manifestando buenas intenciones, presentan un trastorno bipolar; caracterizado por cambios muy marcados en su personalidad, que va a los extremos en el estado de ánimo, donde alterna periodos de depresión, a sentirse feliz y activo, cambiando a malhumorado e irritable con sus subalternos, de quienes demanda lealtad, pleitesía y una necesaria constante adulación, sobretodo en actos públicos. Tienden a mentir cínicamente por naturaleza. Un signo frecuente es el mareo, en un ladrillito.  

 

Es una enfermedad infecto-contagiosa que utiliza a un partido político cualquiera (antes era solo uno), como vector para adquirir está enfermedad extremadamente contagiosa…sobre todo cuando se llega a ciertas alturas del poder político.

Quizás una variante de esta enfermedad “socio-política” (corrupción), también se da en politiquillos de bajo perfil, es una enfermedad psicológica, semejante a la cleptomanía; que es un trastorno mental obsesivo de robar al pueblo, aunque sea poco y a veces sin necesidad. Aquí encajarían los políticos que roban “poquito como el famoso Layin” presidente municipal de San Blas, Nayarit, que ahora padece la obsesión de ser gobernador y robar ¿“más mucho”? Tal vez los niveles de serotonina y dopamina, ya se le estén subiendo y los signos y síntomas son evidentes de los que padecen el síndrome del poder. Pero esto de escalar más puestos políticos es patognomónico de esta enfermedad y es privativo de muchos de ellos.

Los antecedentes patológicos de la corrupción, se remontan desde la época de la conquista de México por Hernán Cortes, que para tales fines se trajo como “expedicionarios o conquistadores” a presidiarios, que purgaban condenas en cárceles españolas, utilizando intrigas para ser nombrado Capitán General de las expediciones a las tierras por conquistar; nombrado por el gobernador de la Isla de Cuba, Diego Velázquez; haciendo trueque de espejitos de vidrio, por el oro de las etnias, apoderándose de sus tierras y de sus vidas. El mestizaje posterior que se dio entre conquistados y conquistadores, se conforma el posible gene dominante de la corrupción, heredado hasta la actualidad por la mayoría de los políticos. Quizás los no corruptos, que son pocos, tienen un gen recesivo, por eso no se manifiesta pero esta latente. 

 

Así llega también las políticas corruptas, a la época “independiente” iniciada 1810, en México y posteriormente en la Revolución de 1910,  con la lucha por el poder del caudillaje, subía uno y lo tumbaba otro, hasta que por fin se aglutinaron en busca de la “unidad postrevolucionaria”, en un solo Partido, el PNR (Partido Nacional Revolucionario) de Plutarco Elías Calles. Después, al subir al poder  el General Lázaro Cárdenas, trató de liberarse del “callismo” y formó el PRM (después cambio a PARM), pero con la misma estructura del PNR. Esto es el origen del PRI actual, el de la “dictadura perfecta”, como la bautizó el escritor peruano Mario Vargas Llosa. El partido que institucionalizó la corrupción y la impunidad entre sus correligionarios, pero que a partir de los años 80’ del siglo pasado vino a infiltrar y contagiar a todos los demás Institutos políticos. La trasmisión de los genes de la corrupción es generalizada ya no es privativa solo del PRI. Por eso, uno de los ideólogos e intelectuales del PAN, Carlos Castillo Peraza, acuño el enunciado: “todos llevamos un pequeño priista dentro…” Macario Schettino, en las páginas del libro de María Scherer y Nacho Lozano: EL Priista que todos llevamos dentro (recién editado), definió a ese pequeño priista como un “decrépito novohispano agazapado, aferrado a tradiciones pseudoindígenas, a creencias absurdas y  a costumbres pre modernas, documentada en forma extraordinaria en la Ley de Herodes, de Luís Estrada”. En el libro de estos dos escritores (ella, hija del fallecido periodista Julio Scherer García), entre otras muchas interrogantes que se hacen, destacan estas no menos importantes: ¿Tenemos una huella genética que nos impuso la cultura priista? ¿O los priistas hablan, actúan y piensan como el resto de los mexicanos? 

Soledad Loaeza, una de las entrevistadas, para la estructura del libro en cuestión, afirma que “el PRI es un actor político sobrevaluado por los académicos gringos”; “el priismo es populismo, clientelismo, patrimonialismo…” Temeroso de la oposición; por eso utiliza, todos los medios que puede para no dejarse ganar.

 

Extirpar esa huella genética de la corrupción política, quizás sea una de las tareas de los políticos y de los partidos principalmente, tendrán que hacer para darle el sentido ideal de lo que en esencia es la verdadera política. Se necesitará una cirugía genómica, para quitar ese ADN dominante en esa especie de seres humanos, que lo han trasmitido por generaciones. Los gobiernos, aun de la alternancia, no han podido combatir esta enfermedad social, porque  también la padecen. Y un enfermo, no tiene la capacidad para curar a otro enfermo de lo mismo. No hay vacuna, contra ese agente de alta virulencia, fácil de contagiar a toda una población. No hay fumigante para combatir a los vectores de esos virus (vectores son todos los partidos). 

Lo único que podemos hacer, es despertar las conciencias ciudadanas y un cambio individual de actitud ante esta alta incidencia de esta enfermedad social…y tratar de no dejarnos llevar por el conformismo de que: “La corrupción somos todos”, porque la prevalencia es persistente.

La epidemiología investiga las variantes determinantes de cada una de las enfermedades existentes, que padece el ser humano. Hay varios tipos de epidemiologías. Quizás esta enfermedad epidémica de la corrupción política, pertenece a dos tipos: Una sería la epidemiología de los trastornos psiquiátricos y otra sería epidemiología genética, ya que la posibilidad que se herede el gen de la corrupción, es muy evidente. Pero tal como se ve en nuestro México…no hay todavía un tratamiento; y si lo hubiera, parece que no hay consentimiento informado para que los políticos acepten someterse a la terapia…mientras no queda más que recluirlos. ¿Quién cerrará la puerta? Alguien no infectado…

#PARACAMBIARYOMEINCLUYO. ACCION DEMOCRATICA NACIONAL.

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