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Aprovechar el tiempo

Raúl Héctor Campa García
Domingo 30 de Octubre de 2016
 

En las frecuentes “correrías” que acostumbro realizar, aprovechando mi estancia “obligada” en la Ciudad de México, por cuestiones de salud de un familiar; me embarga algo de nostalgia de mis años de universitario, aunque si bien es cierto aquellos los viví en la Ciudad de Puebla, en la Universidad Autónoma, hoy Benemérita (BUAP), pero acudía frecuentemente a esta contrastante Ciudad a visitar a una de mis hermanas y luego también por motivo de atención médica de mí padre (QEPD), en aquella época (1969-1975). 

Viajar actualmente en un Uber o taxi para acudir puntualmente a las consultas periódicas de mí esposa, en  el Instituto Nacional de Nutrición y asistir a este gran Instituto de Salud a las conferencias académicas y culturales que realizan el último jueves de cada mes se ha vuelto una rutina.

Abordar una vagoneta combi, “pesera de 4 pesos” para ir a las sesiones clínicas del Instituto Nacional de Pediatría, en donde me “cuelo en forma furtiva” invariablemente dos veces por semana, desde que me invitó un apreciado amigo, compañero de la residencia de pediatría; tomar un camión Urbano, el Metro, Métrobus o tren ligero; para acudir a un museo, alguna marcha (Por la Familia por ejemplo), “bobear” en el zócalo de la ciudad, acudir a interesante conferencia en la UNAM u otro lugar, reuniones de tipo político, previa invitación que han sido pocas.

Caminar muy seguido en la Calzada de Tlalpan, por la zona de hospitales, o acudir al restaurante de Tacos de marlín, camarón o pescado, estilo Sinaloa (“Culichi Fish”) recién abierto por el rumbo de Xochimilco, por un familiar de mi esposa e ir a una cafería para saborear un desayuno o café en algunas de las plazas, visitar una librería conocida para adquirir algún recomendado libro, a un céntrico callejón cerca del Palacio de Bellas Artes y del Palacio de Minería, donde se encuentran una variedad de libros a menor precio. En recorridos citadinos anti estrés, no pierde uno la capacidad de asombro al observar las majestuosas construcciones coloniales que albergan alguna Institución Oficial o Académica, como el Edificio del Colegio de México,  negocios privados, restaurantes, museo, etc.

En algunas antiguas colonias el contraste de lo antiguo con lo moderno es impactante, o las todavía existentes y algunas paupérrimas vecindades de “barrios bravos”, con dos, tres o quintos patios, que nos hacen recordar la obra, el ensayo antropológico de Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez, publicada en 1961 en Estados Unidos y México en 1964, que fue vetada un tiempo por el gobierno de mexicano, por mostrar la crudeza de la pobreza económica y socio-cultural que padecía la población en esa época. 

Al asomarse por esas viejas vecindades, pasar por algunas todavía “ciudades perdidas” o barrios que existen a la fecha, ver en las calles de algunas colonias el deambular de limosneros, los “teporochitos”, tirados en el suelo “durmiendo la mona”, tal parece que el retrato de la pobreza plasmados en el Ensayo de Oscar Lewis y sus reales personajes, siguen detenidos en el tiempo. No ha cambiado, solo la metodología y las variantes actualmente son otras, para medir la pobreza.

También visitar colonias llenas de historias y leyendas, habitadas por personajes ilustres de la Literatura, de la política, de la ciencia, etc., es realmente atrayente. Sentarse en una placita pública con su Kiosko, de una antigua delegación, ejemplo Tlalpan, en una tarde de viernes, para observar bailar danzón a un considerable número de parejas, con atuendos típicos de los años 40’-60’ (aunque el danzón se empezó a bailar desde 1913 hasta la fecha, hay lugares exclusivos para “danzonear”). Los hombres vestidos como los entonces pachucos, con sus zapatos de colores (blanco y negro), pantalón bombacho, saco largo, con una cadena de adorno que cuelga del cinto, sombrero tipo detective Eliot Ness, de la serie televisiva Los intocables; pero adornado con una pluma. Las damas, algunas vistiendo a la época de entonces, siguiendo magistralmente los pasos del baile de su galán; algunos de estos pasos, se asemejan al Tango, pero sin la sensualidad “arrabalera” del baile típico argentino, el danzón tiene más solemnidad técnica.

Cada escultura o estatua de algún personaje Prehispánico, Colonial, Revolucionario, etc.,  o cada calle con el nombre de un personaje, es en sí, una historia que contar y la Ciudad de México, como muchas antiguas ciudades del País, hay bastante tela de donde cortar. Ésta es actualmente mi asidua rutina.

Vivir en una de estas antiguas ciudades, a pesar de la modernidad, da la sensación de entrar al túnel del tiempo y regresar al pasado.

Cuando recién llegamos a la Ciudad actualmente, residimos un tiempo por la calle Renato Leduc, antes calle Ferrocarril, en la Colonia José Toriello Guerra, Delegación Tlalpan, hasta que rentamos un modesto departamento en la misma colonia. Por cierto él nombre de la colonia es en reconocimiento a un colono asturiano, empresario y altruista del siglo XIX. Hay varios parques en donde están monumentos a Cuitláhuac, a Moctezuma y a otros personajes. 

Renato Leduc, aguerrido Poeta, escritor y reaccionario periodista, nacido en 1895, precisamente en Tlalpan, decía: “Las Estatuas y monumentos, solo sirven para que las meen los perros y las caguen las palomas” y no se equivocó, porque en un parque de ésta colonia, hay un dorso de él, donde los perros mean su pedestal y las palomas “tiroleadamente” cagan su esfinge. Ayer lo comprobé.

Recordando una de su más conocida poesía: Tiempo (…sabia virtud de conocer el tiempo…), concluyo “plagiando en forma de parodia”: ..SABÍA VIRTUD DE APROVECHAR EL TIEMPO… Una buena manera de atenuar el estrés y ocupar la ociosidad de un jubilado, que a pesar de todo…sonríe a la vida, mientras pueda. Saludos.

#PARACAMBIARYOMEINCLUYO

Dr. Raúl Héctor Campa García

Ciudad de México 24 de octubre 2016.

raulhcampag@hotmail.com


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