Maestros que insultan, golpean, discriminan y maltratan a sus alumnos, hay muchos en México. Los casos que se ventilan en los medios de comunicación son apenas una muestra ínfima de la forma en que se entiende la relación profesor-alumno en nuestro país.
Actitudes retrógradas como creer que se va a la escuela a aprender un contenido, es lo que origina que el millonario presupuesto educativo no rinda resultados favorables.
La educación, en su sentido más vital, tiene la misión de favorecer la integración de las diversas cualidades en un ser humano. En las escuelas tradicionales, todo se intenta menos la anterior opción. Y en el peor de los casos, los maestros arcaicos tienden a creer que un alumno va a la escuela a memorizar una lección y a recitar un contenido. Y cuando el alumno no está preparado para “recitar” su tarea, le sigue el escenario de reprobación.
La reprobación no debe ser un castigo, mucho menos un estigma, aunque así se entienda en la actualidad.
Alfred Binet creó un sistema de evaluación para el rendimiento escolar, que más tarde se convirtió en el famoso medidor de IQ. Su intención primera no era medir la inteligencia de unas personas respecto de otras, o respecto de ciertos parámetros, sino obtener datos con lo que un maestro pudiera trabajar en el caso de los alumnos más retrasados.
Actualmente, esta medición ya no es sustentable bajo los términos de las inteligencias múltiples, pues el test de Binet “calificaba” sólo dos aspectos de la inteligencia: el lógico y el matemático. Sin embargo, lo importante no es volver sobre las diferencias entre calificar uno o dos tipos de inteligencia y evaluar ocho. Lo importante es que Binet, al descubrir que un alumno no está en el nivel de los demás, recomienda que el maestro se ponga a trabajar directamente con él.
En México, cuando un alumno reprueba, el maestro cerró la carpeta. En Finlandia, es cuando comienza su labor extra, en clases de horario extendido. Los resultados dispares hablan de lo que implica esa diferencia de actitud.
