La educación de adultos debe ir más allá de la simple alfabetización. Como portadores de una gran experiencia, los adultos deben ser reeducados no sólo en la lectoescritura, sino a partir de esa experiencia vivida y superando su anterior situación cultural y social.
Para Paulo Freire, la transformación educativa debe ser integral. Resulta muy idóneo su planteamiento sobre todo cuando se elimina su impulso para crear “cuadrillas de militancia”.
Freire considera que: “El concepto de educación de adultos va moviéndose en dirección al de educación popular en la medida en que la realidad empieza a plantear algunas exigencias a la sensibilidad y a la capacidad científica de los educadores y las educadoras. Así entendida y puesta en práctica, la educación popular puede ser percibida socialmente como facilitadora de la comprensión científica que grupos y movimientos pueden y deben tener acerca de sus experiencias. Ésta es una de las tareas fundamentales de la educación popular de corte progresista: insertar a los grupos populares en el movimiento de superación del saber de sentido común por un conocimiento más crítico, más allá del “pienso que es” acerca del mundo y de sí mismo en el mundo y con él. Este movimiento de superación del sentido común implica una diferente comprensión de la historia. Implica entenderla y vivirla, sobre todo vivirla. La dimensión global de la educación popular contribuye además a que la comprensión general del ser humano acerca de sí mismo como ser social sea menos monolítica y más pluralista, menos unidireccional y más abierta a la discusión democrática de las premisas básicas de la existencia”.
Valga el extracto de Freire como invitación a los sectores involucrados con la educación de adultos, más allá de las clases de danzón y de los sectores que aún sufren analfabetismo. Aprovechar la utilidad social de un adulto es educarlo y educarse, para bien de una sociedad más justa y equilibrada, y de una localidad reflexiva que crece en torno a sus necesidades, capacidades y posibilidades sociales.