Glafira Osorio Clark
Una de las grandes diferencias entre el sistema educativo finlandés y el mexicano son las líneas que existen entre la educación escolar y la educación en casa.
Mientras que en Finlandia se espera que no haya tales, en México son precisamente los padres de familia los que desean establecer límites claros entre las responsabilidades de la escuela y las de casa. O más bien, los paterfamilias esperan que la escuela cumpla con su deber de “educar” mientras que la casa debe ser un tiempo aislado de deberes académicos.
Aquí obviamos el concepto de educación como lo entiende Werner Jaeger, en su magna obra “Paideia”, pues no se trata de una técnica o de una instrucción, sino del resultado de la obra cultural de una comunidad. Y aunque las familias quieran escindirse del trabajo de la escuela, no pueden sustraerse de los resultados que esa acción origina.
El trabajo conjunto y colaborativo entre escuela y padres de familia, crea un entorno saludable para los alumnos. Quizá los horarios ampliados puedan servir de pretexto para ampliar estos lazos que ahora son muertos entre escuela y padres. Y sobre todo, apartarse de la idea de que las escuelas son guarderías ampliadas para niños grandes.
En Finlandia, los grandes centros de la comunidad son las escuelas. Ahí sucede todo lo que tiene que ocurrir. En México, son los mercados, los centros comerciales y menor medida, las iglesias.
En Finlandia, las escuelas abren los fines de semana para servir como centros culturales y atraer a la comunidad en su entorno. Los profesores son conocidos como agentes culturales locales pues su labor no termina con su horario de clases, sino que se amplía en diversas actividades a las que se suman los padres de familia.
En México las escuelas oficiales todavía funcionan como grandes guarderías, con horarios fijos y obstáculos sólidos que evitan hacer de la comunidad, un engranaje vivo y operativo de la cultura local.
