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Carlos MONCADA OCHOA
¿Amerita que pierda el tiempo comentando la payasada de los hermanos Padrés sobre cómo han amasado su fortuna? Les faltó añadir los bienes de esposa e hijos y de los cuñados Dagnino. Y transparentar no significa que ellos no cuenten lo que les venga en gana sino que muestren documentos probatorios. Vamos a otra cosa.
No sucede con frecuencia, pero ayer sucedió. Al llegar al IEE, a la presentación del libro “Sentencia de amor 12624. Mujeres y elecciones 2012” quise comprar un ejemplar, pero no había ninguno. La maestra Hilda Benítez Carreón, una de las comentaristas, manifestó en su turno que deseaba adquirirlo porque le habían mandado el texto fotocopiado.
Suceden cosas como éstas, de manera que me limitaré a glosar las intervenciones de las presentadoras.- Las autoras de la obra son las doctoras Lourdes Pacheco Ladrón de Guevara, que estuvo presente, y María del Rosario Varela Zúñiga. La primera habló con brevedad del accidentado camino que han recorrido las mujeres hacia el poder (porque de eso se trata, no den rodeos); comenzó en 1993, con recomendaciones a los partidos para abrir las candidaturas a las mujeres y culminó (hasta ahora) con la sentencia 12624 de la máxima autoridad electoral que ordena la conformación de planillas para diputados y senadores con individuos del mismo sexo. Así las mujeres evitan que les jueguen el dedo en la boca asignándoles suplencias para satisfacer la cuota o que las tomen de “juanitas”.
De acuerdo con la estrategia de las féminas en este tipo de reuniones, en general adoptaron la posición de sufridas mártires. La doctora Pacheco dijo que forman una mayoría, pero “una mayoría arrinconada” y señaló que en este momento no hay una gobernadora en la República. Omitió recordar que hay mujeres candidatas en Nuevo León y Sonora, por el PRI; en Michoacán y en algún otro estado, por el PAN y en Guerrero, y posiblemente también en Sonora, si se anima Ana Gabriela, candidatas del PRD.
La maestra Olga Armida Grijalva dijo que van ahora por la tercera mujer. (“La tercera mujer”, Gilles Lipovetsky). La primera fue la sometida; la segunda, la exaltada (novia, madre, musa, etc), la tercera debe ser una autocreación.
La maestra Sara Blanco apoyó sus aseveraciones en números: en las seis décadas que han tenido las mujeres plena presencia en la actividad política, los varones han ocupado el 85% de las diputaciones. Y hoy, de los 128 escaños en el Senado, las mujeres ocupan 42. Lo cual, dijo la comentarista, “es lastimoso”.
Hilda Benítez ubicó la lucha política de las mujeres en Sonora, donde se comenzó con una cuota de 80-20, es decir, la ley estipuló que ninguno de los dos géneros podría tener más de 80 por cierto de posiciones, o sea que se le reconoció a las damas el 20. En todo caso, fue nuestro Estado en dar ese primer paso. Recordó que la lucha por lo que toca al artículo 150-A no se había resuelto en la Primera Sala del Tribunal Federal. Las mujeres no quieren que de la proporción paritaria de candidatos se exceptúen los de mayoría relativa “que sean resultado de un proceso de elección interna de democracia directa”.
Lo interesante de estas intervenciones es que las tres señoras abogadas fueron presidentas del Consejo Estatal Electoral. Las acompañó la presidenta del Instituto Estatal Electoral, Guadalupe Taddei Zavala, aunque no entró al análisis del libro. Lo suyo fue una reflexión sobre el esfuerzo de las mujeres hacia la paridad y la alternancia.
Aparte de que fue presentado el libro en ausencia, hubo el inconveniente de que sólo hubo tiempo para contestar una de las varias preguntas que el público anotó en tarjetas previamente repartidas. ¿Por qué se agotó el tiempo? ¿Esperaba un vuelo a la doctora Pacheco? ¿Iban a ocupar el salón de sesiones para otra reunión? Quién sabe.
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