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Jueves 2 de May de 2024
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Mexical’s Blues

Tere Padrón
Domingo 13 de Enero de 2013
 

Y uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia…

Serrat

Para Clara  Aiko, Enrique, Fausto, Rosy, Lupita, Laura, Armando, Maricela, Alonso,
y quien resulte afectado..


Dicen que uno no debiera volver al lugar donde fue feliz, pues corre el riesgo de querer permanecer ahí para siempre. También dicen que el hogar está donde está el corazón. Yo no sé si será así para todos, pero lo es para mí.

Volver a Mexicali después de un largo tiempo, reencontrar a viejos y queridos amigos y constatar que su amistad permanece incólume a través de los años; saludar y platicar con los vecinos de antaño y volver a sentir el afecto, la hospitalidad y la calidez característica de los “cachanillas”, es siempre gratificante y un antídoto contra la apatía, la desconfianza y el egoísmo de las grandes ciudades, como en la que vivo. Recorrer las viejas y amadas calles evocando recuerdos de juventud y de niñez, ver a mi familia, compartir con ellos anécdotas nuevas y viejas y comprobar que, no importa cuántos eventos desafortunados hayamos podido pasar o cuánta distancia y diferencias haya entre nosotros, la familia está siempre ahí para ayudar.

Todo eso es lo que lo arraiga a uno a un lugar en especial. Y la luz. La luz de Mexicali es única. Los atardeceres de invierno poseen una belleza incomparable. Púrpura, naranja, rosa y azul desplegándose en toda su hermosura hacia el poniente, hacia la Rumorosa, hacia el Centinela, ¡Ah! Eso es indescriptible. Hay que verlo para creerlo. E

“Chicali”, como le llamamos los cachanillas, es cálida en todo sentido, en el del clima y en el de la gente. Es, además, extremosa. Inviernos gélidos y veranos hirvientes. Hay ventiscas y tolvaneras en primavera y son escasos los meses templados. Sin embargo, este clima adverso es parte de la personalidad de mi terruño querido y ha moldeado el carácter único de su gente. Los cachanillas se distinguen por su amor al trabajo duro, por ser hospitalarios, alegres, sinceros, por ser honestos y directos y no andarse con rodeos. Además, saben sacar ventaja del clima aprovechando cualquier refugio y cualquier acicate contra el calor (como una cerveza bien helada) o contra el frío (la misma receta) y ese factor jamás ha sido impedimento para organizar una buena carne asada y reunir a los amigos.

Y por cierto de amigos, los de Mexicali son amigos para siempre. Y cuando hablo de amigos, me refiero al significado real de la palabra y no a su tergiversación actual ni a su connotación banal o superficial. Los amigos cachanillas somos para toda la vida, no importa cuánto tiempo pase sin vernos y cuánta tierra haya de por medio entre nosotros, al reencontrarnos, es como si nunca nos hubiésemos separado. Como cuando el hijo pródigo vuelve a la cas paterna y halla su lugar en la mesa aún esperándole; su cuarto y sus libros aún en su sitio. Como dice la canción de Serrat: “Decir amigo es decir lejos y antes fue decir adiós. Y ayer y siempre, lo tuyo nuestro y lo mío de los dos. Decir amigo, decir amigo se me figura que decir amigo es ternura. Dios y mi canto saben a quién nombro tanto”

Eso es tal vez lo mejor de mi amado terruño y lo que más añoro. Es lo que me ancla a él. Cuando pienso en un próximo reencuentro con mis viejos amigos, el corazón me da un vuelco de emoción y alegría y cuando, por alguna circunstancia, no podré ver a alguno de ellos, me invade la tristeza. Además, siempre está latente la posibilidad de un reencuentro con ese amigo (a) especial, con quien compartimos cosas y acontecimientos decisivos en nuestras vidas. Con quien maduramos afectiva e intelectualmente. A quien profesamos un afecto único y con quien fuimos afines en varios terrenos.

Tal vez porque pertenezco a la así llamada generación “x”, que nació a fines de los sesenta, con Vietnam y Woodstock, que creció cuando la GuerraFfría estaba llegando a término; con Lech Walesa y “Solidaridad”; con el Muro de Berlín a punto de ser derrumbado; con hermanos y hermanas que habían sido hippies y quienes nos inyectaron una buena dosis de buen rock clásico y música de protesta. No sé. Tal vez por todo eso y porque la idea de un futuro mejor aún se vislumbraba, el caso es que fuimos la última generación en cultivar un sentido de la amistad que ya no existe. Fuimos los últimos idealistas, los últimos soñadores y ahora, casados y con hijos, nos toca, en la medida de lo posible, infundir ese sentimiento en las actuales generaciones, desde cualquier trinchera que defendamos y así servir de contrapeso al egocentrismo exacerbado, al culto a la personalidad y a la banalidad y frivolidad de estos tiempos.

Pero, digresiones aparte, Mexicali es mi amor. Lo es por todo lo anterior y lo seguirá siendo siempre. Ahí se hunden mis recuerdos más tristes, pero también los más hermosos. Ahí y también en Sonora, están dos terceras partes de m corazón. La otra, la que llevo siempre conmigo y que me ancla al planeta tierra, siempre está anhelando volver a unirse a aquéllas. Y cuando sucede el milagro, el corazón, ya unificado, se siente verdaderamente en casa.

Teresa de Jesús Padrón Benavides
Invierno, 2013-01-13

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