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Mirada de oso

Tere Padrón
Sábado 20 de Octubre de 2012
 

Y dijo Dios “que la tierra produzca criaturas según su especie,
bestias, reptiles y animales terrestres según su especie.
Y sí fue…. Y vio Dios que era bueno.”  

                                                    Génesis 1:24

Según el Génesis, el sexto día Dios creó a las diferentes especies de animales terrestres. Los reptiles, las bestias, las alimañas. Ese mismo día, un poco después, creo al hombre y a la mujer, a quienes dio la orden de ser fecundos y multiplicarse y dominar sobre la tierra y sobre el resto de las especies. Sin embargo, Dios dijo al hombre ya la mujer “Ved que os he dado toda hierba e semilla que existe sobre la faz de la tierra, así como todo árbol que leva fruto de semilla; os servirá de alimento”. (Génesis 1:29) En el siguiente versículo, Yahvé concede a todos los animales terrestres, a todos los reptiles y a todo “ser animado” sobre la Tierra, la hierba verde como alimento.

De estos versículos podemos concluir varias cosas. La primera, que incluso la más repugnante de las alimañas precedió al hombre en la creación, lo cual debiera movernos a reflexionar en torno a la importancia que tienen todas y cada una de las especies vivas y de que nosotros, los humanos, no somos ni más ni menos importantes que éstas. Y en segundo lugar, que, si leemos bien, ambos, los seres humanos y los animales, somos vegetarianos en nuestro origen.

Los judíos del mundo estamos comenzando el año. Como cada año nuevo, iniciamos un nuevo ciclo leyendo la Torá desde el primer capítulo del Génesis, que habla justamente de la Creación. El judaísmo es muy enfático respecto del trato adecuado que damos a los animales. La crueldad y el sufrimiento innecesarios de un animal cualquiera, está estrictamente prohibido en la Torá. Esta visión contrasta totalmente con la mala interpretación que el cristianismo ha hecho de ella, a saber, que Dios nos dio “superioridad” sobre las bestias, por lo tanto podemos hacer uso de ellas a nuestro parecer.  Incluso muchas de las culturas más “civilizadas”, no adoptaron medidas de protección animal sino hasta muy recientemente, en pleno siglo XX.

Muchos de los grandes personajes de la Biblia, tuvieron un estrecho vínculo con los animales. Por ejemplo, Moisés, Jacob y David fueron pastores. De hecho, el Talmud menciona que Dios eligió a Moisés para guiar a su pueblo a través el desierto, pues él era misericordioso y compasivo con su rebaño. O rebeca, quien fue elegida para ser la esposa de Isaac debido a su amor por los animales, al ofrecerse a dar de beber a los camellos de uno de los sirvientes de Abraham.

El judaísmo no prohíbe que nos sirvamos de ciertas especies de animales como alimento, como vestido e incluso con otros fines, como el de elaborar arneses y otros utensilios. Incluso los rollos de la Torá se escriben sobre piel de animales. Sin embargo, La Torá es muy enfática en el hecho de que estas necesidades sean legítimas y también en el hecho de que al animal en cuestión no se le haya hecho pasar por un maltrato o sufrimiento innecesarios. La cacería deportiva está estrictamente prohibida y el sacrificio animal debe ser hecho por un experto de manera rápida y procurando causarle el mínimo dolor. Tzaar Baalei Chayim quiere decir en hebreo “prevenir la crueldad hacia los animales”, y es una ley tan importante o incluso más, que muchas otras dentro del judaísmo.

Para ejemplificar lo anterior, me gustaría detenerme en la palabra hebrea para vida חיים)) y la palabra animal (חי ó בעל חיים) (se pronuncian “jaiim” y “jaí” ó baal jaiim), respectivamente. Curiosamente, en Español, la palabra “animal”, viene de “ánima” o “alma”, lo que sugiere el hecho de que los animales no sólo son seres sintientes, sino que poseen sentimientos, tienen recuerdos y sufren al ser maltratados.  Incluso, dentro del judaísmo, los animales gozan de algunos de los derechos que los seres humanos (al menos os judíos), como descansar los sábados. Se nos dice que tenemos la obligación de liberar a un animal de su sufrimiento, incluso sin consentimiento de su dueño,  porque por ejemplo, lo han dejado atado sin agua y sin comida, La palabra hebra “kosher” (כשר) significa “adecuado, legítimo, apropiado”, aplica no sólo a los alimentos sino al tratamiento que demos a los animales al sacrificarlos, y esto viene estipulado en el Talmud, específicamente en la Halajá, (las opiniones legales).

Todo esto lo pongo como telón de fondo de una terrible nota que leí hoy enlos periódicos y cuya fotografía, en primera plana, me llenó de terror y de coraje. Una osesna (bebé oso), atada de las cuatro patas, con sangre por todo el cuerpo por los golpes recibidos hasta causarle la muerte, era mostrada como trofeo por un grupo de “bestias” (con toda la connotación negativa que esta palabra pueda tener) de Protección Civil, quienes, atendiendo a una llamada de peligro, acudieron a una localidad de Coahuila para prestar “ayuda” y salvar del “peligro” a sus habitantes (las comillas son enfáticas). En la foto aparecen también familias con niños sonriendo ante la “gran hazaña” de los “héroes” de Protección Civil.

¿Hasta qué nivel de incomprensión y estupidez hemos llegado los seres humanos (y los mexicanos, específicamente)? ¿Qué es lo que nos han enseñado en las aulas? ¿Cuáles son los códigos éticos y morales que nos rigen? ¿Qué hemos aprendido al interior de nuestras casas? ¿Por qué nos causa un placer morboso la masacre de animales y los espectáculos macabros que involucran animales como las peleas clandestinas de perros, por ejemplo? ¿Por qué nos mueve, nos incita, casi hasta el grado de orgásmico el asistir a este tipo de barbarie? Creo que la respuesta a todo esto la hallamos en lo más profundo de nuestra cultura y de nuestra historia. Los mexicanos siempre hemos rendido culto a la sangre, a los sacrificios (no sólo animales sino humanos) y nuestra propensión a someter a los más débiles e indefensos queda manifiesta en los anales históricos de México,  la anterior a la conquista y la posterior a ésta.

La combinación de nuestro pasado indígena, lleno de este tipo de prácticas sangrientas con la irrupción violenta de los españoles y su imposición a punta de armas, es lo que constituye nuestra fisionomía y nuestra identidad. Esto, aunado al hecho de que somos un pueblo católico por antonomasia y en esta tradición se privilegia la “superioridad” humana con respecto de la animal, es lo que ha hecho de nosotros un pueblo carnicero, cruel y despiadado. Y eso lo vemos reflejado en la violencia desatada de estos tiempos. Pero lo peor, somos un pueblo ignorante. Y cuando hablo de ignorancia, no sólo me refiero a la falta de preparación académica (muchos de os pueblos más civilizados han cometido los peores crímenes contra natura), sino ignorantes de la Ley, de la ley con mayúscula.

Quien no conoce a Dios no le teme y por lo tanto es capaz de cualquier cosa, no sólo contra la naturaleza, sino contra sus semejantes. “El temor de Yahvé es el principio de la sabiduría” dicen los Proverbios. Pero, cómo vamos a conocer a Dios y a guardar sus preceptos si no lo buscamos o más bien, lo buscamos en donde sabemos de antemano que no está: en las iglesias, en las congregaciones cristianas “light”, en las sectas “pare de sufrir” y en toda esa sarta de charlatanerías que nos dicen sólo lo que queremos oír: que todo está bien y que no somos responsables por lo malo que pasa en el mundo.

Pero sí somos responsables. Todos y cada uno de nosotros. Responsables por el resto de la Creación, puesto que sólo nosotros somos capaces de ver por el bienestar de todas las otras especies, animales y vegetales. Sólo nosotros tenemos la capacidad de razonar y de sopesar la consecuencia de nuestros actos. Pero no queremos sumir esa responsabilidad pues implica involucrarnos activamente en la defensa de los más vulnerables. Y eso, pensamos, ¿qué ganancia nos deja? Mientras sigamos creyendo que nuestra felicidad consiste sólo en las cosas materiales y perecederas, jamás lograremos revertir los efectos dañinos de vivir en una sociedad insensible, apática e irresponsable.

Los daños están ahí, a la vista de todos y van en aumento. Si no nos vemos reflejados en cada uno de los actos de violencia que padecemos, quiere decir que no hemos aprendido nada, que damos por hecho que a violencia es el estado “natural” del hombre y que no podemos hacer nada. La fotografía de la pequeña osa masacrada y exhibida como presea, sólo nos muestra lo que estamos haciéndole a Dios. Sus ojos abiertos en una mirada de horror y de súplica, reflejan la imagen de la barbarie humana.


Teresa de Jesús Padrón Benavides

Otoño, 2012

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