• Banner
  • Banner
Sábado 27 de Abr de 2024
El tiempo - Tutiempo.net

La vida según la publicidad

Tere Padrón
Viernes 13 de Enero de 2012
 

La Madre Tierra satisface la necesidad de cada hombre, más no su codicia
Mahatma Gandhi

Quien compra lo que no necesita, se roba a sí mismo.
Anónimo

Procuro no ver televisión, pues además de apartarme de cosas verdaderamente importantes, entre los setenta y tantos canales del cable, no hay alguno cuya programación me satisfaga. No hay televisión cultural, no hay cine de autor, no hay programas de debate, en fin, no hay un solo canal para gente adulta, en el sentido amplio de la palabra. Sin embargo, anoche me senté plácidamente, con un delicioso té de manzana y canela, después de una faena agotadora a ver si acaso hallaba algo que me interesara o, por lo menos, me mantuviera entretenida. Recorrí cada uno de los canales infructuosamente. Nada.

De todos modos, no pude evitar echar un vistazo en los comerciales. En la programación nocturna, al menos eso es lo que uno espera, los anuncios debían ir dirigidos a un cierto sector: personas de 30 años en adelante, profesionistas, padres de familia, amas de casa, en fin, gente que se encarga de tomar las decisiones respecto de qué se compra en casa y por qué. Sin embargo, noté horrorizada cómo los anuncios hacen énfasis en el poder de decisión de los niños sobre sus padres a la hora de comprar tal o cual producto. Increíble. Niños haciendo berrinche y tirando a la señora del vestido exigiéndole comprar el champú o el cereal “de moda”. En mi época, para empezar, ni siquiera nos llevaban al mandado y si acaso lo hacían, no teníamos ni voz ni voto en la elección de los artículos. Nuestras madres iban con su lista en mano y “sabían” perfectamente qué era bueno para su familia y todos felices y contentos compartiendo un solo producto entre todos. Ahora son ellos, los niños, los que tienen el poder de decidir, puesto que ellos son el blanco preferido de la industria publicitaria debido a la influencia que ejercen sobre sus padres.

Pero ¿de dónde surge este poder de influencia de los hijos sobre sus padres a la hora de comprar? Los niños de hoy en día, desde muy temprana edad, chantajean a sus padres a cambio de un buen rendimiento escolar o de una buena conducta, cuando antes esas cosas se daban por sentadas. La obligación de los padres y madres era proveer para sus hijos, educarlos, enseñarles un oficio, buenos modales, y prepararlos para ser individuos responsables, independientes y útiles a la sociedad. Hoy, en cambio, estamos viviendo una ausencia de figuras de respeto. Pareciera como que los adultos dejaron de serlo hace mucho tiempo o, más bien, quienes debieran asumir ese papel, por su edad y su condición, se instalaron en la perpetua adolescencia y no quieren salir de ella. Pero los niños necesitan una guía, un ejemplo a seguir, un modelo de vida y el que están viendo dista mucho de ser el de un adulto comprometido, responsable e inteligente. La conducta de sus padres no es muy diferente a la suya, juegan, apuestan, se divierten, se entretienen, se van de juerga son sus amigos, no respetan a nadie, se burlan de la autoridad, en fin.

¿Cómo entonces podemos exigir a los niños que se comporten bien, que respeten a sus mayores, que sean obedientes, dóciles con sus maestros, que sean buenos amigos con los demás y todo eso que nosotros, justamente, no hacemos? De eso trata el libro de Juliet B. Schor, Nacidos para comprar , en donde menciona cifras alarmantes como el hecho  de que en Estados Unidos, ¡a los 18 meses, un bebé ya reconoce logos de diversos productos y al entrar al kínder, un niño promedio exige al menos 15 marcas de productos diferentes a sus padres! No es de asombrarse entonces que, ante la falta de figuras de autoridad, sean los niños quien tienen la última palabra a la hora de comprar.

Ejemplos de este tipo sobran. Papás jugando a los “carritos” en su auto nuevo (escogido también por el niño), al mismo tiempo que llama a éste para anunciarle qué gran elección hizo (¡voy a más de 100! ¡Yupi!). Al anunciante no le importa el mensaje paralelo: NO SE DEBE CONDUCIR Y HABLAR POR CELULAR AL MISMO TIEMPO Y MENOS A ESA VELOCIDAD, PUES PUEDE SER FATAL.

Otro. Cuatro señoras cuarentonas, tomando el té de la tarde, mientras lanzan miradas de reojo y ponen cara de envidia a una, más joven que ellas, partiendo plaza y parando el tráfico mientras camina por entre los vehículos varados en un semáforo, oronda, “segura de sí misma”, “dueña del mundo”. La susodicha, entre tanto, indiferente (aparentemente, pues sabe que la están mirando, eso es lo que ella quiere), abre de repente la puerta de uno de los autos y estepa una bofetada a su novio mientras éste se “divierte” con otra en el asiento trasero. Acto seguido, nuestra heroína pone cara de satisfacción y continúa su pasarela entre los carros ante la mirada estupefacta e incrédula de todos los idiotas que la rodean. El slogan “Soy totalmente Palacio” cierra el comercial. (Los slogans juegan un papel crucial a la hora de instalar en el sub consciente el mensaje que se pretende imponer).

Nunca supe qué anunciaban exactamente, pues no era un “producto” en sí, sino una “imagen”, un “concepto”, como se dice entre el argot de los publicistas. ¿Cuál es el mensaje? ¿Qué no importa que me haya engañado, pues yo sigo siendo “una reina e belleza”? Yo, francamente, no entiendo. Para mí la lectura de ese comercial es “No importa qué tan guapa seas, siempre habrá una más guapa que tú y siempre te pondrán el cuerno con ella”. Sin embargo, ellos, los publicistas y por añadidura los dueños de la marca, de la tienda, del producto, ya lograron su cometido. Convencernos de que eso es lo que debemos tener para (usando una frase de  mi hijo) “dominar al mundo”.

Sucede lo mismo casi con cualquier cosa que compramos. El 90 porciento de las veces no es decisión nuestra sino de alguien más. Ropa, carros, muebles, accesorios, perfumes, cosméticos, artículos deportivos o para ejercitarse, productos de limpieza, comida, en fin. La astucia de los publicistas no tiene límites. Apelan a nuestra vulnerabilidad, a nuestra fragilidad e indefensión ante al apabullante mundo de las “cosas”. Si lo entrecomillo es porque, como dice el sociólogo Zygmunt Bauman en su libro Vida de consumo , nos estamos “cosificando”. Es decir, estamos dejando de ser personas, despojándonos de todo lo que nos convierte en eso, para volvernos un objeto de consumo más de entre los millones y millones de objetos que podemos comprar, vender, intercambiar, usar y obviamente, desechar.

Pero, ¿qué buscamos, los adultos, al adquirir tantas cosas innecesarias? ¿En verdad pensamos antes de decidir qué comprar? ¿Estamos ejerciendo nuestra voluntad, nuestra capacidad de decisión, nuestro sentido de autonomía o sólo estamos siguiendo patrones de conducta impuestos por otros y copiando lo que hacen los demás? ¿Somos seres racionales o entes autómatas que reaccionan por mero instinto o impulsivamente? La misma autora de Nacidos para comprar, Juliet B. Schor, nos dice, en otro de sus libros, The Overspent American, de 1998: “Gastar, comprar compulsivamente, se ha vuelto un “arte” entre la sociedad norteamericana… el fin último de sus vidas.” Tristemente, coincido con ella. Vivimos en un mundo en donde todo se compra y todo se vende, en donde cada persona sala a la calle a ofrecerse como mercancía con las marcas ostensibles de su ropa, de su carro, de sus accesorios; con el perfume de moda, con los zapatos de moda, con el rostro maquillado y el corte de pelo a la moda, en donde los niños compiten por ver cuál de ellos tienen el mejor juego electrónico o la última versión del videojuego o los tenis más caros o la ropa más “cool”. Todos somos objetos susceptibles de ser comprados o rechazados por otros mejores que nosotros.

Inmersos en ese torbellino de ofertas, anuncios, espectaculares, escaparates brillantes y coloridos, revistas de modas, en ese mundo irreal, fantástico de placeres que se nos ofrecen como manjares exquisitos, olvidamos por completo todo aquello que nos hace humanos. Se nos olvida vivir, en el sentido pleno de la palabra. Convivir, compartir, experimentar el mundo “natural” que nos rodea. Perdemos el sentido de la realidad, la capacidad de admiración. Dejamos de apreciar el arte, la cultura, las tradiciones y lo que nos arraiga a un lugar. Dejamos de pensar y sólo consumimos. Dormir, comer, comprar, desechar y volver a empezar ese ciclo estúpido e interminable en el cual hemos convertido nuestras vidas. Y ¿por qué? ¿Qué es lo que subyace detrás de esta compulsión aberrante de querer tener cosas? El miedo. El miedo a no ser nadie, a que no nos quieran, a que no nos vean, a pasar desapercibidos, a no dejar huella. Y ese miedo surge, invariablemente, de una falta de amor propio, de una autoestima por los suelos y de un concepto aberrante de nosotros mismos y de los que tampoco pueden ser como quisieran, de los “perdedores”, como los llama irónicamente Pablo Latapí en un gran artículo respecto del consumismo “Los triunfadores”. Ese miedo que la publicidad se encarga de alimentar e intensificar día a día y que no halla ningún medio de contención que se le imponga, pues lo único que podría hacerle frente, sería la inteligencia y esa se alimenta de otra fuente. Una que no es muy popular entre la mayoría de nosotros, pues  entraña esfuerzo, constancia, tiempo y, además, no se nota a simple vista. Además, la inteligencia ha dejado de ser, desde hace mucho, una virtud que se aprecie. Hoy día, en cambio, la fuerza, la ostentosidad, la imagen física, son las “virtudes” que valen. “Compro, luego existo” parece ser el slogan que ha suplantado a la famosa frase de Descartes ”Pienso, luego existo”.

Con frecuencia nos preguntamos por qué vivimos en un mundo violento, cruel, despiadado, sin “valores” (entrecomillo la palabra por el excesivo uso y el tergiversado sentido que ahora se le da). La respuesta está en cada quién. ¿Qué hacemos, cada día, para ser mejores personas? ¿Cómo alimentamos nuestro espíritu? ¿Cuánto  y qué leemos? ¿Qué tipo de música escuchamos? ¿Cuántas veces al día nos detenemos a contemplar la naturaleza? ¿Somos conscientes del daño ambiental que inflingimos a nuestro planeta al consumir y desechar mucho más de  lo necesario? ¿Preferimos un paseo en el campo o un antro ruidoso? ¿Solemos frecuentar teatros, galerías, museos o preferimos los centros comerciales enormes e infestados de personas? ¿Cuánto tiempo pasamos con nuestra familia, con nuestros amigos y qué tipo de cosas hacemos con ellos? ¿Sobre qué versa nuestra conversación? ¿Hablamos con Di_s a través de la oración? ¿Nos gusta cómo somos? ¿Querríamos a alguien que fuese como nosotros?

La respuestas que demos a las preguntas anteriores, nos darán la explicación pertinente. Si vivimos en un mundo así es porque no nos hemos encargado de hacerlo diferente. Porque nadie está dispuesto a dejar de ser quien es por ser con los demás. Porque para salirse de uno mismo, ponerse en los zapatos del otro, sentirse afectado por lo que pasa a nuestro alrededor y actuar en consecuencia, tenemos que dejar esa zona de confort que hemos creado en torno nuestro y que nos impide ver más allá. Porque cada omisión que hemos cometido, cada buena obra que hallamos dejado de hacer, cada persona que hallamos dejado de ayudar, cada individuo indefenso al que hallamos insultado, humillado, ofendido, se está levantando porque él o ella también reclaman lo suyo. También quieren ser parte del espectáculo y acaparar los reflectores. Ellos también quieren tener su minuto de gloria. Sólo que ellos lo están haciendo a la fuerza, con las armas, violentamente, pues tienen tanto odio acumulado hacia quienes los ignoraron por tanto tiempo y como nunca se les ha dado la oportunidad de acceder a una vida mejor (ni hay señales de que se las vayan a dar), y como la codicia ha hecho que sólo uno cuantos sean los que viven en la abundancia mientras que ellos han vivido siempre en la miseria, como la injusticia y la desigualdad han privado siempre en sus vidas, ahora están reclamando, a la mala, su parte del pastel. Ellos también quieren que los vean, que los quieran, que los admiren, que les teman y que los “respeten”. Ellos también quieren lucir ese letrero que todos cargamos a diario y que dice “Cómprame porque me vendo”.

Política de Privacidad    Copyright © 2006-2024 InfoCajeme.com. Todos los Derechos Reservados.